sábado, 16 de abril de 2016

Reina de la selva

Coherencias y dislates en torno al regreso estelar de Ella. 
El Gobierno se mete en más problemas.

Por Roberto García
Postales africanas, paisaje subdesarrollado. Con Tarzán incluido, monos, chimpancés, gorilas y, por supuesto, la reina de la selva. 

Con inflación y pobres,  denuncias y delaciones, vociferantes tribus émulas de los tutsi y los hutu, alguna remembranza de Bokassa y las rutas dinerarias de un  emperador saliente con un emperador presente. 

Con una ex mandataria sesentona que aún se atreve a las calzas y se esmera para no padecer el título invertido De la cárcel al poder, famoso libro del siglo pasado con desventuras de algunos líderes del Africa. Tal el derrumbe.

En su esfuerzo, la dama reitera una frase universalmente femenina: “No me van a callar”. Aunque, ante los jueces, se niega a declarar, menos ante una audiencia menos exigente, sobre acciones no habituales de un presidente o ex. La acompaña un núcleo activista de adherentes que otros colegas políticos, con envidia, son incapaces de reunir a pesar de que las encuestas los favorecen. Ni preguntan por ciertas conductas de su adorada. Disponen en la calle de tal preeminencia que son parapoliciales en la custodia de la mujer y, de paso, amedrentan ciudadanos ante un Estado inscripto en la nube de Valencia (cita popular para cambiar de geografía y no empecinarse con penurias del continente negro). 

Curioso fenómeno de la movilización cristinista que, además, provoca y despotrica contra la “maldita clase media” –como ocurrió en las vecindades de la Recoleta donde Ella pernocta–, fanáticos que se supone luchan para que los sectores menos prósperos se conviertan en clase media. Como pasó con Yrigoyen y Perón en sus primeros mandatos, a quienes dicen reivindicar cada vez que están en aprietos.

Tan raro como la facultad platense que decretó asueto a sus alumnos para acompañar a la dama en su inicial Vía Crucis de esta semana, el mismo instituto que sin sonrojarse premió con igual cocarda a Jorge Lanata y a Hugo Chávez. Delicioso.

Tanto como un gobierno que se prescinde de su responsabilidad en la vía pública –y en la protección de magistrados–invocando en su apartamiento una alternativa pacífica a la violencia posible de quienes ocupan territorio, imponen sus reglas de circulación, tránsito o vida. Como si la Casa Rosada no estuviera a cargo de ese respeto, a ver si alguien cree como afirma el cántico de los cristinistas: “Macri, basura, sos la dictadura”. Para el psicólogo.

Dice el oficialismo, en su fuga política, que esos actos son “desafortunados”, no responden a la modernidad de su administración, pareciera que  no importaran para la convivencia general. Cultores de la pasividad oriental, tal vez. No está ese genoma en los gobiernos de Francia, Alemania, EE.UU., menos en Rusia o China, atrasadísimos claro.

Por la aplicación de ese criterio, si hay  culpa por los excesos en  la concentración K, ésta le corresponde al inoportuno juez que convocó a la ex presidenta para responder por presuntos delitos.  Exótico. E incongruente, como la suposición de que las redes sociales informaban con más penetración que los diarios u otros medios en decadencia, eran suficientes para aletargar protestas, instalar y proteger a Mauricio Macri.

Por último, advirtieron que ese servicio proviene del auxilio que le brindan determinados simpatizantes de la comunicación, no en vano Cristina –en su discurso– recurrió al anatema contra Clarín, grupo al que le endosa las miserias por las cuales la investigan junto a su hijo. 

Aunque la lluvia –dicen– no los moja, Macri apeló con urgencia a ciertos problemas sociales que le imputa su antecesora: superaron a María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires, que pidió asistencia extraordiaria, se anuncian planes para los más vulnerados por la crisis, luego de tres meses y pico de desatención, hace diez días se integró por primera vez un gabinete social. Si hasta es posible que esta nueva corriente, ocupe otro espacio en la Administración y modifique algunos proyectos.

Cuando se pensaba, a la reciente salida del default que festejan en un círculo cerrado –aunque incida en toda la sociedad– en una estabilización económica más severa, ya se escuchan revisiones a ese pensamiento, se desvían de cierto saneamiento ortodoxo. Ya se torna difícil una recomendación sugerida por Barack Obama hace apenas 15 días como reproche al tiempo perdido desde la asunción de Macri  (“Si hay algo doloroso por hacer, siempre conviene hacerlo rápido”) que  se insista en reducir el déficit en forma más radical, achicar el gasto a cero, contener las paritarias del sector público (l0 y l5% en todo el año), cerrar contribuciones ineficientes o ramales, mantener la sequía monetaria con tasas del 40% que enlutan a la economía real y, eventualmente, más despidos por falta de actividad. 

Entonces quizás cambien, como la sigla del partido, recuperando los consejos de Jaime Duran Barba: no es negocio que Macri sea el presidente del ajuste. Quizás un efecto no deseado por las críticas de Cristina y la resistencia de un peronismo que no la sigue, pero que tampoco se allanará al oficialismo para dejar que Ella se nutra con el malhumor de la gente afectada por la estanflación. Hoy todos se cuidan.

Escándalo. Por si no alcanzaran estos vaivenes, tampoco el macrismo se puede excluir de los escándalos, aunque repita “no somos lo mismo que los que estaban antes”. Julio de Vido ya salió a decir que el capitalismo de amigos contemplaba a los amigos del Presidente y, como es público, no se mostraron los elementos probatorios que desembarazan a Macri del affaire Panamá Papers.

Inclusive, hasta faltaron explicaciones idóneas, que parecen imprescindibles para un país incierto en el que Zaffaroni y Kicillof aseguran sin reparos que las tremendas pérdidas sufridas por el dólar futuro corresponden a quienes pagaron esa deuda obligada, no por sus autores. Se han ofendido, dicen, por la devaluación de Macri y olvidan que meses antes Cristina también devaluó. Aseguran con soltura que lo del dólar futuro fue una medida económica –como la impresionante y gravosa  emisión del año pasado– pero no pueden explicar la razón por la cual nadie, ni uno de ellos siquiera, partenaires o compinches, hizo lo mismo que el Banco Central de la ex mandataria. Como si no hubiera una sola persona en la Argentina o en el mundo  que creyera que esa operatoria sería beneficiosa, que rendiría dividendos y no pérdidas extraordinarias. 

Tal vez no haya delito en ese ejercicio, ya que el derecho abre compuertas inverosímiles, que la insensatez practicada no haya sido ilegal, pero es obvio que fue inmoral. Y que nadie votó a los pródigos para dilapidar la plata de los otros. Es, de lejos, la causa menos comprometida de Cristina, pero la que empieza a mostrar en su displicente soberbia que Africa no está tan lejos.

© Perfil

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