Por Tomás Abraham |
Lunes
Los medios masivos de comunicación me han enseñado una nueva
figura de la lógica ignorada por los griegos. Aquellos maestros de la sofística
y de las artes de la palabra inventaron la filosofía; hablaron de paradojas,
razonamientos circulares, regresiones al infinito y de todas las trampas
imaginables de la retórica. Pero no escuchaban Radio Nacional.
Yo sí, a las 17.30, cada vez que llevo a cabo mi caminata
vespertina, oscilo entre la 870, la 910 y la 950 am. El otro día me acompañaba
un diálogo entre el conductor Román Lejtman y el actor Arturo Bonín. Presencié
auricularmente un acto de amor, y digo acto porque se trataba de una puesta en
escena de un encuentro sentimental.
Lejtman no se cansaba de nombrar a todos los kirchneristas
que considera buenos tipos. Así los define: buenos tipos. Para él lo son Jorge
Taiana, Víctor Heredia, Rafael Bielsa, y por supuesto, Arturo Bonín, entre
otros.
El oyente no sabe si esos listados o certificados de buena
conducta son obligatorios en una radio pública que se dice “plural”, o forman
parte del ideario sentimental del comunicador. O si esos nombramientos son
parte de la costumbre de quienes dicen tener un amigo judío.
El actor, que se declara confeso cristinista, decía que
albergaba cierto grado de esperanza en que el nuevo gobierno reaccionario,
neoliberal y gorila creara un rumbo positivo para todos y no fuera tanto lo que
en definitiva demostró ser.
Su desilusión fue rápida. El gobierno reaccionario no sólo
es reaccionario sino más reaccionario aún, a pesar de su buena voluntad de
iluso ciudadano. Lejtman lo contiene y lo alienta a que diga lo que siente.
Bonín cita, por ejemplo, todos los despidos del Estado que se deben a razones
políticas y a la persecución ideológica.
Nadie le pregunta si en realidad las incorporaciones
fueron por las mismas razones aducidas,
pero al revés. Es decir, frenar el ingreso de cualquier aspirante que no fuera
oficialista y exigirle al incorporado permanentes pruebas de lealtad para no
ser marginado.
Y claro, para reforzar su decepción, llama al frente a
Lopérfido, al que Bonín define como “impresentable” porque hace de la cantidad
un fundamento moral. Pero en lugar de hablar del derecho a la palabra para
analizar sin censura lo sucedido hace cuarenta años, el actor acompañado por el
amable conductor se desplaza a la Costanera Norte, y señala que tales
disparates amorales los repiten quienes no quieren ver que lo sucedido en la
megafiesta de Costa Salguero es igual a la tragedia de Cromañón. Salvo para los
innobles espíritus que creen que en lo que atañe a las muertes, cinco son menos
que doscientas.
Al escucharlo, sabía que estaba en presencia de un
acontecimiento inaugural, ya que la verdad es que el kirchnerismo se borró
olímpicamente de aquel suceso de Plaza Once; el matrimonio Kirchner no se
acercó al lugar del siniestro ni recibió a los parientes de las víctimas, las
organizaciones de derechos humanos defendían a Ibarra y pedían no hacerse eco
de las denuncias para no favorecer a ese candidato a jefe de Gobierno de
apellido Macri, y que lo más valioso no era la justicia para familiares de
tendencias ideológicas sospechosas, sino combatir a la derecha.
Una vez terminado el diálogo entre dos personas que se
respetan a pesar de probables diferencias de opinión, de una conversación entre
dos buenos tipos y de un intercambio que los enriquece porque se hablan con
sinceridad, me acordé de los griegos.
Nuevamente, de los sofistas, quizás el movimiento cultural
más revolucionario de la historia de Occidente. Inventaron el pensamiento estratégico,
es decir, el razonamiento dirigido por un cálculo de poder que se presenta como
genuino, espontáneo, transparente y expresivo. Sincero.
Pero antes de que aquellos maestros intervinieran en Atenas,
sus precursores, los poetas de la antigua Grecia, invocaban a la musa Peitó,
protectora de seductores y de manipuladores de asamblea, los demagogos.
Miércoles
Dicen que Macri volvió convertido en otra persona luego de
un viaje por las zonas pobres de las provincias. En su discurso inaugural habló
de pobreza cero. Todo el tiempo dice que le duele lo que a los argentinos de
pocos recursos les duele. Entonces debería saber que el futuro de su proyecto
depende de su política social y no de la lluvia de dólares que llegarán por
especulación, créditos, préstamos, blanqueos, o todo lo que se les ocurra a sus
magos financieros.
Y la política social la organiza y controla el Estado, y no
sólo ONGs, asociaciones filantrópicas o iglesias. Por eso al desmantelar las
dependencias de asistencia social, al delegarlas en municipios y provincias en
quebranto, no sólo deja gente en la calle sin que consiga ningún otro trabajo,
sino a otra gente que necesita de ayuda.
Por más que sea una evidencia que la política social del
anterior gobierno, como de todos, no sea más que un pozo ciego de corrupción,
desorganización y clientelismo, a alguien atendían, muchos que trabajaban en
esos espacios algo hacían. Y lo que debe mostrar el nuevo gobierno es que en
lugar de dos personas anteriormente necesitadas proveerá de recursos a tres, ya
sea en el rubro salud, educación, vivienda, salubridad, aprendizaje de oficios,
etc.
Hay demasiados ideólogos de un liberalismo malthusiano en
las cercanías del poder que sueñan con desviar fondos del Estado hacia
emprendimientos más vistosos que los imprescindibles en una sociedad injusta.
Si Macri dice ser otro después de un breve viaje por su
camino de Damasco, deberá demostrarlo.
Viernes
Debido a la crisis brasileña y a la caída en los precios de
las materias primas, nuestro país tiene viento en contra. Se vienen tiempos de
recesión y de desocupación. Los billetes verdes que lleguen no van a ser más que
los que se vayan. El Gobierno debe pensar en políticas anticíclicas. De alguna
manera el anterior gobierno lo hacía pero de un modo caótico y a las apuradas
porque se les terminaba el turno.
De no hacerlo, a Cambiemos se le vendrá la noche, y bastante
pronto. Todos nos damos cuenta de que los agoreros de tiempos extraordinarios
ahora hablan con sordina. Entendemos que gobiernan hace pocos meses, pero a
pesar del corto tiempo, los efectos de las medidas se han sentido, y mucho. Hay
más inflación y menos trabajo. Y de eso no se rebota así nomás.
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