Por Carlos Salvador
La Rosa
En los años ‘60 fue famoso el programa televisivo dirigido
por el locutor Roberto Galán, llamado “Si lo sabe, cante”, en el que, quien se
animara, podía aspirar a ganar un premio entonando canciones frente a millones
de teleespectadores.
En la Argentina del siglo XXI ya no sólo se canta en la
televisión (donde en vez de Roberto Galán lidera Jorge Lanata) sino que también
se lo hace en el juzgado.
Uno de los que parece entonar mejor es Leonardo
Fariña, quien acaba de conseguir un logro nada menor como fruto de sus
cantares: que un fiscal pidiera imputar a Cristina Fernández de Kirchner,
flamante ex-presidenta de la Nación.
Con ésta es la quinta semana consecutiva que en estas
columnas escribimos sobre un mismo tema: el terrible y temible viento, con
categoría de tsunami, que viene azotando a América Latina, en particular a sus
experimentos neopopulistas, por haber sucumbido ante el pecado de la
corrupción.
En Venezuela y en Brasil la cuestión ya estalló
definitivamente. La corrupción bolivariana los dejó sin sistema económico
alguno a los venezolanos, mientras que la corrupción del PT lulista le hace
volar por los aires su sistema institucional a Brasil.
La Argentina, que mantiene ambos sistemas en pie, se
encuentra, no obstante, con bombas colocadas por todos lados que no se sabe si
estallarán o no, pero que están produciendo efectos contundentes en el ítem
corrupción. No tanto por la acción decidida de los nuevos actores políticos
sino por una conjunción de factores objetivos y subjetivos que han sido movilizados
por el nuevo clima de época.
Esto nos ofrece una oportunidad extraordinaria respecto de
los otros dos países. Venezuela ya no puede parar su debacle económica y Brasil
saldrá debilitadísimo de su debacle política. Sin embargo, la Argentina puede zafar
de ambos males si su sistema institucional se pone al frente de la lucha contra
la corrupción en vez de simplemente soportarla y, si fuera posible, frenarla
como algunos -muchos del gobierno anterior y también uno que otro del actual-
desearían. Lo que es más, si a este combate se lo encara bien, el país puede
salir fortalecido.
Las principales caras del gobierno anterior (de hecho las
más afectadas por esta oleada de transparencia) están desorientadas porque no
se esperaban que la política y la Justicia asumieran este rumbo tan pronto. Es
que ellos se ocuparon de sembrar la mayor cantidad de bombas posibles en la
cuestión económica para que la crisis que ellos dejaron bien preparadita,
estallara en las manos a Macri a poco de iniciar su mandato.
Esperaban los kirchneristas que esa explosión económica
tapara todas las demás cuestiones. Y, lo que es más, muchos de ellos aún lo
siguen esperando.
Sin embargo, querer igualar con la corrupción de ellos al
Macri de los papers panameños, o soñar con un Argentinazo cuando Cristina
concurra a tribunales (como en versión local soñaron los K menducos con un
Mendozazo colgándose de una disputa salarial docente), son reacciones
defensivas de gente desesperada que busca impedir que la historia los arrolle
pasándoles definitivamente por encima, más allá de lo mejor o peor que pueda
ser el nuevo gobierno.
El ex-presidente del Banco Central, Alejandro Vanoli, acaba
de reconocer explícitamente el plan de las bombas económicas en su declaración
ante la Justicia. Allí dijo que la locura de vender dólares a futuro, justo en
la transición de un gobierno a otro, se hizo a fin de poner un cepo a la
devaluación, para que ésta no se pudiera hacer.
A confesión de parte relevo de pruebas: para que no se
adoptara una medida de política económica tan buena o tan mala como cualquier
otra, el gobierno que se iba armó una bomba que si se aplicaba esa política,
estallaría, lo que le costó al Estado cuatro mil millones de dólares. No por
culpa de la devaluación sino por ese cepo que pusieron para que no se hiciera.
Eso es autoincriminarse en un delito. Y si la presidenta le dio la orden, ella
también será responsable de este desfalco al Estado que, por otra parte, debe
haber beneficiado a varios capitalistas amigos.
Lo cierto es que los kirchneristas no pudieron torcer la
historia con su herencia de calamidades y las bombas económicas que sembraron,
mientras que los que ahora se están torciendo son ellos, por bombas
anticorrupción hasta ayer inimaginables, incluso para los que ganaron la
elección, quienes pensaban -en su mayoría- que, si esto ocurriría, lo haría de
un modo más lento. Pero la historia, cuando está madura, no espera a
retardatarios ni timoratos.
Informamos la semana anterior que en la reunión que tuvo
Carrió con Macri, ella le dijo a él que Angelici estaba operando para salvar la
vida a Oyarbide. Y otra vez la profecía de Lilita se cumplió. Si fue por
Angelici o no, vaya uno a saber, pero que acaban de salvar a Oyarbide de un
seguro juicio político es una realidad inconstrastable.
Sin embargo, para algo bueno sirvió la reunión de Lilita con
Mauricio: para que no se impusiera la línea que quería dejar todo más o menos
como está en lo que hace a corrupción hasta que no se arreglara la economía.
Por eso hoy al gobierno no le queda más que avanzar siguiendo al viento. O
cuando menos, dejar hacer.
A todo esto debe haber sumado la proclama del juez supremo
Ricardo Lorenzetti cuando exigió Nunca Más a la impunidad y a la corrupción, lo
que quitó la timidez a algunos jueces y fiscales que ya no parecen poder hacer
lo que siempre hicieron: encarcelar nada más que a perejiles. Ahora, en cambio,
los perejiles cantan y los poderosos y poderosas se ríen menos.
Dice Alain Minc que los “mani pulite” estallan cuando la
prensa, la Justicia y la opinión pública se unen para luchar contra la
corrupción. En la Argentina la prensa libre hace tiempo viene luchando. La
Justicia se está sumando, aún por no tan sanctas razones. La opinión pública
apoya y el viento sopla cada vez más fuerte.
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