domingo, 10 de abril de 2016

Cristina activó bombas, pero las que estallaron fueron otras

Por Carlos Salvador La Rosa

En los años ‘60 fue famoso el programa televisivo dirigido por el locutor Roberto Galán, llamado “Si lo sabe, cante”, en el que, quien se animara, podía aspirar a ganar un premio entonando canciones frente a millones de teleespectadores.

En la Argentina del siglo XXI ya no sólo se canta en la televisión (donde en vez de Roberto Galán lidera Jorge Lanata) sino que también se lo hace en el juzgado. 

Uno de los que parece entonar mejor es Leonardo Fariña, quien acaba de conseguir un logro nada menor como fruto de sus cantares: que un fiscal pidiera imputar a Cristina Fernández de Kirchner, flamante ex-presidenta de la Nación.

Con ésta es la quinta semana consecutiva que en estas columnas escribimos sobre un mismo tema: el terrible y temible viento, con categoría de tsunami, que viene azotando a América Latina, en particular a sus experimentos neopopulistas, por haber sucumbido ante el pecado de la corrupción.

En Venezuela y en Brasil la cuestión ya estalló definitivamente. La corrupción bolivariana los dejó sin sistema económico alguno a los venezolanos, mientras que la corrupción del PT lulista le hace volar por los aires su sistema institucional a Brasil.

La Argentina, que mantiene ambos sistemas en pie, se encuentra, no obstante, con bombas colocadas por todos lados que no se sabe si estallarán o no, pero que están produciendo efectos contundentes en el ítem corrupción. No tanto por la acción decidida de los nuevos actores políticos sino por una conjunción de factores objetivos y subjetivos que han sido movilizados por el nuevo clima de época.

Esto nos ofrece una oportunidad extraordinaria respecto de los otros dos países. Venezuela ya no puede parar su debacle económica y Brasil saldrá debilitadísimo de su debacle política. Sin embargo, la Argentina puede zafar de ambos males si su sistema institucional se pone al frente de la lucha contra la corrupción en vez de simplemente soportarla y, si fuera posible, frenarla como algunos -muchos del gobierno anterior y también uno que otro del actual- desearían. Lo que es más, si a este combate se lo encara bien, el país puede salir fortalecido.

Las principales caras del gobierno anterior (de hecho las más afectadas por esta oleada de transparencia) están desorientadas porque no se esperaban que la política y la Justicia asumieran este rumbo tan pronto. Es que ellos se ocuparon de sembrar la mayor cantidad de bombas posibles en la cuestión económica para que la crisis que ellos dejaron bien preparadita, estallara en las manos a Macri a poco de iniciar su mandato.

Esperaban los kirchneristas que esa explosión económica tapara todas las demás cuestiones. Y, lo que es más, muchos de ellos aún lo siguen esperando.

Sin embargo, querer igualar con la corrupción de ellos al Macri de los papers panameños, o soñar con un Argentinazo cuando Cristina concurra a tribunales (como en versión local soñaron los K menducos con un Mendozazo colgándose de una disputa salarial docente), son reacciones defensivas de gente desesperada que busca impedir que la historia los arrolle pasándoles definitivamente por encima, más allá de lo mejor o peor que pueda ser el nuevo gobierno.

El ex-presidente del Banco Central, Alejandro Vanoli, acaba de reconocer explícitamente el plan de las bombas económicas en su declaración ante la Justicia. Allí dijo que la locura de vender dólares a futuro, justo en la transición de un gobierno a otro, se hizo a fin de poner un cepo a la devaluación, para que ésta no se pudiera hacer.

A confesión de parte relevo de pruebas: para que no se adoptara una medida de política económica tan buena o tan mala como cualquier otra, el gobierno que se iba armó una bomba que si se aplicaba esa política, estallaría, lo que le costó al Estado cuatro mil millones de dólares. No por culpa de la devaluación sino por ese cepo que pusieron para que no se hiciera. Eso es autoincriminarse en un delito. Y si la presidenta le dio la orden, ella también será responsable de este desfalco al Estado que, por otra parte, debe haber beneficiado a varios capitalistas amigos.

Lo cierto es que los kirchneristas no pudieron torcer la historia con su herencia de calamidades y las bombas económicas que sembraron, mientras que los que ahora se están torciendo son ellos, por bombas anticorrupción hasta ayer inimaginables, incluso para los que ganaron la elección, quienes pensaban -en su mayoría- que, si esto ocurriría, lo haría de un modo más lento. Pero la historia, cuando está madura, no espera a retardatarios ni timoratos.

Informamos la semana anterior que en la reunión que tuvo Carrió con Macri, ella le dijo a él que Angelici estaba operando para salvar la vida a Oyarbide. Y otra vez la profecía de Lilita se cumplió. Si fue por Angelici o no, vaya uno a saber, pero que acaban de salvar a Oyarbide de un seguro juicio político es una realidad inconstrastable.

Sin embargo, para algo bueno sirvió la reunión de Lilita con Mauricio: para que no se impusiera la línea que quería dejar todo más o menos como está en lo que hace a corrupción hasta que no se arreglara la economía. Por eso hoy al gobierno no le queda más que avanzar siguiendo al viento. O cuando menos, dejar hacer.

A todo esto debe haber sumado la proclama del juez supremo Ricardo Lorenzetti cuando exigió Nunca Más a la impunidad y a la corrupción, lo que quitó la timidez a algunos jueces y fiscales que ya no parecen poder hacer lo que siempre hicieron: encarcelar nada más que a perejiles. Ahora, en cambio, los perejiles cantan y los poderosos y poderosas se ríen menos.

Dice Alain Minc que los “mani pulite” estallan cuando la prensa, la Justicia y la opinión pública se unen para luchar contra la corrupción. En la Argentina la prensa libre hace tiempo viene luchando. La Justicia se está sumando, aún por no tan sanctas razones. La opinión pública apoya y el viento sopla cada vez más fuerte.

© Los Andes (Mendoza)

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