Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
Un panadero llora porque no le dan los costos y consigue un
precio diferencial en los costos. Cierra los domingos por la tarde. No hay
clases en Tierra del Fuego desde 2015, pero a nadie le importa. Es una
provincia que queda lejos y de la que el 90% de los argentinos sabe tan, pero
tan poco, que cree que todavía es un puerto libre. Son los mismos que luego se
rasgan las vestiduras por las islas Malvinas, que quedan aún más lejos.
Pato
Bullrich dice que en el país la gente se siente más segura porque sí, porque
ahora están ellos y las fuerzas policiales se convirtieron en buenas por arte
de la magia y de la alegría. Entre todos los secuestrados de la Patria cae en
la volteada Osvaldo Mércuri. La buena: lo largaron sano y salvo. La mala: al que
largaron sano y salvo sigue siendo Mércuri. Un Presidente muestra una
declaración jurada en la que cuenta que tiene dinero depositado en las Bahamas.
Poco serio: también tendría dinero depositado en este país imprevisible e
inviable. Un diputado de la oposición tarda 3.2 segundos en encontrar la
irregularidad moral. Es tan veloz que pareciera que, en vez de guardar un
profundo silencio durante toda su vida, en realidad manifestó su
cuestionamiento sobre el patrimonio de varios ex presidentes, un secretario general
de la CGT, su propio hijo y su mismísimo patrimonio, sólo que fue supersónico y
no lo escuchamos quejarse. Uno, dos, cinco taxistas dejan de garpe a una mujer
con un nene en una esquina de Barracas rumbo al centro. Llevan el taxímetro
libre y, para tranquilidad de la truncada pasajera, un bruto calco en la luneta
que grita “Fuera Uber”. Con el paso de las horas el proyecto de pasajera se
enterará de que en las protestas contra Uber ya no alcanza con privar
ilegítimamente de su libertad a terceros, sino que nuestros queridos choferes
de alquiler decidieron ponerse el traje de superhéroe negro y amarillo y fajar
a una agente de tránsito. Si con tamaño acto de arrojo no consiguen que todos
los potenciales y cautivos pasajeros salgan a abrazarlos y vitorearlos, ya no
sé qué hará falta en esta sociedad ingrata.
Hacer lo que corresponde es algo que no entra en nuestra
cosmovisión. Y ya ni hablo de hacer las cosas bien –no nos vamos a poner en
utópicos a esta altura del partido– sino tan sólo de limitarnos a cumplir las
funciones que la sociedad exige de nosotros y para las cuales nadie nos puso
una pistola en la cabeza. Tampoco pretendo que nadie haga cosas que exceden a
sus funciones, mucho menos en un país en el que todos somos directores
técnicos, analistas políticos, licenciados en seguridad, jurisconsultos y
antropólogos sociales. Hablo, lisa y llanamente, de hacer lo que nos toca
hacer, con la certeza de que si abordamos cosas que no nos competen, podamos
llegar a quedar como anacrónicos.
De pronto, los genios de una cadena de hipermercados –esa
que pasó de garantizarnos el precio más bajo a empomarnos con la cartelización–
deciden hacer un nuevo 3×1 que consiste en que ellos zafen de pagar impuestos,
queden como unos santos, y gambeteen la ley de redondeo de tarifa en favor del
cliente. Con complicidad de la Iglesia nos piden nuestros vueltos para fines
caritativos. La guita la ponemos nosotros, claro, pero como la entregan ellos,
la deducirán de impuestos por donaciones. O sea: entre la Iglesia que bancamos
nosotros y los que nos manguean los vueltos para zafar de impuestos, se hacen
la fiesta de la generosidad. Con la ajena, como corresponde a este bonito país,
y sin que nadie revise las normativas o pida rendición de cuentas, como también
nos gusta hacer en esta hermosa nación en la que todos son buenos mientras la
guita la ponga otro, partiendo desde la Iglesia.
No puedo tener nada contra la Iglesia Católica Romana por
una cuestión básica: pertenezco a ese rebaño del que gustan echarme
permanentemente. Porque para la normativa eclesiástica siempre tuve tendencia a
mancharme de negro. Divorciado, defensor del matrimonio igualitario, a favor de
la flexibilización en la legislación del aborto. No soy la clase de persona que
un chupacirios presentaría como amigo en casa de sus padres ni soy el
candidatazo para la nena de la buena familia practicante. Y a mucha honra.
Lo que no puedo entender es cómo en pleno siglo XXI pueden
existir funcionarios de primera línea del gobierno nacional con miedo a un
señor vestido de largo blanco que ejerce como monarca de un país tan chiquito
que entra cinco veces en el casco histórico de la ciudad de Buenos Aires.
Honestamente, si existen dos ministros que no deberían pasar ni cerca de un
evento que reivindique una visión eclesiástica de la sociedad, esos deberían
ser el de Salud y el de Educación. Bueno, Esteban Bullrich estaba paradito
atrás de nuestro Richard Chamberlain del subdesarrollo, Gustavo Vera, que
cuando su actividad principal de apretar gente le deja un hueco libre, ejerce
de vocero papafranciscal.
Son cosas que en la posmodernidad resultan difíciles de
explicar. Hace 132 años, cuando el único documento de identidad de un argentino
era la Fe de Bautismo, a Julio Roca le pareció que era más prolijo que los
registros de nacimientos, matrimonios y defunciones los llevara el mismo Estado
que planificaba las políticas de salud, sociales y de educación, y a la Iglesia
no le cayó en gracia. Ni que hablar cuando el mismo Roca metió la educación
pública, gratuita y laica. Al entonces presidente de la Nación le quisieron
tirar de la oreja desde los claustros europeos, pero parece que no dio
resultado: Roca rompió relaciones con el Vaticano, echó del país al Nuncio
Apostólico, le aceptó la renuncia a un ministro que estaba “conmovido” por ser
“muy católico” y siguió administrando cosas importantes mientras el clero
puchereaba. Y no pasó nada: los católicos no desaparecieron del mapa, como en
México, Uruguay, Brasil o tantos otros ispas donde la Iglesia no es financiada
por todos.
Con todo el camino transcurrido, suena a poco creíble que
sigamos discutiendo a la Iglesia en cada cosa que hacemos. Para mí no hay
diferencia entre la opinión de un obispo o un empleado público, básicamente,
porque la guita sale del mismo lado: mi bolsillo. Y por si fuera poco, el
obispo tiene una enorme a su favor: nunca necesitará ir a paritarias porque su
salario está atado al sueldo de un juez de primera instancia. Mágicamente, le
aumentan el sueldo a los jueces, le aumentan el sueldo a los obispos.
Un puñado de ladris buscan la foto con el Papa y él termina
diciendo seis meses después que se sintió “usado”. Tres minutos después recibe
a toda la delegación de Cristina –que practicamente tenía un abono en la Santa
Sede– con sus parejas, amantes, amigos, hijos, amigos de los hijos, hijos de
los amigos. Se saca una foto con la remera de La Cámpora mirando a cámara. La
sonrisa debe haber sido para disimular que lo apuntaban con una pistola para
obligarlo.
Luego de que cualquier nabo que pasara cerca de Santa Marta
transmitiera algún mensaje supuestamente dicho por el papafrancisco, Su
Santidad decidió cortar por lo sano y dijo que él no tiene representantes. Uno
tiene sus dudas cuando escucha hablar al Boy Scout de La Alameda, pero si el
hombre de blanco lo dice, puede ser que haya alguna desconexión. Lástima que
luego aparece don Bergoglio en persona y dice estar “preocupado por el clima
social de Venezuela, Brasil y Argentina” y suenan las cornetas, los bombos, y
apretamos el bombo que llegó el carnaval en pleno otoño.
Venezuela…
Según el boy scout cincuentón –lamentablemente, no queda
otra que tomarlo por vocero, ya que nunca, nunca, nunca fue desautorizado–
tanto destrato del Vaticano se debe a que “Macri desairó dos veces al Papa”.
Una, al no viajar a Roma por estar haciendo algo más importante, como la
campaña que lo llevó a la presidencia. La segunda, supuestamente se debió a
negarse a una gestión de Francisco para que Cristina Kirchner accediera a
transmitir el mando como correspondía.
Y acá viene algo más que llamativo entre los pedidos de
Bergoglio y toda la runfla de nuestras primeras líneas políticas: la obsesión
discursiva por el diálogo, por el pedido de poner la otra mejilla. Porque podrá
parecer muy cristiano eso de dialogar entre todos, pero hay personas con las
que no tiene sentido dialogar, porque no vale la pena, o porque si les
garantizaran la impunidad y oportunidad, nos borrarían de la faz de la Tierra.
Si a mi me matan a un ser querido, podrán prometerme el cielo si accedo, que
preferiré una estadía en el infierno a cambio de mandar a la puta que lo mal
parió al asesino. ¿Sonó a mal cristiano? Si un forajido amparado por su
carguito estatal no sólo no se cansa de saquear las arcas públicas, sino que,
encima, me discrimina como adversario político y pretende eliminarme del mapa,
no hay nada que dialogar: sería convalidar su accionar, sería rebajarme y darle
validez a su forma feudal de pensar la vida. Y si suena a mal cristiano, que el
que esté libre de pecado cabecee la piedra por aburrido.
Y todavía creen que todo es una operación de prensa. ¿Cómo
vamos a operar en contra de alguien que nos genera mucho más ingresos con
especiales y merchandising que con el triste papel que está cumpliendo ahora?
Me encantaría recuperar esa imagen de felicidad que tenía en
marzo de 2013, cuando los únicos enojados por el anuncio de Giorgium Marium
Bergoglio eran los kirchneristas que lo vinculaban con la dictadura.
Honestamente, me encantaría recuperar esa sensación de esperanza y de
reconciliación. Pero no se puede, por el momento, y por partida doble: primero,
porque la división del Estado y la Iglesia nos permite reclamar Justicia para
los corruptos sin que ello nos haga quedar como “vengativos que no ponen la
otra mejilla”. Y segundo, porque llevamos 132 años de laicismo como para que
nos digan con qué podemos indignarnos y con qué no. Y más allá de que en los
últimos años acumular dinero ya no debería ser considerado pecado sino milagro,
la guita nunca nos generó culpa porque nos da tranquilidad.
Sin embargo, el hecho de que tengamos a la Iglesia
metiéndose en cosas que no le competen no debería sorprendernos, si acá estamos
todos tan en otra que incluso les prestamos atención cuando no nos queda otra.
Vuelvo al primer párrafo y al tachero, al panadero y a la ministro, debo sumar
a un juez federal que, luego de participar de una charla contra el crimen
organizado coordinada por el amigo del Papa, con presencia de Monseñor Sánchez
Sorondo y varios otros jueces, ahora se suma al viaje al Vaticano. Es el mismo
magistrado al que los propios imputados en una causa por lavado le piden que se
deje de joder y entienda que ellos lavaban guita para Cristina y que dicen lo
obvio: que “no debe perderse de vista que incluso con anterioridad al video
que, según el juez, habría dado pie a una serie de citaciones y procesamientos,
existió otro video periodístico en el cual se observa a distintas personas
retirando cajas con documentación pero, en ese momento, el Sr. Juez nada hizo
al respecto”. ¿Qué hizo el señor Juez para despegarse de la imagen de tipo
funcional al kirchnerismo? Culpó a los medios. Espero que Su Santidad lo reciba
con los brazos abiertos y un Rosario de amianto.
Argentina no está en crisis. Argentina está con los vidrios
sin polarizar y ahora podemos ver lo que siempre tuvimos pero no aceptábamos:
multimillonarios que empezaron su fortuna con la desgracia de quienes fueron
víctimas de las políticas económicas de la última dictadura y que nos
gobernaron haciéndonos sentir culpables por las riquezas que no tenemos y los
muertos que ellos no defendieron; boludos a los que no les jodió que se
cargaran a un fiscal pero piden ni olvido ni perdón a los que sacaron un muñeco
de fibra de vidrio que representa al kirchnerismo hasta el tuétano, ya que fue
sobrefacturado por lo que creen que valía, como si lo hubiera tallado Botero,
dibujado como los índices de la bonanza para acomodar la historia para
justificar el presente, y podrido por dentro. Pibes que no conciben la vida
fuera de Palermo y zurdos con computadoras Apple de 40 lucas cuestionando el
chetaje del Gobierno, laburantes que hace años que viven al día y hoy dicen que
con el kirchnerismo al menos se conseguían aumentos y se olvidan que con el
verso de las paritarias sobre la inflación oficial versus la real nos morfaron
el 60% del poder adquisitivo solo en los últimos tres años. Conformistas
nostálgicos que asumen por normalidad la imposibilidad del acceso a la vivienda
propia sin tener que matar a sus padres heredar, que dicen que con el
kirchnerismo al menos había consumo. Fanáticos que creen que la mejor forma de
diferenciarse del fanatismo kirchnerista es no cuestionar nada, es aplaudir
todo, es justificar cualquier cosa. Pero eso sí, todos bailando alrededor de lo
que dicen autoridades religiosas.
Y así, el panadero, el taxista, la ministro, el juez, el megarzobispo
y su monaguillo de cincuenta años demuestran que buena parte de nuestro país,
sin importar a quién prefieran en el poder, sí saben qué modelo de Estado
prefieren: el que les garantice el monopolio, sea el del transporte, el del
cuartito de milonguitas, o el de la misma religión.
¿Nosotros? Nosotros nos jodemos. Por algo somos clase media,
ese concepto etéreo que nos supone una vaca siempre dispuesta a dar leche en
épocas de vacas gordas para fortalecer a la industria, en épocas de vacas
flacas para levantar a los más necesitados. ¿Nuestros sueños? A esta altura,
que no nos jodan más.
Vernedí. Estas líneas no son de ateo. Son la crítica de un
socio vitalicio del club que quisiera que la comisión directiva se limitara a
cumplir con el reglamento de vez en cuando, como para variar la costumbre.
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