Ahora el nivel de un
escándalo solo se mide por su
capacidad de incendiar las redes sociales.
Por Manuel Vicent |
El exabrupto que suelta un personaje ilustre, sea artista o
intelectual; la basura infame que expande un programa de televisión; la idiotez
que emite en una tertulia el pelanas más inane, toda esa excrecencia humana
está irremisiblemente condenada al éxito. Cualquier insulto que lances en público en un momento de
cabreo siempre encontrará un número de oyentes o lectores que estén de acuerdo,
y si eres conocido te abordarán por la calle para felicitarte. Lo que importa hoy es la resonancia. Nada más fácil.
Se han colapsado las centralitas, se decía antiguamente como
prueba del impacto de un suceso; ahora, el nivel de un agravio solo se mide por
su capacidad de incendiar las redes sociales.
La cultura y la política española están pobladas de gente
airada, de cualquier edad e ideología, que compite por ocupar como héroe del
día la plataforma digital a cambio de exhibir las vísceras.
La ira es una corona que sienta muy bien en la cabeza de los
jóvenes, pero nada hay más patético que un viejo cabreado, y mucho más si es un
escritor, intelectual o artista pasado de época, que busca la resonancia
mediática dando lanzadas.
A una edad, la única resonancia favorable es la magnética,
que se utiliza para detectar algún deterioro interior del cuerpo, pero a veces
sucede que uno cree que es cólera contra la injusticia lo que en el fondo solo
es odio enfrascado contra uno mismo al verse tan viejo en el espejo.
La propia imagen deteriorada te obliga a recordar la
seducción, los sueños y el humor perdidos, lo bien que escribías, pintabas,
ligabas cuando eras un joven radical de izquierdas.
Podrías creer que con asaltos coléricos vas a recuperar
protagonismo y resonancia en la Red, pero, lo dicho, un viejo solo debe buscar
la resonancia magnética para descubrir si es odio o frustración lo que arrastra
uno por dentro.
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