jueves, 7 de abril de 2016

La mentira como sistema en la Argentina reciente

Por Gregorio A. Caro Figueroa
“Toda persona que aclamó alguna vez la violencia como su método debe inexorablemente escoger la mentira como su principio… nada disfraza a la violencia excepto la mentira, y la única manera a través de la cual puede sostenerse la mentira es mediante la violencia (…) La violencia demanda también de sus víctimas el vasallaje a la mentira, la complicidad con la mentira” (Alexander Solzhenitsyn)

Cuando una mentira se entreteje con otras, ese entramado adquiere carácter de sistema. La mentira organizada e institucionalizada se llama mendacidad.

No se trata de mentiras aisladas y ocasionales, sino de un conjunto de falsedades deliberadas, perseverantes y articuladas. La mentira organizada es un insumo vital para edificar, y mantener en pie, un régimen totalitario.

“En un Estado autoritario se considera lícito alterar la verdad, reescribir retrospectivamente la historia, distorsionar las noticias, suprimir las verdaderas, agregar falsas: la propaganda sustituye a la información”, dice Primo Levi.

El régimen soviético solo confiaba en funcionarios pagos para escribir historias por encargo. Los ajenos “eran peligrosos y capaces de poner todo cabeza abajo. Deben ser vigilados.”, alertó Jrushchov.

La mendacidad suele arraigar en pequeños grupos, aunque es en regímenes totalitarios donde logra pleno despliegue, al estructurarse de forma intencional como brazo del Estado con esa función específica. 

Si bien en el Estado totalitario la mendacidad es sistemática y funciona como uno de sus engranajes, las democracias no son indiferentes al uso de “mentiras útiles”, al menos, para la autoridad que las elabora y distribuye. Aunque la mentira siguió un curso sinuoso, esa trayectoria tenía límites que se podían reconocer.

Frente a ese viejo concepto, Koyré y Hannah Arendt sostuvieron que tales fronteras se fueron haciendo borrosas: “la mentira ha alcanzado una especie de absoluto incontrolable”. No se miente solo en oscuridad, sino “a plena luz del día”, disfrazando la mentira como verdad. 

Si, como afirma Arendt, la política es un lugar privilegiado de la mentira,  los regímenes totalitarios son su supremo reino. En ese desborde de límites, con el propósito de alterar y reescribir el pasado por encargo y para uso oficial, la mentira invade el campo de la historia, coloniza el mundo de las imágenes y las manipula, controla el marketing, y abrillanta la historia escrita para la propaganda.  

Derrida recordó que, en 1943, Koyré advirtió “sobre el desarrollo del totalitarismo, de las máquinas propagandísticas, a las que, como dice, contrariamente a lo que suele creerse, les interesa mucho mantener la distinción entre mentira y verdad. 

En lugar de socavar en cierto modo el valor de esa distinción, a esas máquinas propagandísticas les interesa mantener esa vieja pareja de conceptos para poder hacer justamente que lo falso pase por verdadero”. En 1949 se editó la novela de George Orwell, “1984”.

Su personaje principal, Winston Smith, trabajaba en el archivo del Ministerio de la Verdad, uno de los cuatro creados por el Partido y colaborador de la Policía de la Verdad.  Su tarea era manipular o destruir documentos para reescribir y falsear la historia, de modo “que las evidencias del pasado coincidieran con la versión oficial de la historia”. 

“La mutabilidad del pasado es el eje del “Ingsoc” y, por eso mismo, “el pasado será lo que el Partido quiere que sea. “Y si es necesario adaptar de nuevo nuestros recuerdos o falsificar documentos, también es necesario ‘olvidar’ que se ha hecho esto”.

El ministerio del Amor estaba encargado de castigos, torturas y reeducación de miembros del Partido; el de la Paz debía procurar que la guerra fuera permanente; y el de la Abundancia, velar para que la gente viviera, bajo severo racionamiento, en el límite de la subsistencia.

Las consignas del Partido pusieron el mundo al revés: “Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza". El fracaso, éxito. Lo negro, blanco. En esos años, la mentira y el ocultamiento de la información referida al presente eran política de Estado en la Unión Soviética de Stalin, y en la Alemania de Hitler.

También lo era la “reescritura del pasado” y su “continua alteración”, tarea que cumplía Winston Smith en el Ministerio de la Verdad. “Reformando” el pasado, el Partido demostraba ser infalible.  

En “1984” está parte de la vivencia de Orwell en la Guerra Civil Española. Allí: “vi por primera vez noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos. (…) vi que la historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista de lo que tenía que haber ocurrido según distintas «líneas de partido»”. 

“Estas cosas me parecen aterradoras, porque me hacen creer que incluso la idea de verdad objetiva está desapareciendo del mundo. A fin de cuentas, es muy probable que estas mentiras, o en cualquier caso otras equivalentes, pasen a la historia” (…) Así que, a todos los efectos prácticos, la mentira se habrá convertido en verdad. (…) El objetivo tácito de esa argumentación es un mundo de pesadilla en el que el jefe, o la camarilla gobernante, controlan no sólo el futuro sino también el pasado”, observó.

Las afinidades entre los regímenes de Stalin y de Hitler, en materia de propaganda, manipulación y uso de la mentira, son enormes. Goebbels, parece un personaje de Orwell: “Gobernemos gracias al amor y no gracias a la bayoneta.” “Una mentira repetida mil veces se convierte en una realidad.” “Miente, miente, miente que algo quedará; cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá”.

Rauschning, jerarca nazi, registró con fidelidad de taquígrafo monólogos de Hitler a los asistió como “oyente petrificado”. Un día, Rauschning intentó a explicar a Hitler planes de técnicos nazis para reducir la desocupación  mediante financiamiento con inflación.

“La inflación se produce si uno quiere”, se indignó Hitler. La inflación no es sino falta de disciplina: indisciplina de los compradores e indisciplina de los vendedores. Yo cuidaré de la estabilidad de precios. Para ello tengo a mis S.A. ¡Guay del que se atreviera a subir los precios!”.

Hitler se jactó de su poder “de simplificarlo todo”. “Las dificultades no existen más que en la imaginación”. Solucionarlas era  cuestión de voluntad.  Para el régimen soviético la estadística debía subordinarse a postulados marxistas.

Restringió su aplicación. Conceptos matemáticos que no encajaban en sus esquemas, fueron declarados “falsas teorías”, por decreto. Se clausuraron publicaciones académicas y prestigiosos expertos abandonaron sus investigaciones.  Controlar las estadísticas era tarea del Ministerio de la Verdad.

A una historia oficial mutilada, correspondían datos estadísticos trucados o falsificados. La mendacidad afecta la salud moral de las personas y la sociedad. Los regímenes autoritarios fomentan la sustitución de la verdad por la mendacidad como sistema.

La mentira no solo destruye la confianza: debilita la conciencia moral y la sustancia humana.

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