Por Tomás Abraham |
Lunes a la mañana
Ayer a la noche veía la votación en Diputados del juicio
político a Dilma Rousseff. Algunas escenas me hacían recordar películas de
Francesco Rossi y Costa Gavras sobre los lados oscuros de la política, de sus
personajes siniestros, pero no por los partidarios de la presidenta, sino de
parte de los que votaban el impeachement.
Montaron un espectáculo grotesco en el que justificaban el
voto por el Sí con actitud de cruzados, gritos de inquisidores y prepotencia de
capataces. La falsedad, la impostura, la caricatura, eran evidentes. Más que
Rossi y Gavras, era Dino Rissi, en lugar de Gian Maria Volonté, mejor Memmo
Carotenuto.
Para nosotros resulta raro y toda una novedad que se deponga
a una mandataria que sin haberse enriquecido sea acusada de corrupción. No
buscó beneficios personales. Destituir a una presidenta por haber dejado hacer
lo que hicieron, y aprovecharon, quienes ahora la denuncian puede ser una
maniobra astuta. Pero no más que eso.
En Brasil parece que no se perdona a nadie, salvo a algunos
fiscales y jueces, que no tienen responsabilidades ejecutivas ni gobiernan. Se
produce así un vacío de poder político, que deja todo su lugar a un llenado de
otro poder, siempre vigente –por más que esté fuera de la pantalla doméstica y
del bocinazo de los medios– monopolizador del ejercicio de una dominación
silenciosa, continua y cruel
El emblema positivista grabado en la bandera verde-amarilla
dice “Orden y Progreso”; convertido en desorden y atraso no augura más
democracia sino menos institucionalidad y más poder basado en la fuerza del
dinero
Pensemos en nuestro país. Es posible que miembros bien
distribuidos de la clase política estén involucrados en negocios sospechados, y
que no puedan explicar de un modo convincente sus correspondientes fortunas. Si
esto fuera así, no ganaría sólo la justicia, sino la violencia. Se condenará a
izquierda y derecha; se buscará un personaje impoluto y transitorio hasta que
se le descubra a él también una mancha en su trayectoria, y lejos de firmarse
un contrato moral, la consecuencia será el quiebre de los pactos de civilidad.
Todo tendrá su precio porque nada vale, Oscar Wilde dixit.
Martes
Hay tres palabras que legitiman la práctica y el discurso
político: relato, ideología y espiritualidad. El relato es la interpretación
que los ocupantes del poder dan de su accionar. Para eso necesitan de un grupo
de relatores (y delatores) que difunden a la vez que amplían el contenido de la
versión elegida. Siempre lo hacen para reforzar el poder de un líder
La ideología tiene una extensión universal. No hay una
ideología detrás de cada gesto ni por cada norma particular. Más allá de
legitimar intereses parciales, su funcionamiento se basa en darle alcance
universal, o natural, a una idea determinada. Ideologías como el liberalismo y
el comunismo elaboran la noción de individuo o de una sociedad sin clases sin
límites de aplicabilidad. Se fundamentan en la naturaleza humana o en el
sentido de la historia. Tienen la garantía de una verdad enunciada en lenguaje
filosófico o científico
Por último, la espiritualidad está referida a una
subjetividad, a los efectos que tiene una creencia en la conducta de los
individuos. Es una noción creada por Michel Foucault para comprender tanto la
sublevación del pueblo iraní en el año 1978 para expulsar al sha Reza Pahlevi,
como la de los mártires cristianos en los comienzos de nuestra era
Miércoles a la noche
Hay quienes no entienden cómo es posible que los
kirchneristas o cristinistas puedan seguir apoyando al movimiento después de
las innumerables denuncias de corrupción que se hacen diariamente.
Las explicaciones oscilan en comprender el hecho destacando
el cinismo, o la ingenuidad y los réditos materiales de quienes sostienen la
fe. No incluyen la espiritualidad, lo que es un error. El kirchnerismo no
hubiera impactado como lo hizo sin el apoyo de Madres y Abuelas, es decir, con
la figura del desaparecido. La víctima absoluta.
Es lo que permitió que gente de la generación del 70 expiara
culpas por haber sobrevivido a sus compañeros, y que se revitalizara con una
nueva juventud. Además de permitir otras cosas.
Pero la espiritualidad tiene un condimento místico que
aplicado a la política no se agota en el dolor y en la decisión de ofrecer la
vida en nombre de un ideal. Suele continuarse en el odio y en el resentimiento.
Y eso es lo que lamentablemente se percibe en quienes en nombre de la adoración
de una figura sacralizada lo que en realidad vierten es su cuota de bilis mal
digerida. La necesidad de un enemigo al que odiar.
Tampoco debemos descartar un elemento actoral en la
sobreactuación que se puede percibir en quienes gritan su fervor por un jefe o
jefa. Es un fenómeno de autosugestión y de autocomplacencia que se presenta
como militancia pasional. Abunda en nuestro medio, es artificial, forzada, pero
crónica. Deja huellas.
Jueves
Después de cuatro meses la ex presidenta ha resuelto liderar
la batalla política contra el Gobierno. Quiere tener la iniciativa de dividir
las aguas. De algún modo modifica el escenario por convertirlo en una opción a
favor o en contra de uno de los campos enfrentados. Quienes critiquen al
Gobierno serán acusados de favorecer el retorno del anterior. Profundiza la
brecha y debilita al país.
Viernes
La palabra “ciudadano” en boca de Cristina Fernández
equivale a la que empleó en vísperas de su primera candidatura cuando prometía
“calidad institucional”.
Estos nuevos deseos republicanos no parecen ir más allá que
los anteriores. Apenas asumió su primera presidencia ante la crisis del campo,
ella con sus seguidores acusaron a las asociaciones rurales de oligarquía
golpista, y a todos los mentados ciudadanos que criticaron al gobierno de
destituyentes, esclavos de la corpo, traidores a la patria y enemigos.
Su “frente ciudadano” es otra muestra de oportunismo en
alguien para quien la única “calidad” respetable es la extorsión y la censura
de disidentes, el manejo discrecional del dinero público, el espionaje interno,
el enriquecimiento personal a costa de contribuyentes, y la subordinación bajo
amenaza de castigo de los integrantes de su propio movimiento
© Perfil
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