domingo, 10 de abril de 2016

Mani Pulite: Macri danza con el Diablo

El presidente ingresa en un proceso de consecuencias impredecibles, en medio de un ajuste económico.

Por Ignacio Fidanza
No tiene importancia asignar porcentajes a los factores que detonaron el incipiente proceso de Mani Pulite que vive la Argentina. ¿Fue una maniobra alentada por la Presidencia para tapar el caso de los Panamá Papers? ¿La sobreactuación en defensa propia de jueces corruptos, que durante años pisaron las causas que ahora aceleran? ¿Una respuesta al prístino republicanismo que se apoderó de Macri y el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti?

Son todas preguntas menos interesantes que indagar sobre la evolución posible del proceso iniciado. La Argentina de Macri está ingresando en el nudo más complejo – e irresuelto- de la teoría política: ¿Cómo construir un sistema de justicia independiente del poder, que en el camino no derribe la estantería?

Es un debate que tiene además el atractivo de plantear preguntas muy incorrectas para almas simples y bienintencionadas: Los malos, los que roban, los que abusan, tienen que ir presos y sólo con eso ya tenemos un mundo mejor. El problema es que el Diablo está en los detalles: ¿Qué es robar? ¿Un sobreprecio en la obra pública?: Por supuesto. ¿Un sofisticado derivado financiero que metió a la economía global en una de las crisis más graves de la historia, destruyendo el futuro de millones de vidas? No está claro.

La revista The Economist, una publicación que simboliza los ideales republicanos y libremercadistas de Occidente, acaba de plantearse en su última edición algunos de estos interrogantes. Tomando el caso de Brasil, advierte que la caída de Dilma puede envenenar la política brasileña durante años, así como llevado a sus extremos, el proceso abierto por el juez Sergio Moro requiere no sólo el procesamiento de Dilma y su vice, sino de prácticamente todo el Congreso. La pregunta es obvia: ¿En dónde se apoya entonces el sistema para superar la crisis? Una nueva elección. Perfecto, pero la historia reciente advierte que los vacíos de poder, el hastío generalizado, son el escenario propicio para que surjan los Berlusconi, los Trump, los Kirchner, los Chávez, que se quedan con todo. ¿O ya nos olvidamos que Kirchner y Chávez fueron la aclamada renovación que surgió tras la implosión de los sistemas políticos de Venezuela y Argentina?

Leones con piel de oveja a los que habrá que aplicar un nuevo Mani Pulite y así la historia se vuelve circular.

Mal momento para improvisar

Macri debería repasar con muchísima atención la experiencia de Fernando de la Rúa. La amnesia es un deporte nacional, pero no le está permitido al Presidente.

Lo único que no puede hacer el Presidente ante una situación tan delicada como la que se despliega en estos momentos, es dejarse arrastrar por los acontecimientos. Las frases hechas sobre la independencia judicial –que es bueno recordar se trata de un ideal extremo que la política, por suerte, viene problematizando hace siglos para evitar la tiranía de los jueces-, son buenas para decir a los columnistas de los domingos, pero no sirven como programa para un Gobierno que deberá lidiar con las consecuencias reales del proceso.

Es por eso que el gobierno de Macri dice una cosa, pero mantiene en operaciones a Daniel Angelici. El problema no es Angelici, el problema son las contradicciones. Por eso miremos De la Rúa, no como comparación sino como aprendizaje.

Ahora como entonces, tenemos un ala de la coalición del oficialismo que viene con una agenda de lucha contra la corrupción como eje central, una idea ajena a Macri, que está centrado en el reordenamiento económico y que la Argentina vuelva a crecer, un anhelo mayoritario por otro lado. Ahí está Brasil para recordarnos que las crisis políticas no son neutras: El año pasado su economía tuvo una histórica contracción del 4 por ciento que podría repetirse este año.

Como sea, el honestismo como idea política es la posición que visibiliza Lilita Carrió, pero que la excede y que incluye a factores de poder real –esos que se fortalecen con un sistema político débil- y tal vez algún interés geoestratégico. ¿Está equivocada entonces Carrió? No. La corrupción es una lacra muy extendida en la Argentina, que ha lastrado buena parte de los procesos mejor encaminados de nuestra historia. No hay respuestas fáciles para la situación actual.

Por eso, Macri puede hacer casi todo menos una cosa: No tener una idea clara sobre cómo se entra y como se sale de este proceso. Hoy lo que se ve, como entonces, son contradicciones. Entre un ala que agita el Mani Pulite y otra que busca atemperarlo. Pero sin coordinación. Esto envía mensajes confusos a la política, que puede ingresar en un peligroso círculo de paranoia y vale todo.

Estamos en la puerta de una situación estilo tiroteo en la cantina, donde todos les tiran a todos y al final sólo se salva el cantinero. ¿Quién será el próximo cantinero?

El tema da para mucho más que una columna y se podría analizar porqué, por ejemplo, las mismas potencias que nos alientan a ser implacables con la corrupción, protegen a sus ex presidentes hasta con indultos, como ocurrió en el caso de Nixon.

Macri tiene hoy un margen de maniobra macroeconómica más holgado que De la Rúa. Pero tampoco le sobra mucho. La opción que plantean algunos destacados analistas es pertinente pero no es en rigor una opción: ¿Cuánto conflicto puede tolerar la sociedad para terminar con la impunidad? ¿Impunidad o despelote?, se pregunta Marcos Novaro en La Nación.

Visto desde la Presidencia la respuesta es obvia: El único lujo que no puede permitirse un Gobierno es el caos. De hecho atenta contra su propia denominación. Pero el mérito de Novaro es que su pregunta lleva a otra más pertinente: ¿Cómo se reduce la corrupción en países tan corruptos como la Argentina, donde permea todos los estamentos, sin llevarse puesto el sistema?

Esa es una buena pregunta para Macri.

© LPO

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