Por Jorge Fernández Díaz |
Levantaron el cepo judicial y ahora hasta las tortugas
vuelan. Éste es el verdadero hito de la política argentina: por primera vez en
tantos años de democracia, el Poder Ejecutivo afloja el torniquete de
protección propia y ajena, y avisa que por sus fallos o diligencias ningún juez
o fiscal ascenderá o perderá su carrera, ni sufrirá chantaje de inteligencia ni
hostigamiento mediático. La liberación de estas fuerzas oportunamente dormidas
es tan huracanada que los propios hombres del frente Cambiemos pueden caer bajo
las fatales ruedas del tren de la historia; hoy ni siquiera los inocentes
pueden dormir tranquilos.
Sin esa decisión crucial, Macri no permanecería
imputado, Lorenzetti no recitaría tardíamente el Nunca Más de la impunidad, los
magistrados no apurarían las causas aletargadas y no estaríamos experimentando
este virtual mani pulite a la criolla
que podría incluso arrollar a Cristina Kirchner: ayer mismo fue también
imputada.
Es cierto que toda esta eclosión se combina con la denuncia
mundial de un heroico puñado de periodistas independientes, pero admitamos que
si el nombre de la gran dama hubiera aparecido en la lista de los paraísos
fiscales (como sucedió con su amigo Putin y su enemigo Cameron) ella no habría
pronunciado una sola palabra ni dado ninguna explicación a la sociedad, los
reporteros habrían sido atacados como agentes del imperialismo y ningún fiscal
se habría atrevido a imputar en tiempo récord a la doctora sin pensar aunque
sea un poquito en el destino trágico que sufrió su colega Alberto Nisman.
El periodismo, acusado por los relatores kirchneristas de
ser la "nueva derecha" y el ariete de los "poderes
concentrados", acaba de producir el mayor golpe de los últimos 50 años
contra el capitalismo financiero y sus tramas oscuras, y lo ha hecho sin
discriminar entre dirigentes de izquierda o derecha, republicanos o populistas.
En la Argentina, es la "corpo" (La Nación y El Trece) y no la prensa
militante la que conduce este gran deschave: si Hugo Alconada Mon descubriera
que su madre opera ilícitamente en Panamá, escribiría una nota de 100 líneas
para denunciarla. A esto se agrega que de pronto las investigaciones de Omar
Lavieri sobre Jaime y de Jorge Lanata sobre Báez tienen por primera vez una
correlación precisa y concreta en Comodoro Py, y entonces resulta que ninguno
de los dos vendía humo (como propalaban creyentes y mercenarios del régimen
cristinista), sino que efectivamente desnudaban incendios reales y pavorosos.
El tercer factor de esta guerra de las galaxias que ya nadie
controla es, por supuesto, la demanda social, pero no es nueva: ya se sabe que
la época de vacas flacas no se lleva bien con la corrupción de los poderosos.
El avieso mito de la persecución kirchnerista a la manera de la Revolución
Libertadora estalla también en mil pedazos: aquí no se salvan peronistas,
radicales, liberales ni socialdemócratas. Al que patina, lo velan. Por eso a la
argumentación del revanchismo selectivo siguió sin solución de continuidad la
teoría implícita de "todos somos iguales, nadie puede tirar la primera
piedra". Y por supuesto a la súbita preocupación por la ética pública de
quienes durante 12 años encubrieron la venalidad del Estado y hasta la
justificaron en la construcción de la "burguesía nacional" y en la
necesidad de hacer caja para el "proyecto emancipador". Dicho sea de
paso: si Néstor viviera, ¿dónde estaría? ¿En los pabellones de Ezeiza junto a
sus dos más estrechos amanuenses?
Las revelaciones del Panamá Papers confirman el fenómeno de
WikiLeaks y constituyen el principio del fin del secretismo. En mayo el
Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación pondrá ante los ojos de
la opinión pública mundial todos y cada uno de los documentos sobre 240.000
sociedades ya identificadas por sus vínculos políticos, por ser corporaciones
bajo sospecha o por realizar actividades non
sanctas.
En la era digital se acabaron la confidencialidad y el
encriptamiento. El asunto es inédito y no está exento de claroscuros: el precio
de la transparencia total es que a veces pagan justos por pecadores. En esa
enorme pecera hay evasores fiscales y lavadores de dinero, pero también
empresarios honestos que abren esas firmas para operar en el exterior, emitir
deuda, movilizar fondos y tributar menos, todas actividades estrictamente
legales. Discriminar entre unos y otros puede llevar mucho tiempo, y la
exposición mediática erosiona las reputaciones. Los especialistas aseguran que
la mayoría de las grandes compañías nacionales han abierto offshores y que muchos ahorristas de porte han utilizado esa vía
para protegerse de los cataclismos cíclicos provocados por la economía
vernácula y el continuo repudio a nuestra moneda: hiperinflaciones,
megadevaluaciones, confiscaciones, corralitos, cepos y ruptura sistemática de
las reglas. Calculan que los argentinos tienen en el exterior cerca de 400.000
millones de dólares: la mitad está ajustada a derecho; el otro cincuenta por
ciento no lo habría declarado al fisco. Mossak Fonseca es apenas uno de los
cinco grandes estudios dedicados a estas operatorias, y es dable pensar
entonces que a este desparramo seguirán otros.
El tema conviene tangencialmente al gobierno de Cambiemos,
que intentará lanzar en breve un blanqueo fundamental y utilizar esos fondos en
obras de infraestructura. Esta vez a la tentación de un país más previsible se
sumará el pánico a filtraciones globales y a consecuencias jurídicas directas,
un buen acicate para repatriar los billetes que huyeron de noche y por la puerta
de servicio.
El grupo Socma no debe ser una excepción en el empresariado
local; carga con todos los vicios y prejuicios de ser más argentino que el ojo
de bife. Este Mauricio Macri de hoy lucha biológica y culturalmente contra el
que fue hace 20 años, cuando abandonó los negocios privados para dedicarse a la
dirigencia del fútbol y después a la política. La fortuna personal le dio
entonces un gran espaldarazo y ahora le pasa facturas. Esta electrizante
dinámica judicial que puede incluso chamuscarlo a él mismo no la desató, contra
todo lo que se dice, la Corte ni el clima imperante, sino la propia gestión
presidencial, que dio vía libre y permitió la apertura de la caja de Pandora.
Si no hubiera prescindido de ese tradicional poder coercitivo, difícilmente los
miembros del máximo tribunal habrían actuado con tanto altruismo justiciero,
por más que los oyentes de las radios pidieran a gritos justicia e integridad,
algo que vienen haciendo desde hace por lo menos tres años.
Esta novedad complica, paradójicamente, los acuerdos de
gobernabilidad ofrecidos por la corporación peronista, y por eso resulta todo
un dilema para los referentes del frente Cambiemos. Miguel Ángel Pichetto, no
sin antes recomendar un alto nivel en la decencia pública y gestionaria, fue quien
aludió al Pacto del Bicentenario y de paso mencionó por primera vez el concepto
de mani pulite, para declarar de
inmediato que esos procesos de "puritanismo" suelen destruir la
política: en Italia determinó el liderazgo de Berlusconi, dijo. A buen entendedor,
pocas palabras. No caves indiscriminadamente en el jardín, está lleno de
cadáveres y no sé si podré darte una mano. El politólogo Marcos Novaro lo puso
en estos términos: "¿Será así nomás, habrá que elegir entre la moderación
opaca y cómplice o un honestismo ingobernable? ¿Hay que elegir entre la
corrupción o el despelote?"
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