Por Nicolás Lucca
Pasás por Flores a saludar por el Colegio al que fuiste,
pero no podés llegar porque un grupo de senegaleses que escaparon del desempleo
estructural de su país, están cascoteándose con la policía junto con un grupo
de manteros que no pasarían un control de la AFIP ni de migraciones. No pasa
naranja. El gobierno de la Ciudad decide “conciliar”. El principal perjudicado
de que levanten a los manteros no son ellos, sino el comisario.
Un grupo de alpedistas de la vida tienen tiempo y ganas
suficientes como para ir a Aeroparque a esperar a Cristina, que viene de ganar
la copa de las violaciones al Código Penal. Las autoridades los dejan pasar al
estacionamiento para que no jodan. Joden igual, ya que se trata de una terminal
aeroportuaria. La ex Presi –que si sigue cosechando éxitos judiciales,
recuperará el mote sin el prefijo pero por otros motivos– tarda tan sólo 14
segundos en recordarnos quién es al mandonear a los efectivos policiales que ni
la tocaban. Los uniformados obedecen a una civil sin autoridad y citada a
indagatoria. Todo normal.
527 inviables cortan Juncal y Montevideo para gritar que son
el pueblo y que vienen a bancar a la neoabanderada de los humildes, que tuvo
que abandonar su mansión en El Calafate para pernoctar en su piso de un palo
verde en la precaria Recoleta. Nadie duerme. El departamento de arriba que se
encuentra en venta, ve caer su cotización de un millón de dólares a un millón
de pesos. A eso de las 3.30 de la matina, por Callao y Santa Fe, se escucha un
auto con cinco pibes cantando a favor de Cristina. Era un Peugeot 308 blanco
modelo 2015 con un calco de Pueblo Límite, Pinamar.
El martes pinta tranquilo, salvo para Patricia Bullrich que
se asustó cuando le sonó el teléfono. Colgó por llamada equivocada. Le habían
dicho “Ministra”. Su tocayo patronímico del ministerio de Educación no registra
las miles de quejas de ciudadanos que le envían fotos de comunicados docentes
en los que las direcciones de distintos centros educativos informan a los
padres de los alumnos que “el miércoles no habrá ningún tipo de actividad”
porque se iban todos “a apoyar a Cristina a Comodoro Py” porque ella “nos
incluyó a todos y todas”. Más allá de que deberían terminar sus días regando
los geranios de Cristina por sumarse a los intentos de asesinar la lengua
castellana, te preguntás qué pasaría si un día le decís a tu jefe de la
consultora/redacción/call center/consultorio/estudio/verdulería que no vas a ir
a laburar porque querés aplaudir a una jubilada de privilegio.
En Recoleta los pibes que dan clases sobre cómo deberían
hacerse los diarios y revistas que nunca leyeron, confunden un kiosco con un
baño químico. Luego de reunirse con Eugenio Zaffaroni y Carlos Beraldi,
Cristina sale a mover las caderas sin maquillaje. El derpa de arriba ya cotiza
en patacones. Otra noche de cantitos, bombas y joda loca. Nadie duerme, con
excepción de Cris y sus benzodiazepinas. Mientras tanto, Luis D’Elía y sus
fieles de la Iglesia del Subsidio de los Últimos Días peregrinan desde Liniers por avenida
Rivadavia rumbo a los tribunales federales de Comodoro Py para participar de
una “vigilia” –real– a la espera de la vuelta de Nuestra Señora del Santo
Curro.
El miércoles sabés que puede llegar a haber algún
contratiempo, pero das por sentado que será sólo en la zona del puerto. Bad
informeiyon. No importa si trabajás en el centro, en el bajo, en Constitución o
tan sólo ibas a la facultad: te jodiste. Mucho más si tenías que hacer un
trámite en Comodoro Py o laburás adentro. Los que quieren llegar al edificio
–info importante para que tengan en cuenta las autoridades: adentro funcionan
más dependencias que el juzgado de Bonadío– tienen que caminar desde avenida
Corrientes y Alem, o desde la 9 de Julio y Libertador. Es lindo hacer
ejercicio, más cuando llueve a las siete de la matina y no hay veredas durante
un buen tramo. ¿El Estado? Vestido de prefectos que desvían el tránsito y
preguntan “a dónde va” a cualquiera que no lleve una bandera, remera, pechera o
similar.
En el camino al edificio ves a un pibe tomando merca a diez metros
de los prefectos y ya no te parece tan exagerado que se claven un choripan a
primera hora del día. Bajo la lluvia, ves a una gorda con paraguas y remera
azul de Unidos y Organizados, apurando a un señor que no cuenta con paraguas ni
dientes, tiene entre 80 y la muerte, y camina con muletas arrastrando uno de
los pies. Es la fuerza del amor por Cristina, seguramente.
Cruzás una infinita cantidad de puestos callejeros de
alimentos que ni un inspector de bromatología se atrevería a testear. Te
encontrás con Kicillof, Víctor Hugo Morales, Sabbatella, y así y todo conservás
tus pertenencias. Todas las figuras prefieren al público y no sabés si lo hacen
por pertenencia popular o por el temor a entrar a Tribunales y no salir con las
manos sueltas. A lo lejos divisás una línea de uniformados policiales en la
entrada principal. Te mandás, pero el control de ingreso depende de los otros
milicos uniformados: los de La Cámpora, que no sólo se reservan el derecho de
admisión a un edificio público, sino que
también deciden quién puede permanecer en la vía pública y quién no,
acompañando a los golpes a una periodista a modo de ejemplo. Te preguntás dónde
quedó eso de la libertad de expresión, la pluralidad de voces y el #NiUnaMenos,
pero no tenés tiempo de pensar, ya que te das cuenta que tras el
colectivo-escenario que Víctor Santa María puso con la guita de tus expensas,
está la otra puerta custodiada sólo por policías. Te dirigís allí, dando por
sentado que están al pedo como el resto. Nop, no es el caso, ya que parecés un
laburante. Caminás por el pasto, te embarrás hasta las tarlipes y arruinas tu
traje para llegar a la puerta trasera. Saludás con un “buen día” a todo lo que
tenga uniforme y empezás a contar: once camionetas de Gendarmería Nacional,
diez patrulleros de la Federal, otros tantos de Prefectura, y algunos aparatos
que no sabés para qué sirven. Ya te vas a enterar.
Finalmente, lográs entrar al edificio y ves a Agustín Rossi
y a Héctor Recalde sentaditos en un pasillo. No sabés si están esperando a la Jefa,
si se resguardan de la lluvia o si tan sólo van practicando.
El cuarto piso es una revolución. Dos boludos son llevados
en cana por colgar una bandera. Son empleados judiciales. La poli saca a todos
los que están en los pasillos rumbo al sector de los ascensores laterales
contrario al ala donde está el juzgado de Bonadío. Genios de la vida: Cristina
subió por donde estaba todo el mundo. Tenés tanta suerte –mala o buena, suerte
al fin– que la declarante sale justo por al lado tuyo. Te saluda por las dudas.
Una selfie con Albornoz –personaje histórico de maestranza de Comodoro Py– otra
con una ordenanza del juzgado de Casanello, una con una empleada judicial, otra
con un policía. Todo muy normal para una expresidente si no fuera por el
pequeño detalle de que estos dos últimos se dedican a la ley y el orden y están
choluleando con una persona que está yendo a declarar en calidad de imputada.
Justo después del ingreso de Cristina descubrís para qué
sirven esos aparatos que viste en la puerta, cuando todo el edificio se queda
sin servicio de celular, policías incluidos. En el hall central del cuarto piso
se encuentra un grupo de militantes que La Cámpora y la cana dejó pasar en
lugar de los periodistas. Son simpáticos y funcionan muy bien commo coro: “Bonadío
cagón” se suma a un repertorio que incluye nuevos hits como “Bonadío traidor”,
el picaresco “Bonadío la puta que te parió” y el épico “Cristina tiene
aguante”.
La cana vuelve a desalojar el piso –menos a los militantes,
claro– y Cristina se las toma. Vuelve la señal a todos los celulares. Charlás
con los funcionarios que presenciaron la audiencia y te enterás que Cristina no
dijo prácticamente nada. Luego te preguntarás de dónde sacaron los periodistas
que no pisaron Comodoro Py que la ex presi se hizo la guapa con el Juez, cuando
tan sólo dejó un escrito y se quejó de la cantidad de firmas que tenía que
estampar para cumplir con las costumbres judiciales. Exitosa abogada.
Mientras esperás un ascensor que te devuelva a planta baja,
ves que Cristina se sube al escenario y habla todo lo que no habló ante el
Juez. De pronto, descubrís que hizo en su tiempo libre: aprendió palabras como
pobreza, inflación y otros neotecnicismos. Ya en la calle, te llega por
altoparlante la voz carrasposa de quien minutos antes saludó dulcemente, y
escuchás a la misma monada que fajó a la periodista ovacionar a Cristina cuando
ésta tilda de violentos e intolerantes a los nuevos gobernantes en lo que,
quizás, fue lo más peligroso y subliminal de todo su chamuyo. Creés que el
cansancio, el agua y el olor a porro te está afectando, pero no, efectivamente
la imputada comparó su citación a indagatoria luego de dejar el poder con el
derrocamiento de Yrigoyen y Perón, como si las elecciones en las que no
participó fueran ilegítimas. Por último, oís que grita que podrán meterla
presa, pero nunca callarla, como si tuviera para contarnos el sentido de la
vida.
Los muchachos de la paz y el amor vence al odio se agarraron
a piñas entre ellos, y todos juntos con la cana. Finalizada la joda no te queda
otra que irte caminando entre los cientos de micros estacionados hasta en
triple fila mientras recordás las veces que la grúa te llevó el auto por tocar
la línea amarilla del cordón. Y sentís que estás en abril, pero de 2011, que no
cambió el gobierno y que el kirchnerismo es eterno.
Pero no: estás en 2016, al kirchnerismo lo integran seis
intendentes del Partido Justicialista, el ex PC Martín Sabbatella y el ex demócrata
cristiano Luis D’Elía. Patricia Bullrich tampoco se enteró que ya es 2016 y que
ella es ministro de Seguridad, lo cual es aprovechado por un juez de la Cámara
de Casación perteneciente a Justicia Legítima para ordenar que se libere la
zona y se entregue el operativo de control a la militancia.
Recordás lo que te putearon cuando dijiste que el Comisario
General Roncaglia era lo peor que podrían elegir para poner al frente de la
Policía Federal, mientras te preguntás por qué mierda Sergio Berni tiene en su
poder un auto de la Federal que se niega a devolver además de contar con
custodia personal.
Viste que cortaron calles, que fajaron a mujeres, putearon a
jueces y a toda esa enorme masa de tipos que no los votaron con la autoridad
que les da ser “el pueblo”. Por si fuera poco, presenciaste como armaban bardo
mientras gritaban “vamos a volver” sin darse cuenta que, entre otras cosas, se
fueron por hechos como los que hicieron en el acto.
Y mientras salís de ese territorio digno de Mad Max y
totalmente carente de presencia alguna del Estado, te preguntás quién gobierna
y si además de bancar de tu bolsillo la normalización de la economía y el resto
de los desastres que dejaron en todas y cada una de las cosas que el
kirchnerismo tocó, también tendrás que tolerar que ese tipo al que votaste para
que estas cosas no vuelvan a suceder, pretenda enfrentar con amor a quienes
sueñan con verlo destruido.
Preferís no pensar en una respuesta.
Gióvedi. Gobernar incluye ponerse los pantalones largos y evitar
que se repitan situaciones indeseables. Aceptar la renuncia a Oyarbide en vez
de mandarlo a juicio, no va en esa sintonía. Digo, de pronto, mmmme parece.
0 comments :
Publicar un comentario