De celebrar la deuda
a festejar su pago. Justicia, dólar futuro
y nuevo blanqueo.
Por Roberto García |
Argentinos sensibles. Hace más de una década, en una inolvidable
jornada, el Congreso de la Nación acompañó masivamente una decisión clave del
entonces presidente Adolfo Rodríguez Saá: suspender el pago de la deuda
externa. Hubo abrazos, vítores, pechos contritos y, por supuesto, llanto copioso en muchos
protagonistas. Estamos haciendo patria, hubiera dicho Cristina.
Hace pocos días, alterado por los sentimientos de entusiasmo, enlazándose e hipando con sus colaboradores, el ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, también derramó lágrimas para anunciar que empezaba a pagar la deuda externa a los holdouts. Estamos haciendo patria, dirá Mauricio Macri. Todos lloran, como si fuera lo mismo pagar que dejar de pagar, gente que quizás les reprocha a sus cercanos si se enternecen frente a una escena romántica o dolorosa. Ellos, en cambio, se conmueven sólo ante un asiento contable o una caja registradora, a partir de la misión histórica que les permite creer en ellos mismos más de lo que los otros creen en ellos.
Hábito plañidero que, en la semana, hasta contagió al ex CEO
de YPF Miguel Galuccio, quien se despidió de la empresa a los sollozos a pesar
de que la endeudó más de lo que estaba cuando asumió. Su caso, igual, es
razonable: perdió la mayor remuneración que debe haber tenido en su vida,
ocultado su monto para no ofender a incautos ciudadanos, ingreso que el nuevo
administrador ha debido recortar a la baja a pesar de que cualquier paritaria
se acomoda a la suba en más de 35%. También Cristina estaba haciendo patria
cuando lo contrató a Galuccio y, seguramente, Macri hacía lo mismo cuando pensó
mantenerlo en el cargo, ya que lo consideraba uno de los mejores funcionarios
del gobierno pasado. No le duró mucho ese pensamiento. Reflexión semejante,
aunque sin duda más fundamentada por razones personales, a la expresión que
volcó a favor de Ricardo Echegaray como titular de la AFIP para coronarlo luego
en la Auditoría de la Nación cuando el peronismo lo nominó. Hasta que la
Justicia, claro, diga si continúa o no en el puesto, aunque él sin duda jurará
que pudo haber andado por la banquina, en dos ruedas, pero nunca por la
colectora. Y jamás de contramano. Resta saber entonces si se integrará o no al
mundo de los pertinaces llorones de la administración pública, retirados o en
ejercicio.
Se combina este universo público y paradójico, dispar y
húmedo, con el de una Justicia que al margen del corsi y recorsi del caso Báez,
en la causa por la venta calamitosa de dólares a futuro ofrece la peculiaridad
de que hay fiscales que investigan lo que algunos funcionarios del Banco Central
malvendieron en el pasado y, otros
fiscales que pesquisan a quienes compraron bien o según las normas vigentes
(inclusive a los que lograron una poda de lo que figuraba en el contrato).
Insólito, semejante al chiste de Mafalda: “Muchos se preocupan por lo que hizo
Macri con su plata y no se preocupan por lo que hizo el gobierno anterior con
la plata de los ciudadanos”. Lo cierto es que la felonía de vender a precio vil
mercadería de otros (dólares) que ya estaba más cara en el mercado y que iba a
estar más cara aún en los meses siguientes, difícilmente encuentre culpables
aunque todos conocen a los responsables: sucede, simplemente, que tampoco sería
conveniente convertir en delito una operatoria de estas características del BCRA ya que dificultaría luego su continuidad
como instrumento y colocaría bajo acecho a quienes participan en ella. De
Cristina para abajo, entonces, deben agradecer que alguien privilegiará la
institución, tarde o temprano, a pesar del juez Bonadio.
El otro tema contradictorio en la ganchera económica es el
lanzamiento del blanqueo, entre julio y septiembre, luego de que Prat-Gay
sostuviera que esa exteriorización era penosa para el país, al menos como la
había aplicado su colega keynesiano Axel Kicillof. Sostuvo el ministro, con
desconocimiento o adrede, que aquel blanqueo servía a los narcotraficantes
porque los fondos debían presentarse físicamente en la ventanilla de los bancos
(en rigor, también se podía comprar cedines para salir de la opacidad a través
de una cuenta en el exterior, sin necesidad de exhibirlo contante y sonante).
Esta nueva medida implica un acontecimiento extraordinario para el gobierno
Macri, si resulta, ya que habilitará el ingreso de un volumen de capitales que
los especialistas ubican en 40 mil millones de dólares como piso. Inclusive,
ante esa eventualidad, cabe la pregunta: ¿para qué tomar prestado 15 mil
millones de dólares al 7 y medio por ciento cuando el blanqueo posibilitará
gratis y con premio un ingreso superior? No hay explicaciones, ya que el tema
del lavado, narcotráfico u otras evasiones impositivas de particulares son
menos graves que las de los bancos prestadores que justamente se dedicaron a
esa tarea en los últimos años.
Reservas aparte, la justificación del éxito de un blanqueo
se apoya en lo complicado que es operar con esos fondos en el exterior para la
voluminosa masa que lo posee y no lo puede usar debido a restricciones
internacionales que, a partir del año próximo y el subsiguiente, develarán
nombres y apellidos de quiénes guardan esos depósitos. Claro que para acceder a
ese marco informativo, los países deberán cumplir una exigencia previa: dictar
una ley de anmistía que permita la regularización de esos capitales. Quizás,
una última oportunidad para no ser cazados en el gallinero según el capricho o
parecer de la autoridad tributaria. Una norma tal vez más amplia que la
ofrecida en estos años por Kicillof y compañía que demandaba análisis de sangre
múltiples a los personajes más expuestos, de sus hijos, padres, abuelos o
nietos, entre los que se podían incluir hasta
docentes universitarios por haber servido en el Estado. Esa falta de
inteligencia pasada para adaptar gran parte de la economía negra sin enredarse
en vínculos gravosos con elementos delictuales quizás se resuelva con un simple
apartado: más que fijar condiciones personales, sólo se podrá blanquear un
determinado porcentaje de lo que hasta ahora se había declarado en blanco. Es
una posibilidad, casi como el auxilio por una única vez de cuantiosos fondos
para aliviar una angustiante situación económica del Gobierno que le podría
permitir a Macri no sólo respirar, sino también tomar aire para el tiempo que
le resta de gestión. Sería conveniente que otra ley, en todo caso, evite ese
posible recurso.
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