Por Ernesto Tenembaum
El 9 de diciembre del año pasado terminaron doce años de
kirchnerismo en el poder. Por eso es que, a las 0 hs del 10 sonaron bocinazos
en distintas ciudades del país. La tensión política era dramática. Cristina
Fernández se había negado a asistir a la asunción de Mauricio Macri y realizaba
un acto masivo de despedida en Plaza de Mayo. "Macri, basura, vos sos la
dictadura", gritaban sus seguidores.
Sin embargo, en medio de ese
conflicto tan visible, tan duro, ese mismo día, el boletín oficial, controlado
por el kirchnerismo, publicó un dictamen técnico que recomendaba la
adjudicación de una obra de $ 900 millones a favor de Nicolás Caputo, el mejor
amigo del presidente electo. ¿Qué sucedió? ¿Cómo fue posible que alguien
olvidara el conflicto para conceder semejante negocio? Una hipótesis es que la
Argentina se ha transformado, finalmente, en un país de buena gente: Caputo se
presentó, ganó y se lo reconocieron con limpieza, abstrayéndose de cualquier
otro detalle. La otra hipótesis es que existieran vasos comunicantes un tanto
heterodoxos entre Caputo y Julio De Vido y que esas relaciones fueran aun más
fuertes que cualquier cosa que ocurriera entre Mauricio y Cristina.
A fines de enero, Mauricio Macri viajó a Córdoba para
realizar una reunión de Gabinete. En ese contexto, anunció la construcción de
un ambicioso gasoducto. La obra fue adjudicada por el gobierno de José Manuel
de la Sota a tres empresas: Electroingeniería, del palo del gobierno saliente,
la de las represas del Sur; Calcaterra, del primo hermano del nuevo presidente
y Odebrecht, una de las protagonistas centrales del escándalo que sacude al
Brasil. A cada una de ellas se le adjudicó una obra de alrededor de 2500
millones. Que el poder político del peronismo cordobés seleccione al macrista
Caputo y a los kirchneristas de Electroingeniería, y que Macri respalde
personalmente la decisión, refleja que los vínculos económicos quizá no sean
tan tensos como los políticos. Si alguien quiere abundar en ese camino, puede
preguntarse cómo es que Cristóbal López es socio de Federico de Achaval,
miembro de la mesa chica del PRO, en el hipódromo de Palermo. ¿Cristina y
Máximo lo ignoraban o hay cosas que se toleran con naturalidad? ¿Y Macri?
Este domingo hubo otro episodio que unió, al menos en
ciertos procederes, al nuevo poder con el viejo. Una estremecedora
investigación del International Consortium of Investigative Journalism, reveló
que Mauricio Macri figuraba como director de una empresa offshore constituida
por su padre en Panamá, al tiempo que informaba que Fabián Muñoz, el ex
secretario privado de Néstor Kirchner, también había constituido una empresa en
el mismo paraíso fiscal. El padre de Macri, el secretario privado de Kirchner,
unidos por una misma pasión.
La bomba periodística afecta más a Macri que a Cristina por
aquello de los efectos de una mancha más en el tigre. El kirchnerismo se ha
acostumbrado a explicar que la corrupción es un fenómeno natural de la
política, sin demasiado esfuerzo por excluirse de él. Por eso, el daño que le
produce es marginal, en un contexto donde Ricardo Jaime acaba de ir preso, el
hijo de Lázaro Báez es descubierto contando fortunas, Cristóbal no para de
despedir gente y Lázaro corre serios riesgos de ser detenido. El que dice que
es distinto, en cambio, es Mauricio Macri, cuya legitimidad depende, en gran
parte, de que la sociedad suscriba esa idea, mucho más cuando se empiezan a
sentir los efectos sociales negativos del plan económico.
La primera reacción del Gobierno consistió más en despegar
al Presidente que en responder las preguntas obvias que surgen de la
investigación del ICIJ. Macri fue director de una empresa off shore que
funcionó entre 1998 y 2009 y no declaró esa situación durante los dos últimos
años, en los que fue jefe de Gobierno porteño: ese es el argumento central del
escándalo. La Casa Rosada aclaró que se trataba de un emprendimiento del grupo
Socma, para realizar inversiones en Brasil, y que Macri no era propietario sino
que había sido "circunstancialmente nombrado", signifique eso lo que
signifique, como director. Entonces, no declaró nada porque la ley solo lo
obligaba a reconocer aquello de lo que era dueño.
¿De dónde salió la plata?
¿Qué hizo la empresa con ese dinero?
¿Qué compró?
¿Qué vendió?
¿Adónde fue el dinero después?
¿Todo eso está declarado?
¿Cuál era la necesidad de conformar una sociedad en Panamá
si se trataba de una empresa argentina que quería comprar propiedades en
Brasil?
Esas son algunas de las preguntas que el extraño comunicado
de la noche del domingo, de la Casa Rosada, no respondió.
La aparición de Macri en la lista de dirigentes de todo el
mundo que operaron en Panamá golpea al Gobierno por varios lados. En principio,
daña la imagen de contraste con el kirchnerismo que se pretendió construir, al
menos, en el área de la honestidad personal. En milésimas, se disiparon los
efectos esperados por la detención de Ricardo Jaime. En segundo lugar, afecta
la campaña de instalación de imagen del Presidente en el mundo, como alguien
que lidera la creación de una Argentina diferente. En tercera instancia, las
inconsistencias y los silencios presidenciales están destinados a provocar, más
tarde o más temprano, una ruptura en la coalición gobernante. Sería necio no
escuchar, en ese aspecto, las advertencias de Elisa Carrió sobre Caputo y Daniel
Angelici, cuyos contactos con la barra brava de Boca y su capacidad para
manipular la Justicia están descriptos con mucha precisión en La Doce, el libro de Gustavo Grabia que
la líder de la Coalición Cívica acercó a
Tribunales.
Pero, si las cosas no se aclaran como corresponde, puede ser
aún peor. Macri proviene, como se sabe, de uno de los holdings más poderosos de
la Argentina. Nunca. Ni siquiera como candidato, estuvo tan expuesto como
ahora. Su figura se transformó en un imán para distintos medios del mundo. Eso
tiene un costado positivo si se maneja bien, pero puede ser catastrófico si es
que se empieza a explorar el contraste entre los dichos y los hechos, es decir,
si todo eso despierta curiosidad en investigar, por ejemplo, la historia del
papá del Presidente. Al fin y al cabo, fue él quien constituyó la sociedad en
Panamá. ¿No debería ser quien dé una explicación?
En los próximos meses, Macri navegará entre los duros
efectos sociales de su gestión y los desafíos producidos por los periodistas
que se aventuren por la grieta que abrieron los papeles de Panamá. ¿Será cierto
que esa cuenta no se usó para ningún objetivo? ¿Cómo se explica que Néstor
Grindetti, uno de sus colaboradores más cercanos, recibiera un curioso poder para
manejar una cuenta de una offshore y que tampoco, como dice, lo usara? ¿Es una
mera casualidad que ambos recurrieran a paraísos fiscales para no utilizar los
servicios adquiridos?
En 1999, Fernando de la Rúa asumió en remplazo de Carlos
Menem, con la promesa de que se terminaría la fiesta. Pocos meses después,
estallaba la crisis por los sobornos en el Senado, que terminó derribándolo.
Macri no es De la Rúa, no siempre el final es el mismo. En enero de 1991, Menem
enfrentaba, a la vez, una situación económica desmadrada y el swiftgate, un
escándalo que le obligó a cambiar medio gabinete y que implicaba directamente
al cuñado del Presidente en un pedido de sobornos denunciado por la campaña
norteamericana. Menem logró sobrevivir, De la Rúa no.
A su favor, Macri tiene como siempre al kirchnerismo, la
altisonante declaración de Cristina Kirchner es casi un paso de comedia.
Cristina salió indignada a defender una honestidad que solo sus partidarios le
reconocen, a juzgar por la cantidad gigantesca de evidencias sobre la
corrupción que definió los doce años que gobernaron la Argentina ella y su
marido. Ricardo Jaime, por ejemplo, está preso, por una sucesión de desfalcos.
Una de las consecuencias de su accionar fue la muy anunciada Tragedia de Once,
el crimen más terrible que sufrieron los trabajadores argentinos desde la
reinstalación de la democracia. Con Jaime preso, el hijo de Lázaro contando
dinero, el secretario de Néstor con una sociedad offshore, y La Cámpora armando
una manifestación para que no vaya presa, las palabras de Cristina no parecen
demasiado sensatas. El súbito interés de sus seguidores por la corrupción ajena
es muy curioso, cuando es obvio que, cualquier denuncia de este tipo sobre sus
líderes hubiera sido atribuida a la CIA, al mejor estilo de Vladimir Putin.
En cualquier caso, a estas alturas, los problemas de
Cristina son suyos y personales. Los de Macri no, porque es el actual
Presidente y el destino del país, al menos por un tiempo, está atado al suyo
propio.
Macri tiene un origen, un pasado y una red de relaciones que
le pesan y le pesarán mientras dure su gestión: Franco, Daniel, Nicolás, pueden
ser fuente de múltiples disgustos. Si no lo reconoce a tiempo, tal vez la
sucesión de escándalos le generen un costo incalculable. Las irrupciones de
Laura Alonso no parecen el mejor método para evitarlo.
Esa es la advertencia, bastante clara, que surge de los
papeles de Panamá.
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