Por Gregorio A. Caro Figueroa |
“Toda persona que
aclamó alguna vez la violencia como su método debe inexorablemente escoger la
mentira como su principio… nada disfraza a la violencia excepto la mentira, y
la única manera a través de la cual puede sostenerse la mentira es mediante la
violencia (…) La violencia demanda también de sus víctimas el vasallaje a la
mentira, la complicidad con la mentira” (Alexander Solzhenitsyn)
Cuando una mentira se entreteje con otras, ese entramado
adquiere carácter de sistema. La mentira organizada e institucionalizada se
llama mendacidad.
No se trata de mentiras aisladas y ocasionales, sino de un
conjunto de falsedades deliberadas, perseverantes y articuladas. La mentira
organizada es un insumo vital para edificar, y mantener en pie, un régimen
totalitario.
“En un Estado
autoritario se considera lícito alterar la verdad, reescribir
retrospectivamente la historia, distorsionar las noticias, suprimir las
verdaderas, agregar falsas: la propaganda sustituye a la información”, dice
Primo Levi.
El régimen soviético solo confiaba en funcionarios pagos
para escribir historias por encargo. Los ajenos “eran peligrosos y capaces de
poner todo cabeza abajo. Deben ser vigilados.”, alertó Jrushchov.
La mendacidad suele arraigar en pequeños grupos, aunque es
en regímenes totalitarios donde logra pleno despliegue, al estructurarse de
forma intencional como brazo del Estado con esa función específica.
Si bien en el Estado totalitario la mendacidad es
sistemática y funciona como uno de sus engranajes, las democracias no son
indiferentes al uso de “mentiras útiles”, al menos, para la autoridad que las
elabora y distribuye. Aunque la mentira siguió un curso sinuoso, esa
trayectoria tenía límites que se podían reconocer.
Frente a ese viejo concepto, Koyré y Hannah Arendt
sostuvieron que tales fronteras se fueron haciendo borrosas: “la mentira ha
alcanzado una especie de absoluto incontrolable”. No se miente solo en
oscuridad, sino “a plena luz del día”, disfrazando la mentira como verdad.
Si, como afirma Arendt, la política es un lugar privilegiado
de la mentira, los regímenes
totalitarios son su supremo reino. En ese desborde de límites, con el propósito
de alterar y reescribir el pasado por encargo y para uso oficial, la mentira
invade el campo de la historia, coloniza el mundo de las imágenes y las
manipula, controla el marketing, y abrillanta la historia escrita para la
propaganda.
Derrida recordó que, en 1943, Koyré advirtió “sobre el
desarrollo del totalitarismo, de las máquinas propagandísticas, a las que, como
dice, contrariamente a lo que suele creerse, les interesa mucho mantener la
distinción entre mentira y verdad.
En lugar de socavar en cierto modo el valor de esa
distinción, a esas máquinas propagandísticas les interesa mantener esa vieja
pareja de conceptos para poder hacer justamente que lo falso pase por
verdadero”. En 1949 se editó la novela de George Orwell, “1984”.
Su personaje principal, Winston Smith, trabajaba en el
archivo del Ministerio de la Verdad, uno de los cuatro creados por el Partido y
colaborador de la Policía de la Verdad.
Su tarea era manipular o destruir documentos para reescribir y falsear
la historia, de modo “que las evidencias del pasado coincidieran con la versión
oficial de la historia”.
“La mutabilidad del pasado es el eje del “Ingsoc” y, por eso
mismo, “el pasado será lo que el Partido quiere que sea. “Y si es necesario
adaptar de nuevo nuestros recuerdos o falsificar documentos, también es
necesario ‘olvidar’ que se ha hecho esto”.
El ministerio del Amor estaba encargado de castigos,
torturas y reeducación de miembros del Partido; el de la Paz debía procurar que
la guerra fuera permanente; y el de la Abundancia, velar para que la gente
viviera, bajo severo racionamiento, en el límite de la subsistencia.
Las consignas del Partido pusieron el mundo al revés:
“Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza". El fracaso,
éxito. Lo negro, blanco. En esos años, la mentira y el ocultamiento de la
información referida al presente eran política de Estado en la Unión Soviética
de Stalin, y en la Alemania de Hitler.
También lo era la “reescritura del pasado” y su “continua
alteración”, tarea que cumplía Winston Smith en el Ministerio de la Verdad.
“Reformando” el pasado, el Partido demostraba ser infalible.
En “1984” está parte de la vivencia de Orwell en la Guerra
Civil Española. Allí: “vi por primera vez noticias de prensa que no tenían
ninguna relación con los hechos. (…) vi que la historia se estaba escribiendo
no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de
vista de lo que tenía que haber ocurrido según distintas «líneas de
partido»”.
“Estas cosas me parecen aterradoras, porque me hacen creer
que incluso la idea de verdad objetiva está desapareciendo del mundo. A fin de
cuentas, es muy probable que estas mentiras, o en cualquier caso otras
equivalentes, pasen a la historia” (…) Así que, a todos los efectos prácticos,
la mentira se habrá convertido en verdad. (…) El objetivo tácito de esa
argumentación es un mundo de pesadilla en el que el jefe, o la camarilla
gobernante, controlan no sólo el futuro sino también el pasado”, observó.
Las afinidades entre los regímenes de Stalin y de Hitler, en
materia de propaganda, manipulación y uso de la mentira, son enormes. Goebbels,
parece un personaje de Orwell: “Gobernemos gracias al amor y no gracias a la
bayoneta.” “Una mentira repetida mil veces se convierte en una realidad.”
“Miente, miente, miente que algo quedará; cuanto más grande sea una mentira más
gente la creerá”.
Rauschning, jerarca nazi, registró con fidelidad de taquígrafo
monólogos de Hitler a los asistió como “oyente petrificado”. Un día, Rauschning
intentó a explicar a Hitler planes de técnicos nazis para reducir la
desocupación mediante financiamiento con
inflación.
“La inflación se produce si uno quiere”, se indignó Hitler.
La inflación no es sino falta de disciplina: indisciplina de los compradores e
indisciplina de los vendedores. Yo cuidaré de la estabilidad de precios. Para
ello tengo a mis S.A. ¡Guay del que se atreviera a subir los precios!”.
Hitler se jactó de su poder “de simplificarlo todo”. “Las
dificultades no existen más que en la imaginación”. Solucionarlas era cuestión de voluntad. Para el régimen soviético la estadística
debía subordinarse a postulados marxistas.
Restringió su aplicación. Conceptos matemáticos que no
encajaban en sus esquemas, fueron declarados “falsas teorías”, por decreto. Se
clausuraron publicaciones académicas y prestigiosos expertos abandonaron sus
investigaciones. Controlar las
estadísticas era tarea del Ministerio de la Verdad.
A una historia oficial mutilada, correspondían datos
estadísticos trucados o falsificados. La mendacidad afecta la salud moral de
las personas y la sociedad. Los regímenes autoritarios fomentan la sustitución
de la verdad por la mendacidad como sistema.
La mentira no solo destruye la confianza: debilita la
conciencia moral y la sustancia humana.
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