viernes, 27 de mayo de 2016

Argentina siglo XVIII: Teocracia para todos y todas

Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)

Un panadero llora porque no le dan los costos y consigue un precio diferencial en los costos. Cierra los domingos por la tarde. No hay clases en Tierra del Fuego desde 2015, pero a nadie le importa. Es una provincia que queda lejos y de la que el 90% de los argentinos sabe tan, pero tan poco, que cree que todavía es un puerto libre. Son los mismos que luego se rasgan las vestiduras por las islas Malvinas, que quedan aún más lejos.

Pato Bullrich dice que en el país la gente se siente más segura porque sí, porque ahora están ellos y las fuerzas policiales se convirtieron en buenas por arte de la magia y de la alegría. Entre todos los secuestrados de la Patria cae en la volteada Osvaldo Mércuri. La buena: lo largaron sano y salvo. La mala: al que largaron sano y salvo sigue siendo Mércuri. Un Presidente muestra una declaración jurada en la que cuenta que tiene dinero depositado en las Bahamas. Poco serio: también tendría dinero depositado en este país imprevisible e inviable. Un diputado de la oposición tarda 3.2 segundos en encontrar la irregularidad moral. Es tan veloz que pareciera que, en vez de guardar un profundo silencio durante toda su vida, en realidad manifestó su cuestionamiento sobre el patrimonio de varios ex presidentes, un secretario general de la CGT, su propio hijo y su mismísimo patrimonio, sólo que fue supersónico y no lo escuchamos quejarse. Uno, dos, cinco taxistas dejan de garpe a una mujer con un nene en una esquina de Barracas rumbo al centro. Llevan el taxímetro libre y, para tranquilidad de la truncada pasajera, un bruto calco en la luneta que grita “Fuera Uber”. Con el paso de las horas el proyecto de pasajera se enterará de que en las protestas contra Uber ya no alcanza con privar ilegítimamente de su libertad a terceros, sino que nuestros queridos choferes de alquiler decidieron ponerse el traje de superhéroe negro y amarillo y fajar a una agente de tránsito. Si con tamaño acto de arrojo no consiguen que todos los potenciales y cautivos pasajeros salgan a abrazarlos y vitorearlos, ya no sé qué hará falta en esta sociedad ingrata.

Hacer lo que corresponde es algo que no entra en nuestra cosmovisión. Y ya ni hablo de hacer las cosas bien –no nos vamos a poner en utópicos a esta altura del partido– sino tan sólo de limitarnos a cumplir las funciones que la sociedad exige de nosotros y para las cuales nadie nos puso una pistola en la cabeza. Tampoco pretendo que nadie haga cosas que exceden a sus funciones, mucho menos en un país en el que todos somos directores técnicos, analistas políticos, licenciados en seguridad, jurisconsultos y antropólogos sociales. Hablo, lisa y llanamente, de hacer lo que nos toca hacer, con la certeza de que si abordamos cosas que no nos competen, podamos llegar a quedar como anacrónicos.

De pronto, los genios de una cadena de hipermercados –esa que pasó de garantizarnos el precio más bajo a empomarnos con la cartelización– deciden hacer un nuevo 3×1 que consiste en que ellos zafen de pagar impuestos, queden como unos santos, y gambeteen la ley de redondeo de tarifa en favor del cliente. Con complicidad de la Iglesia nos piden nuestros vueltos para fines caritativos. La guita la ponemos nosotros, claro, pero como la entregan ellos, la deducirán de impuestos por donaciones. O sea: entre la Iglesia que bancamos nosotros y los que nos manguean los vueltos para zafar de impuestos, se hacen la fiesta de la generosidad. Con la ajena, como corresponde a este bonito país, y sin que nadie revise las normativas o pida rendición de cuentas, como también nos gusta hacer en esta hermosa nación en la que todos son buenos mientras la guita la ponga otro, partiendo desde la Iglesia.

No puedo tener nada contra la Iglesia Católica Romana por una cuestión básica: pertenezco a ese rebaño del que gustan echarme permanentemente. Porque para la normativa eclesiástica siempre tuve tendencia a mancharme de negro. Divorciado, defensor del matrimonio igualitario, a favor de la flexibilización en la legislación del aborto. No soy la clase de persona que un chupacirios presentaría como amigo en casa de sus padres ni soy el candidatazo para la nena de la buena familia practicante. Y a mucha honra.

Lo que no puedo entender es cómo en pleno siglo XXI pueden existir funcionarios de primera línea del gobierno nacional con miedo a un señor vestido de largo blanco que ejerce como monarca de un país tan chiquito que entra cinco veces en el casco histórico de la ciudad de Buenos Aires. Honestamente, si existen dos ministros que no deberían pasar ni cerca de un evento que reivindique una visión eclesiástica de la sociedad, esos deberían ser el de Salud y el de Educación. Bueno, Esteban Bullrich estaba paradito atrás de nuestro Richard Chamberlain del subdesarrollo, Gustavo Vera, que cuando su actividad principal de apretar gente le deja un hueco libre, ejerce de vocero papafranciscal.

Son cosas que en la posmodernidad resultan difíciles de explicar. Hace 132 años, cuando el único documento de identidad de un argentino era la Fe de Bautismo, a Julio Roca le pareció que era más prolijo que los registros de nacimientos, matrimonios y defunciones los llevara el mismo Estado que planificaba las políticas de salud, sociales y de educación, y a la Iglesia no le cayó en gracia. Ni que hablar cuando el mismo Roca metió la educación pública, gratuita y laica. Al entonces presidente de la Nación le quisieron tirar de la oreja desde los claustros europeos, pero parece que no dio resultado: Roca rompió relaciones con el Vaticano, echó del país al Nuncio Apostólico, le aceptó la renuncia a un ministro que estaba “conmovido” por ser “muy católico” y siguió administrando cosas importantes mientras el clero puchereaba. Y no pasó nada: los católicos no desaparecieron del mapa, como en México, Uruguay, Brasil o tantos otros ispas donde la Iglesia no es financiada por todos.

Con todo el camino transcurrido, suena a poco creíble que sigamos discutiendo a la Iglesia en cada cosa que hacemos. Para mí no hay diferencia entre la opinión de un obispo o un empleado público, básicamente, porque la guita sale del mismo lado: mi bolsillo. Y por si fuera poco, el obispo tiene una enorme a su favor: nunca necesitará ir a paritarias porque su salario está atado al sueldo de un juez de primera instancia. Mágicamente, le aumentan el sueldo a los jueces, le aumentan el sueldo a los obispos.

Un puñado de ladris buscan la foto con el Papa y él termina diciendo seis meses después que se sintió “usado”. Tres minutos después recibe a toda la delegación de Cristina –que practicamente tenía un abono en la Santa Sede– con sus parejas, amantes, amigos, hijos, amigos de los hijos, hijos de los amigos. Se saca una foto con la remera de La Cámpora mirando a cámara. La sonrisa debe haber sido para disimular que lo apuntaban con una pistola para obligarlo.

Luego de que cualquier nabo que pasara cerca de Santa Marta transmitiera algún mensaje supuestamente dicho por el papafrancisco, Su Santidad decidió cortar por lo sano y dijo que él no tiene representantes. Uno tiene sus dudas cuando escucha hablar al Boy Scout de La Alameda, pero si el hombre de blanco lo dice, puede ser que haya alguna desconexión. Lástima que luego aparece don Bergoglio en persona y dice estar “preocupado por el clima social de Venezuela, Brasil y Argentina” y suenan las cornetas, los bombos, y apretamos el bombo que llegó el carnaval en pleno otoño.

Venezuela…

Según el boy scout cincuentón –lamentablemente, no queda otra que tomarlo por vocero, ya que nunca, nunca, nunca fue desautorizado– tanto destrato del Vaticano se debe a que “Macri desairó dos veces al Papa”. Una, al no viajar a Roma por estar haciendo algo más importante, como la campaña que lo llevó a la presidencia. La segunda, supuestamente se debió a negarse a una gestión de Francisco para que Cristina Kirchner accediera a transmitir el mando como correspondía.

Y acá viene algo más que llamativo entre los pedidos de Bergoglio y toda la runfla de nuestras primeras líneas políticas: la obsesión discursiva por el diálogo, por el pedido de poner la otra mejilla. Porque podrá parecer muy cristiano eso de dialogar entre todos, pero hay personas con las que no tiene sentido dialogar, porque no vale la pena, o porque si les garantizaran la impunidad y oportunidad, nos borrarían de la faz de la Tierra. Si a mi me matan a un ser querido, podrán prometerme el cielo si accedo, que preferiré una estadía en el infierno a cambio de mandar a la puta que lo mal parió al asesino. ¿Sonó a mal cristiano? Si un forajido amparado por su carguito estatal no sólo no se cansa de saquear las arcas públicas, sino que, encima, me discrimina como adversario político y pretende eliminarme del mapa, no hay nada que dialogar: sería convalidar su accionar, sería rebajarme y darle validez a su forma feudal de pensar la vida. Y si suena a mal cristiano, que el que esté libre de pecado cabecee la piedra por aburrido.

Y todavía creen que todo es una operación de prensa. ¿Cómo vamos a operar en contra de alguien que nos genera mucho más ingresos con especiales y merchandising que con el triste papel que está cumpliendo ahora?

Me encantaría recuperar esa imagen de felicidad que tenía en marzo de 2013, cuando los únicos enojados por el anuncio de Giorgium Marium Bergoglio eran los kirchneristas que lo vinculaban con la dictadura. Honestamente, me encantaría recuperar esa sensación de esperanza y de reconciliación. Pero no se puede, por el momento, y por partida doble: primero, porque la división del Estado y la Iglesia nos permite reclamar Justicia para los corruptos sin que ello nos haga quedar como “vengativos que no ponen la otra mejilla”. Y segundo, porque llevamos 132 años de laicismo como para que nos digan con qué podemos indignarnos y con qué no. Y más allá de que en los últimos años acumular dinero ya no debería ser considerado pecado sino milagro, la guita nunca nos generó culpa porque nos da tranquilidad.

Sin embargo, el hecho de que tengamos a la Iglesia metiéndose en cosas que no le competen no debería sorprendernos, si acá estamos todos tan en otra que incluso les prestamos atención cuando no nos queda otra. Vuelvo al primer párrafo y al tachero, al panadero y a la ministro, debo sumar a un juez federal que, luego de participar de una charla contra el crimen organizado coordinada por el amigo del Papa, con presencia de Monseñor Sánchez Sorondo y varios otros jueces, ahora se suma al viaje al Vaticano. Es el mismo magistrado al que los propios imputados en una causa por lavado le piden que se deje de joder y entienda que ellos lavaban guita para Cristina y que dicen lo obvio: que “no debe perderse de vista que incluso con anterioridad al video que, según el juez, habría dado pie a una serie de citaciones y procesamientos, existió otro video periodístico en el cual se observa a distintas personas retirando cajas con documentación pero, en ese momento, el Sr. Juez nada hizo al respecto”. ¿Qué hizo el señor Juez para despegarse de la imagen de tipo funcional al kirchnerismo? Culpó a los medios. Espero que Su Santidad lo reciba con los brazos abiertos y un Rosario de amianto.

Argentina no está en crisis. Argentina está con los vidrios sin polarizar y ahora podemos ver lo que siempre tuvimos pero no aceptábamos: multimillonarios que empezaron su fortuna con la desgracia de quienes fueron víctimas de las políticas económicas de la última dictadura y que nos gobernaron haciéndonos sentir culpables por las riquezas que no tenemos y los muertos que ellos no defendieron; boludos a los que no les jodió que se cargaran a un fiscal pero piden ni olvido ni perdón a los que sacaron un muñeco de fibra de vidrio que representa al kirchnerismo hasta el tuétano, ya que fue sobrefacturado por lo que creen que valía, como si lo hubiera tallado Botero, dibujado como los índices de la bonanza para acomodar la historia para justificar el presente, y podrido por dentro. Pibes que no conciben la vida fuera de Palermo y zurdos con computadoras Apple de 40 lucas cuestionando el chetaje del Gobierno, laburantes que hace años que viven al día y hoy dicen que con el kirchnerismo al menos se conseguían aumentos y se olvidan que con el verso de las paritarias sobre la inflación oficial versus la real nos morfaron el 60% del poder adquisitivo solo en los últimos tres años. Conformistas nostálgicos que asumen por normalidad la imposibilidad del acceso a la vivienda propia sin tener que matar a sus padres heredar, que dicen que con el kirchnerismo al menos había consumo. Fanáticos que creen que la mejor forma de diferenciarse del fanatismo kirchnerista es no cuestionar nada, es aplaudir todo, es justificar cualquier cosa. Pero eso sí, todos bailando alrededor de lo que dicen autoridades religiosas.

Y así, el panadero, el taxista, la ministro, el juez, el megarzobispo y su monaguillo de cincuenta años demuestran que buena parte de nuestro país, sin importar a quién prefieran en el poder, sí saben qué modelo de Estado prefieren: el que les garantice el monopolio, sea el del transporte, el del cuartito de milonguitas, o el de la misma religión.

¿Nosotros? Nosotros nos jodemos. Por algo somos clase media, ese concepto etéreo que nos supone una vaca siempre dispuesta a dar leche en épocas de vacas gordas para fortalecer a la industria, en épocas de vacas flacas para levantar a los más necesitados. ¿Nuestros sueños? A esta altura, que no nos jodan más.

Vernedí. Estas líneas no son de ateo. Son la crítica de un socio vitalicio del club que quisiera que la comisión directiva se limitara a cumplir con el reglamento de vez en cuando, como para variar la costumbre.

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