Coherencias y
dislates en torno al regreso estelar de Ella.
El Gobierno se mete en más
problemas.
Por Roberto García |
Postales africanas, paisaje subdesarrollado. Con Tarzán
incluido, monos, chimpancés, gorilas y, por supuesto, la reina de la selva.
Con
inflación y pobres, denuncias y
delaciones, vociferantes tribus émulas de los tutsi y los hutu, alguna
remembranza de Bokassa y las rutas dinerarias de un emperador saliente con un emperador presente.
Con una ex mandataria sesentona que aún se atreve a las calzas y se esmera para
no padecer el título invertido De la cárcel al poder, famoso libro del siglo
pasado con desventuras de algunos líderes del Africa. Tal el derrumbe.
En su esfuerzo, la dama reitera una frase universalmente
femenina: “No me van a callar”. Aunque, ante los jueces, se niega a declarar,
menos ante una audiencia menos exigente, sobre acciones no habituales de un
presidente o ex. La acompaña un núcleo activista de adherentes que otros
colegas políticos, con envidia, son incapaces de reunir a pesar de que las
encuestas los favorecen. Ni preguntan por ciertas conductas de su adorada.
Disponen en la calle de tal preeminencia que son parapoliciales en la custodia
de la mujer y, de paso, amedrentan ciudadanos ante un Estado inscripto en la
nube de Valencia (cita popular para cambiar de geografía y no empecinarse con
penurias del continente negro).
Curioso fenómeno de la movilización cristinista que, además,
provoca y despotrica contra la “maldita clase media” –como ocurrió en las
vecindades de la Recoleta donde Ella pernocta–, fanáticos que se supone luchan
para que los sectores menos prósperos se conviertan en clase media. Como pasó
con Yrigoyen y Perón en sus primeros mandatos, a quienes dicen reivindicar cada
vez que están en aprietos.
Tan raro como la facultad platense que decretó asueto a sus
alumnos para acompañar a la dama en su inicial Vía Crucis de esta semana, el
mismo instituto que sin sonrojarse premió con igual cocarda a Jorge Lanata y a
Hugo Chávez. Delicioso.
Tanto como un gobierno que se prescinde de su
responsabilidad en la vía pública –y en la protección de magistrados–invocando
en su apartamiento una alternativa pacífica a la violencia posible de quienes
ocupan territorio, imponen sus reglas de circulación, tránsito o vida. Como si
la Casa Rosada no estuviera a cargo de ese respeto, a ver si alguien cree como
afirma el cántico de los cristinistas: “Macri, basura, sos la dictadura”. Para
el psicólogo.
Dice el oficialismo, en su fuga política, que esos actos son
“desafortunados”, no responden a la modernidad de su administración, pareciera
que no importaran para la convivencia
general. Cultores de la pasividad oriental, tal vez. No está ese genoma en los
gobiernos de Francia, Alemania, EE.UU., menos en Rusia o China, atrasadísimos
claro.
Por la aplicación de ese criterio, si hay culpa por los excesos en la concentración K, ésta le corresponde al
inoportuno juez que convocó a la ex presidenta para responder por presuntos
delitos. Exótico. E incongruente, como
la suposición de que las redes sociales informaban con más penetración que los
diarios u otros medios en decadencia, eran suficientes para aletargar
protestas, instalar y proteger a Mauricio Macri.
Por último, advirtieron que ese servicio proviene del
auxilio que le brindan determinados simpatizantes de la comunicación, no en
vano Cristina –en su discurso– recurrió al anatema contra Clarín, grupo al que
le endosa las miserias por las cuales la investigan junto a su hijo.
Aunque la lluvia –dicen– no los moja, Macri apeló con
urgencia a ciertos problemas sociales que le imputa su antecesora: superaron a
María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires, que pidió asistencia
extraordiaria, se anuncian planes para los más vulnerados por la crisis, luego
de tres meses y pico de desatención, hace diez días se integró por primera vez
un gabinete social. Si hasta es posible que esta nueva corriente, ocupe otro
espacio en la Administración y modifique algunos proyectos.
Cuando se pensaba, a la reciente salida del default que festejan
en un círculo cerrado –aunque incida en toda la sociedad– en una estabilización
económica más severa, ya se escuchan revisiones a ese pensamiento, se desvían
de cierto saneamiento ortodoxo. Ya se torna difícil una recomendación sugerida
por Barack Obama hace apenas 15 días como reproche al tiempo perdido desde la
asunción de Macri (“Si hay algo doloroso
por hacer, siempre conviene hacerlo rápido”) que se insista en reducir el déficit en forma más
radical, achicar el gasto a cero, contener las paritarias del sector público
(l0 y l5% en todo el año), cerrar contribuciones ineficientes o ramales,
mantener la sequía monetaria con tasas del 40% que enlutan a la economía real
y, eventualmente, más despidos por falta de actividad.
Entonces quizás cambien, como la sigla del partido,
recuperando los consejos de Jaime Duran Barba: no es negocio que Macri sea el
presidente del ajuste. Quizás un efecto no deseado por las críticas de Cristina
y la resistencia de un peronismo que no la sigue, pero que tampoco se allanará
al oficialismo para dejar que Ella se nutra con el malhumor de la gente
afectada por la estanflación. Hoy todos se cuidan.
Escándalo. Por si no alcanzaran estos vaivenes, tampoco el
macrismo se puede excluir de los escándalos, aunque repita “no somos lo mismo
que los que estaban antes”. Julio de Vido ya salió a decir que el capitalismo
de amigos contemplaba a los amigos del Presidente y, como es público, no se
mostraron los elementos probatorios que desembarazan a Macri del affaire Panamá
Papers.
Inclusive, hasta faltaron explicaciones idóneas, que parecen
imprescindibles para un país incierto en el que Zaffaroni y Kicillof aseguran
sin reparos que las tremendas pérdidas sufridas por el dólar futuro
corresponden a quienes pagaron esa deuda obligada, no por sus autores. Se han
ofendido, dicen, por la devaluación de Macri y olvidan que meses antes Cristina
también devaluó. Aseguran con soltura que lo del dólar futuro fue una medida
económica –como la impresionante y gravosa
emisión del año pasado– pero no pueden explicar la razón por la cual
nadie, ni uno de ellos siquiera, partenaires o compinches, hizo lo mismo que el
Banco Central de la ex mandataria. Como si no hubiera una sola persona en la
Argentina o en el mundo que creyera que
esa operatoria sería beneficiosa, que rendiría dividendos y no pérdidas
extraordinarias.
Tal vez no haya delito en ese ejercicio, ya que el derecho
abre compuertas inverosímiles, que la insensatez practicada no haya sido
ilegal, pero es obvio que fue inmoral. Y que nadie votó a los pródigos para
dilapidar la plata de los otros. Es, de lejos, la causa menos comprometida de
Cristina, pero la que empieza a mostrar en su displicente soberbia que Africa
no está tan lejos.
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