Por Américo
Schvartzman (*)
1. La escena se recordará por mucho tiempo. Un Congreso
integrado por un 60% de diputados cuestionados judicialmente como corruptos
aprobó el impeachment a una Presidenta cuya decencia nadie cuestiona pero que
ha perdido casi toda su popularidad. El impeachment (impedimento) es un juicio
político. Político, no jurídico. Por eso lo pone en marcha el poder
legislativo.
Las razones no necesitan ser jurídicas o penales. Son políticas
(perdón por la insistencia). Es por eso que en los países en que existe este
mecanismo, las causales suelen ser amplísimas. En la Constitución brasileña
(artículo 85) esas causales incluyen actos (del Presidente) que atenten contra
"la existencia de la Unión", contra "la ley presupuestaria"
o contra "el cumplimiento de las leyes y de las decisiones
judiciales". En la Argentina (artículo 53 de la Constitución) es aun más
amplio: incluye "mal desempeño". Casi cualquier cosa puede ser causal
(en nuestro país, por ejemplo, de regir la disposición brasilera, podría haber
sido motivo de juicio político el incumplimiento de cualquiera de los fallos de
la Corte). Por eso mismo es que se establece una mayoría especial, por lo
general de dos tercios, tanto en la Argentina como en Brasil (y hasta en los
Estados Unidos, que los usaron de verdad solo una vez, antes de House of Cards:
en 1868, aunque faltó un voto en el Senado, y el presidente Andrew Johnson no
fue condenado. Con Nixon no fue necesario: renunció antes).
2. Desde que se trata de un mecanismo previsto en la
Constitución, tiene poco sentido equipararlo con un golpe. Es más, creo que esa
analogía trivializa lo que verdaderamente fueron las interrupciones
institucionales y sus consiguientes dictaduras. Esto –los intentos de juicio
político– deberían ser, le pese a quien le pese, un procedimiento relativamente
normal de nuestras democracias, considerando los gobiernos que hemos tenido...
si los poderes independientes funcionaran como fueron pensados (aquellos de los
“pesos y contrapesos”). ¿Que el objetivo de este mecanismo es sacar del poder a
la cabeza del Ejecutivo? Por supuesto, si para eso se incluyó en la
Constitución. Y aunque se trata de países con presidencias fuertes, hay que
recordar que los tres poderes son cabeza del Estado, no solo el Ejecutivo. En
Brasil, para que este mecanismo prospere deben impulsarlo o aprobarlo dos de
esos poderes. ¿Entonces, la Constitución es golpista? ¿La Constitución atenta
contra… la Constitución? No tiene mucho sentido ¿verdad? Sin embargo, en gran
parte la discusión pasa por qué palabra usar para definir lo que ocurrió en
estas horas.
3. Los que empujaron el impeachment a Dilma (y la abrumadora
mayoría de los legisladores que lo votaron) son horribles. Sin duda. Y ésa es
otra cuestión. El presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, está
denunciado por corrupción, fraude y lavado de dinero. Se lo acusa de haber
recibido millones de coimas que depositó en Suiza. Este buen cristiano
evangelista, dueño de 150 dominios de Internet con la palabra “Jesús”, presidió
todo el debate del impedimento siendo, formalmente, un reo acusado por la
Justicia Federal brasilera. El vicepresidente de Dilma, reelecto junto con
ella, Michel Temer, es un político conservador –del PMDB igual que Cunha– y
también está acusado ante la justicia por los escándalos de corrupción. Más de
la mitad de los legisladores denunciantes de Dilma (38 de 65) aparecen
enchastrados por los escándalos de corrupción. Lo resumió bien Jean Wyllys, del
PSOL, al votar: "Esto es una farsa conducida por un ladrón, urdida por un
traidor conspirador y apoyada por torturadores, cobardes, analfabetos políticos
y vendidos ¡Canallas!”. Lo que no dijo Jean es que Cunha, Temer y la mayoría de
esos "ladrones, traidores y vendidos" eran, hasta hace poco, los
aliados del PT. La casta corrupta de la política brasilera con la que Dilma y
Lula se aliaron para seguir en el poder. Y no con el partido de Wyllys, el
PSOL, que se formó con militantes y dirigentes expulsados del PT por denunciar
en lo que (según ellos) se había convertido esa fuerza política.
4. El hecho de que el Gobierno del PT perdiera en los
últimos años tanto respaldo social como para que esta “farsa" haya sido
posible, debería llevar antes que a nadie al propio PT a reflexionar y
preguntarse los porqués (entre los cuales sus políticas de alianzas no son un
aspecto menor, y deberían incluirse en la lista de graves yerros que hicieron
que el PT sea visto hoy por buena parte de la ciudadanía que antes confió en él,
como un partido más de la corrupta casta política brasilera). El colmo de las
paradojas es que Jair Bolsonaro, el diputado fascista que dedicó su voto al
militar que torturó a Dilma, fue electo por Rio de Janeiro por el PP (el
partido de Paulo Maluf, también acusado de corrupción), un partido conservador
que era aliado del PT hasta hace pocos días. Si el PT no revisa estas
cuestiones, correrá el riesgo de profundizar su extravío, de no volver jamás al
poder y –lo que es peor– de ser el principal responsable de que la izquierda
pierda definitivamente algo que fue bandera de esperanza e inspiración para
muchas personas de todas partes del mundo.
5. El dilema de la izquierda brasilera ante esta coyuntura
da material para mucho debate. Partidos como el PPS, el PSOL o el PSB, que
alguna vez fueron parte de la coalición de Lula, coinciden en sus durísimas
críticas por izquierda al gobierno del PT: más allá de los consabidos
cuestionamientos por la corruptela, desde hace mucho lo acusan de consolidar la
desigualdad, el extractivismo y a la gran burguesía, bajo un discurso
"progre". Sin embargo, tuvieron posiciones diferentes respecto del
impeachment. El PSB (Partido Socialista Brasilero) del fallecido Eduardo Campos
(que fue ministro de Lula y el gobernador electo con mayor porcentaje en
Brasil) votó a favor del impedimento. Lo mismo hizo el PPS (Partido Popular
Socialista, ex PC), que tiene diez diputados. El partido de Jean Wyllys (PSOL,
Partido Socialismo y Libertad), se formó con ex dirigentes del PT y creció,
precisamente, por la sumatoria de ex militantes petistas ante la corruptela del
mensalao. Sin embargo sus cinco diputados votaron contra el impedimento a
Dilma, a cuyo gobierno consideran pésimo, pero entienden que quienes la
destituyen son peores. Gran parte de la izquierda brasilera hace ya tiempo que
no se siente contenida por el PT, cuya gestión cuestionan desde hace años. Y
aunque todos parecían tener claro ese lugar común que advierte que "el
fracaso del progresismo abre la puerta a la derecha", las diferencias
entre ellos estriban en determinar qué sería peor: si poner el pie en la puerta
o ayudar a empujarla. El eterno dilema de la izquierda frente a los gobiernos
populistas: si con ellos se aleja o se acerca a sus objetivos. Un dilema
demasiado parecido a la impotencia de la izquierda argentina.
6. La grieta en versión brasilera es diferente a la
argentina, pero tiene rasgos en común. Uno de ellos es que a ambos lados se
puede encontrar gente decente y consecuente, y también ferviente apoyo ciudadano,
aunque las encuestas indican que en Brasil el desbalance es mucho mayor: solo
uno de cada tres brasileros se expresaba en contra del impeachment. Lo cierto
es que la corrupta dirigencia del país vecino no tiene nombres con aval
ciudadano para completar el mandato de Dilma (Temer no llega al 2% de intención
de voto); y a su vez, en un presidencialismo tan fuerte, parece claro que solo
una elección popular permitiría dar vuelta la página. Por eso el desconcierto
actual, así como la tristeza que não tem fim, no debería llevar a perder de
vista lo que, por ahora, aparece como una tímida propuesta de sectores
minoritarios: "Diretas Já!", es decir elecciones presidenciales
inmediatas. El slogan recupera la consigna con la que los brasileros empujaron
el final de la dictadura, en movilizaciones tan masivas como las que ahora
reclamaban la salida de Dilma. Y comienza a ser planteada por referentes de
ambos lados de la grieta que la ven como la única forma democrática de abrir la
puerta a algo mejor, más esperanzador, más sensato, que sea capaz de conservar
avances y corregir horrores, que la horrible derecha brasilera.
(*) Periodista de El Miércoles Digital. Docente. Licenciado en
Filosofía. Autor de Deliberación o dependencia. Ambiente, licencia social y
democracia deliberativa (Prometeo 2013).
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