jueves, 14 de abril de 2016

Déjà vu de locura institucional

Por Nicolás Lucca

Pasás por Flores a saludar por el Colegio al que fuiste, pero no podés llegar porque un grupo de senegaleses que escaparon del desempleo estructural de su país, están cascoteándose con la policía junto con un grupo de manteros que no pasarían un control de la AFIP ni de migraciones. No pasa naranja. El gobierno de la Ciudad decide “conciliar”. El principal perjudicado de que levanten a los manteros no son ellos, sino el comisario.

Un grupo de alpedistas de la vida tienen tiempo y ganas suficientes como para ir a Aeroparque a esperar a Cristina, que viene de ganar la copa de las violaciones al Código Penal. Las autoridades los dejan pasar al estacionamiento para que no jodan. Joden igual, ya que se trata de una terminal aeroportuaria. La ex Presi –que si sigue cosechando éxitos judiciales, recuperará el mote sin el prefijo pero por otros motivos– tarda tan sólo 14 segundos en recordarnos quién es al mandonear a los efectivos policiales que ni la tocaban. Los uniformados obedecen a una civil sin autoridad y citada a indagatoria. Todo normal.

527 inviables cortan Juncal y Montevideo para gritar que son el pueblo y que vienen a bancar a la neoabanderada de los humildes, que tuvo que abandonar su mansión en El Calafate para pernoctar en su piso de un palo verde en la precaria Recoleta. Nadie duerme. El departamento de arriba que se encuentra en venta, ve caer su cotización de un millón de dólares a un millón de pesos. A eso de las 3.30 de la matina, por Callao y Santa Fe, se escucha un auto con cinco pibes cantando a favor de Cristina. Era un Peugeot 308 blanco modelo 2015 con un calco de Pueblo Límite, Pinamar.

El martes pinta tranquilo, salvo para Patricia Bullrich que se asustó cuando le sonó el teléfono. Colgó por llamada equivocada. Le habían dicho “Ministra”. Su tocayo patronímico del ministerio de Educación no registra las miles de quejas de ciudadanos que le envían fotos de comunicados docentes en los que las direcciones de distintos centros educativos informan a los padres de los alumnos que “el miércoles no habrá ningún tipo de actividad” porque se iban todos “a apoyar a Cristina a Comodoro Py” porque ella “nos incluyó a todos y todas”. Más allá de que deberían terminar sus días regando los geranios de Cristina por sumarse a los intentos de asesinar la lengua castellana, te preguntás qué pasaría si un día le decís a tu jefe de la consultora/redacción/call center/consultorio/estudio/verdulería que no vas a ir a laburar porque querés aplaudir a una jubilada de privilegio.

En Recoleta los pibes que dan clases sobre cómo deberían hacerse los diarios y revistas que nunca leyeron, confunden un kiosco con un baño químico. Luego de reunirse con Eugenio Zaffaroni y Carlos Beraldi, Cristina sale a mover las caderas sin maquillaje. El derpa de arriba ya cotiza en patacones. Otra noche de cantitos, bombas y joda loca. Nadie duerme, con excepción de Cris y sus benzodiazepinas. Mientras tanto, Luis D’Elía y sus fieles de la Iglesia del Subsidio de los Últimos Días  peregrinan desde Liniers por avenida Rivadavia rumbo a los tribunales federales de Comodoro Py para participar de una “vigilia” –real– a la espera de la vuelta de Nuestra Señora del Santo Curro.

El miércoles sabés que puede llegar a haber algún contratiempo, pero das por sentado que será sólo en la zona del puerto. Bad informeiyon. No importa si trabajás en el centro, en el bajo, en Constitución o tan sólo ibas a la facultad: te jodiste. Mucho más si tenías que hacer un trámite en Comodoro Py o laburás adentro. Los que quieren llegar al edificio –info importante para que tengan en cuenta las autoridades: adentro funcionan más dependencias que el juzgado de Bonadío– tienen que caminar desde avenida Corrientes y Alem, o desde la 9 de Julio y Libertador. Es lindo hacer ejercicio, más cuando llueve a las siete de la matina y no hay veredas durante un buen tramo. ¿El Estado? Vestido de prefectos que desvían el tránsito y preguntan “a dónde va” a cualquiera que no lleve una bandera, remera, pechera o similar.

En el camino al edificio ves a un pibe tomando merca a diez metros de los prefectos y ya no te parece tan exagerado que se claven un choripan a primera hora del día. Bajo la lluvia, ves a una gorda con paraguas y remera azul de Unidos y Organizados, apurando a un señor que no cuenta con paraguas ni dientes, tiene entre 80 y la muerte, y camina con muletas arrastrando uno de los pies. Es la fuerza del amor por Cristina, seguramente.

Cruzás una infinita cantidad de puestos callejeros de alimentos que ni un inspector de bromatología se atrevería a testear. Te encontrás con Kicillof, Víctor Hugo Morales, Sabbatella, y así y todo conservás tus pertenencias. Todas las figuras prefieren al público y no sabés si lo hacen por pertenencia popular o por el temor a entrar a Tribunales y no salir con las manos sueltas. A lo lejos divisás una línea de uniformados policiales en la entrada principal. Te mandás, pero el control de ingreso depende de los otros milicos uniformados: los de La Cámpora, que no sólo se reservan el derecho de admisión a un edificio público, sino que  también deciden quién puede permanecer en la vía pública y quién no, acompañando a los golpes a una periodista a modo de ejemplo. Te preguntás dónde quedó eso de la libertad de expresión, la pluralidad de voces y el #NiUnaMenos, pero no tenés tiempo de pensar, ya que te das cuenta que tras el colectivo-escenario que Víctor Santa María puso con la guita de tus expensas, está la otra puerta custodiada sólo por policías. Te dirigís allí, dando por sentado que están al pedo como el resto. Nop, no es el caso, ya que parecés un laburante. Caminás por el pasto, te embarrás hasta las tarlipes y arruinas tu traje para llegar a la puerta trasera. Saludás con un “buen día” a todo lo que tenga uniforme y empezás a contar: once camionetas de Gendarmería Nacional, diez patrulleros de la Federal, otros tantos de Prefectura, y algunos aparatos que no sabés para qué sirven. Ya te vas a enterar.

Finalmente, lográs entrar al edificio y ves a Agustín Rossi y a Héctor Recalde sentaditos en un pasillo. No sabés si están esperando a la Jefa, si se resguardan de la lluvia o si tan sólo van practicando.

El cuarto piso es una revolución. Dos boludos son llevados en cana por colgar una bandera. Son empleados judiciales. La poli saca a todos los que están en los pasillos rumbo al sector de los ascensores laterales contrario al ala donde está el juzgado de Bonadío. Genios de la vida: Cristina subió por donde estaba todo el mundo. Tenés tanta suerte –mala o buena, suerte al fin– que la declarante sale justo por al lado tuyo. Te saluda por las dudas. Una selfie con Albornoz –personaje histórico de maestranza de Comodoro Py– otra con una ordenanza del juzgado de Casanello, una con una empleada judicial, otra con un policía. Todo muy normal para una expresidente si no fuera por el pequeño detalle de que estos dos últimos se dedican a la ley y el orden y están choluleando con una persona que está yendo a declarar en calidad de imputada.

Justo después del ingreso de Cristina descubrís para qué sirven esos aparatos que viste en la puerta, cuando todo el edificio se queda sin servicio de celular, policías incluidos. En el hall central del cuarto piso se encuentra un grupo de militantes que La Cámpora y la cana dejó pasar en lugar de los periodistas. Son simpáticos y funcionan muy bien commo coro: “Bonadío cagón” se suma a un repertorio que incluye nuevos hits como “Bonadío traidor”, el picaresco “Bonadío la puta que te parió” y el épico “Cristina tiene aguante”.

La cana vuelve a desalojar el piso –menos a los militantes, claro– y Cristina se las toma. Vuelve la señal a todos los celulares. Charlás con los funcionarios que presenciaron la audiencia y te enterás que Cristina no dijo prácticamente nada. Luego te preguntarás de dónde sacaron los periodistas que no pisaron Comodoro Py que la ex presi se hizo la guapa con el Juez, cuando tan sólo dejó un escrito y se quejó de la cantidad de firmas que tenía que estampar para cumplir con las costumbres judiciales. Exitosa abogada.

Mientras esperás un ascensor que te devuelva a planta baja, ves que Cristina se sube al escenario y habla todo lo que no habló ante el Juez. De pronto, descubrís que hizo en su tiempo libre: aprendió palabras como pobreza, inflación y otros neotecnicismos. Ya en la calle, te llega por altoparlante la voz carrasposa de quien minutos antes saludó dulcemente, y escuchás a la misma monada que fajó a la periodista ovacionar a Cristina cuando ésta tilda de violentos e intolerantes a los nuevos gobernantes en lo que, quizás, fue lo más peligroso y subliminal de todo su chamuyo. Creés que el cansancio, el agua y el olor a porro te está afectando, pero no, efectivamente la imputada comparó su citación a indagatoria luego de dejar el poder con el derrocamiento de Yrigoyen y Perón, como si las elecciones en las que no participó fueran ilegítimas. Por último, oís que grita que podrán meterla presa, pero nunca callarla, como si tuviera para contarnos el sentido de la vida.

Los muchachos de la paz y el amor vence al odio se agarraron a piñas entre ellos, y todos juntos con la cana. Finalizada la joda no te queda otra que irte caminando entre los cientos de micros estacionados hasta en triple fila mientras recordás las veces que la grúa te llevó el auto por tocar la línea amarilla del cordón. Y sentís que estás en abril, pero de 2011, que no cambió el gobierno y que el kirchnerismo es eterno.

Pero no: estás en 2016, al kirchnerismo lo integran seis intendentes del Partido Justicialista, el ex PC Martín Sabbatella y el ex demócrata cristiano Luis D’Elía. Patricia Bullrich tampoco se enteró que ya es 2016 y que ella es ministro de Seguridad, lo cual es aprovechado por un juez de la Cámara de Casación perteneciente a Justicia Legítima para ordenar que se libere la zona y se entregue el operativo de control a la militancia.

Recordás lo que te putearon cuando dijiste que el Comisario General Roncaglia era lo peor que podrían elegir para poner al frente de la Policía Federal, mientras te preguntás por qué mierda Sergio Berni tiene en su poder un auto de la Federal que se niega a devolver además de contar con custodia personal.

Viste que cortaron calles, que fajaron a mujeres, putearon a jueces y a toda esa enorme masa de tipos que no los votaron con la autoridad que les da ser “el pueblo”. Por si fuera poco, presenciaste como armaban bardo mientras gritaban “vamos a volver” sin darse cuenta que, entre otras cosas, se fueron por hechos como los que hicieron en el acto.

Y mientras salís de ese territorio digno de Mad Max y totalmente carente de presencia alguna del Estado, te preguntás quién gobierna y si además de bancar de tu bolsillo la normalización de la economía y el resto de los desastres que dejaron en todas y cada una de las cosas que el kirchnerismo tocó, también tendrás que tolerar que ese tipo al que votaste para que estas cosas no vuelvan a suceder, pretenda enfrentar con amor a quienes sueñan con verlo destruido.

Preferís no pensar en una respuesta.

Gióvedi. Gobernar incluye ponerse los pantalones largos y evitar que se repitan situaciones indeseables. Aceptar la renuncia a Oyarbide en vez de mandarlo a juicio, no va en esa sintonía. Digo, de pronto, mmmme parece.

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