Por Román Lejtman |
El de supervivencia de los jueces federales enterró las
escasas posibilidades que tenía Cristina Fernández para regresar al centro del
escenario político.
Los magistrados desempolvaron viejos expedientes que
escondían flagrantes casos de corrupción, y frente a la evidencia acumulada CFK
puede hacer muy poco desde una cuenta de Twitter.
La oposición a Mauricio Macri
busca líderes honestos y transparentes, dos condiciones democráticas que
Cristina y sus buenos muchachos hace ya mucho tiempo que no detentan.
Los golpes de estado permitían que ciertos políticos
desprestigiados regresaran al poder exhibiendo su condición de perseguidos. Esa
persecución ideológica -repudiable, por supuesto, escondía los hechos del
pasado y permitía al renacido ocupar puestos expectantes en la nueva etapa
institucional. No importaba si habían conspirado a favor del régimen triunfante
y menos aún si se habían quedado con un vuelto que pertenecía a los fondos
públicos.
La continuidad del sistema democrático y la capacidad de los
jueces federales para asegurar su sitio en Comodoro Py, dejan a Cristina sin
posibilidades de recuperar su fortaleza política. La expresidente no puede
esconder su pasado entre los pliegues de una asonada militar, y las causas en
su contra se acumulan sin pausa ni respiro.
CFK pensaba que podía forzar un realineamiento político
apuntalado sobre el ajuste económico del gobierno, la aparición de los Panama
Papers y la apuesta al dólar futuro que hicieron amigos y funcionarios de
Macri. Pero esa táctica de corto plazo sólo sirvió para exhibir la fractura del
justicialismo. Cristina se quedó con La Cámpora, mientras que los conocidos
barones del partido (gobernadores, legisladores, intendentes, excandidatos a
presidente) pelean por la representación mayoritaria del peronismo.Macri
también hace lo suyo para enterrar a CFK. Cada vez que puede enumera la
herencia recibida por la administración anterior, y cuando tiene espacio
político suma a la oposición para demostrar su vocación de diálogo
institucional. El Presidente ya aplicó ese método en Davos y Roma, y esta
semana repetirá cuando Sergio Massa y Margarita Stolbizer acompañen a la
canciller Susana Malcorra en un debate sobre drogas y lavado de dinero que se
hará en Naciones Unidas.
La secuencia política es fácil de predecir y observar. CFK,
sus exfuncionarios y actuales socios deberán visitar los tribunales todos los
días para dar cuenta de sus actos, mientras que la oposición política al
gobierno quedará representada por dirigentes honestos que denunciaron múltiples
hechos de corrupción.
Stolbizer aparecerá entrando al impactante edificio de
Naciones Unidas en New York, para participar de un debate sobre la eficacia del
combate contra las drogas y el blanqueo de dólares sucios, en tanto que en el
juzgado de María Romilda Servini de Cubría se ajusta la evidencia para citar a
Aníbal Fernández como imputado en la causa de la efedrina.
La sociedad entendió que su defensa institucional no puede
ser ejercida por líderes que se apropian del espacio público para mejorar sus
ingresos patrimoniales. Ya no conmueve que un expresidente imputado por
corrupción transforme su citación judicial en un acto político. La honestidad
se transformó en una pieza clave cuando se exige a los dirigentes que defiendan
el valor del salario ante el profundo ajuste económico.
CFK siempre pensó que haría historia. Y tiene razón. Pese a
sus dos mandatos presidenciales, su legado está más cerca de los tribunales.
Allí terminará su carrera política.
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