Dibujo de Nicanor Parra |
Por Darío Acevedo
Carmona
Si la política es dinámica, entonces hemos de aceptar que
las nociones que la constituyen también son dinámicas. Uno de los temas más
importantes en cualquier sistema, doctrina, corriente u organización pública
moderna es el atinente a su ubicación en el espectro político.
Los franceses, en plena agitación revolucionaria,
inauguraron un sistema clasificatorio que pervive hasta el presente. En la
Asamblea Nacional los diputados más moderados se sentaban en el lado derecho
del recinto parlamentario, eran los girondinos. A la izquierda se sentaban los
más radicales, los jacobinos.
De ahí en adelante la díada izquierda-derecha ha sido
enriquecida y envilecida. Todavía en algunos países se utiliza la designación
para denigrar al adversario y para descalificarlo moralmente. La pregunta en
relación con cuándo una persona o movimiento político es de derecha o de
izquierda se sigue planteando desde inquietudes teóricas hasta para satisfacer
pasiones y ánimos militantes.
La distinción se ha hecho cada más difícil de precisar. Los
temas usados para aclarar qué significa ser de derecha y qué ser de izquierda
han girado en torno, por ejemplo, a si se es partidario o no de la democracia,
si se defiende la idea de libertad o no. Las nociones de democracia, libertad,
orden, tradición, justicia e igualdad siempre han sido parte del debate.
El filósofo italiano Norberto Bobbio en el libro Derecha e izquierda, que recomiendo
ampliamente, sobre todo a la respetable intelectualidad colombiana, se ocupa de
mirar los problemas nada simples de aplicar esta díada de manera superflua y
sectaria. Definir es acotar para llegar a algún consenso.
Bobbio concluye que hoy en día derecha e izquierda
encuentran su punto nodal de diferencia en la manera como se asume el tema de
la igualdad social. Los referentes arriba mencionados ya no sirven para
establecer quiénes son de una u otra tendencia. Los ejemplos abundan en las
democracias occidentales en las que movimientos de diferente estirpe y
tradición defienden todos esos valores. Sólo en el énfasis y la importancia que
se le prodigue al problema de la igualdad social es donde todavía se encuentran
diferencias claves para designar con algún nivel de acierto quién es de derecha
y quién de izquierda. Entre las reflexiones a destacar en el texto la siguiente
es digna de tener en cuenta en el día a día de la política: “Cuando se atribuye
a la izquierda una mayor sensibilidad para disminuir las desigualdades no se
quiere decir que ésta pretenda eliminar todas las desigualdades o que la
derecha las quiera conservar todas, sino como mucho que la primera es más
igualitaria y la segunda más desigualitaria”. Aclara y confunde, pero nos sitúa
en un gran valor común a la mayoría de humanos, la búsqueda de la igualdad. Los
numerosos matices que encontramos en su abordamiento surgen de inquietudes
acerca del cómo, con qué recursos, a quiénes, con cuáles criterios, etc., se
busca generar igualdad, pues resulta que, para poner un ejemplo manejado con
maniqueísmo como propio de la derecha, el de la economía de libre mercado, hay
casos exitosos de enriquecimiento y progreso de los países y otros en los que
ha sido un desastre su implementación.
La moderación que la democracia moderna ha propiciado en las
tendencias políticas contemporáneas es lo que nos permite entender que
gobiernos considerados de izquierda y de derecha estén aplicando recetas de
ortodoxia fiscal y recorte del gasto público —indicador de igualdad— para
superar la actual crisis de la economía mundial, que gobiernos de izquierda
estén sacando de la pobreza a millones de personas con la economía de libre
mercado y que, en otras épocas, gobiernos de derecha hayan propiciado políticas
de mejoramiento que tendían hacia una mayor igualdad y bienestar colectivo como
la educación y la salud.
Donde Bobbio encuentra que hay lugar a alarma en los
espacios de lucha política es cuando aparecen tendencias extremistas. Lo que
identifica a todos los extremistas, según Bobbio, es, en primera instancia, su
rechazo a la democracia y a la libertad en nombre de la dominación absoluta de
unos sobre otros en torno de causas supremas. Caben aquí los partidarios de
todo tipo de dictaduras, que las hay y ha habido de extrema derecha como el
régimen nazi, el fascista y el falangista, y de extrema izquierda como el
régimen comunista soviético. La invocación del orden, la autoridad, la
tradición, la disciplina, la moral, la religión, entre otros valores, ya no
sirven como antes para ubicar políticamente. Pero, vale una precisión, el
argumento moral desde el cual rechazamos cualquier tipo de dictadura, sea la de
Pinochet o la de los Castro, es el relativo al de la ilegitimidad desde la que
se generan esos poderes absolutos. Derecha e izquierda coinciden en los
términos de condena.
Hay muchas izquierdas y muchas derechas, dice Bobbio, pero
lo que debe quedar claro es que ninguna es superior natural, ética y
racionalmente a la otra. Incluso se acercan y hacen causa común. En Francia,
por ejemplo, según el diario Le Figaro,
una encuesta reciente revela el deseo de 79% de la población de que la crisis
económica sea afrontada de forma común por una alianza entre izquierda y
derecha.
La actitud favorable de algunos círculos críticos de las
negociaciones de paz en La Habana demuestra que esas coincidencias suelen
ocurrir aun en ambientes muy crispados. No todos los que aplauden ese intento
son de izquierda. Por lo mismo, carece de lógica tildar a los críticos de
derechistas o peor, de extremoderechistas, ya que las críticas no se formulan
desde una negación de la libertad o la democracia ni de otros preciados valores
de nuestra sociedad como la justicia y la búsqueda de la paz. La idea según la
cual el Estado debe imponer las condiciones de la negociación, no para aplastar
a quienes se fueron a las armas, sino para afianzar la democracia, la justicia
y la libertad, es legítima y no tiene asomos totalitarios ni pretende el establecimiento
de una dictadura de clase, raza, nación o religión. La paz así entendida no es
de derecha ni de izquierda, es un ideal común a los demócratas de ambas
tendencias.
En el campo de los extremos políticos nos topamos con una
versión tipo lumpen. Movimientos y regímenes cuyos discursos ya no hacen
énfasis en valores e ideales sino que sobresalen por el despliegue de la fuerza
bruta, la arbitrariedad, las amenazas contra sus críticos, los insultos. Son
discursos cuya pobreza ideológica se intenta solapar con el amedrentamiento, el
trato soez, la violación flagrante de la legalidad democrática y de la que
ellos mismos han establecido. Es lo que podríamos llamar el comunismo o el
fascismo ordinario. El Haití de Duvalier, la Nicaragua de Somoza, la Cuba de
los Castro, la Corea del Norte de los Kim, y no dudemos, la Venezuela de Maduro
y Diosdado.
La díada derecha-izquierda está vigente, pero es menester
tener en cuenta el contexto histórico en que se estudia y se aplica para comprender
el significado apropiado y evitar el maniqueísmo. Y para entender que hoy esa
distinción ha pasado a segundo plano, en cuanto diversas tendencias y matices
coinciden en la defensa de la democracia, la libertad, la justicia, aunque
puedan tener diferencias de tono en relación con la igualdad.
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