De la sexualidad
pública y
la dignidad del sexo
Por Martín Risso Patrón |
La Ciudad es un
Estado en riesgo
El abogado Gustavo
Adolfo Ruberto-Sáenz Stiro [46] asume como Jefe del gobierno vecindario,
que no es poco, el 10 de diciembre de 2015, y enfrenta situaciones por demás
complejas. Cabe recordar aquí que prácticamente la mitad de la población
provincial, unos seiscientos mil paisanos más o menos y a ojo de buen cubero,
se avecinan en esta aldea grande, sede a su vez del Estado autónomo de la
provincia de Salta.
Resulta que, los respectivos gobiernos provincial y
municipal, aunque de parecido pelaje, no son del mismo palo. Mientras gobernaba
la ciudad Miguel Ángel Isa, los morlacos del otario que es el Pueblo, pasaban
sin tocar tronera a sus manos en esta dramática manipulación financiera de los
últimos cuatro años, a caballo de dos leyes presupuestarias cruciales: La
enésima confirmación de la crisis financiera del Estado provincial, y la libre
disposición de las partidas presupuestarias centrales, que, más que para hacer
cosas que la naturaleza de la democracia indica, y por las vías adecuadas de
tildar cada mandato de la Ley de leyes que se cumpla, aprobada por la magna
legislatura, sirvieron para cualquier cosa menos para servir el Pueblo, el
mandante.
El gobernador Urtubey
no recibe nada nuevo, pues asume su tercer mandato como si nada, a no ser el
madrugón aquel en el que se entera que Daniel Scioli ha probado el sabor de la
derrota, y con él, el derrumbe del Régimen
Fernández, sostenido con el hilván de aquel relato construido llamado
Kirchnerismo; y urgente manda a comprar tinturas de varios tonos y se pasa la
noche siguiente mezclando y mezclando para ver cuál le quedará mejor. Pero
además asume con el ex-jefe vecinal del gobierno ciudadano, personaje
clientelar único para tapar baches que nunca se taparon, pavimentar miles de
metros hoy inexistentes en las calles aldeanas, poner en cauce las aguas
tronadoras del río que aún sigue asolando el sur allá donde termina la Linda de
antes.
Las tres partes de la mesa en la que se juega el escolaso de
la trampa. Nadie sabe lo que apuesta cada cual; Ruberto Sáenz en apariencia
cálidamente arropado en el riñón massero, espera fondos de finanzas sin filtrar
por la provincia, Urtubey sin filtro y de viaje, de almuerzo y de farandúlicas
tenidas televisivas, donde lo castigan tanto como le mienten, de novio
adolescente y todo; y Miguel Isa, sumido en un interesante silencio sobre
cualquier otra cosa que no sea asomar de vez en cuando o siempre, según se vea,
donde sea que se junten intendentes.
Tomar nota de esto. Capaz que le encuentra sentido a aquello de dirigir
procesiones [a lo que está condenado por su superior inmediato] y algún jugo le
saca para su propio consumo político. No olvidar que Urtubey puso piloto
automático a la provincia, manejado por su sátrapa el jefe de gabinete,
nombrado ad-hoc, el contador Parodi.
Mientras, Ruberto Sáenz, padece el ninguneo oficial. Pero
antes, lo primero; cómo nos comportamos todos en la Aldea.
Anomia local
autóctona
Sáenz no la lleva nada bien con la gestión administrativa de
la Ciudad. Tampoco el Concejo deliberante, con la suya.
En el contexto social republicano que lleva más de veinte años de deterioro en el
país, la ciudad de Salta tiene
suficientes condiciones para ser la
primera en la apetencia turística; gastronomía, espectáculos, noche,
placeres del descanso, etcétera, requieren de un enorme esfuerzo para
desarrollar infraestructura, tecnología, servicios eficientes y un claro objetivo
político de sentar plaza para satisfacer aquella apetencia de los turistas
propios y ajenos, de pasarla bien. Pedro sucede que no es posible porque
nuestra sociedad está aquejada de un cáncer que ya va para crónico. La terrible anomia: Esa absoluta
ignorancia de los actores sociales de las condiciones de equilibrio que rigen a
la colectividad, que se llama conjunto de normas
sociales, debido a que éstas tienden a desaparecer, y en sí están aisladas,
desorganizadas. Según la RAE, anomia
[también llamada anomía] es un Estado de
desorganización social o aislamiento del individuo como consecuencia de la
falta o la incongruencia de las normas sociales. Esto, emergente del
concepto de E. Durkheim [Francia,
1858-1917], quien sostuvo que ese mal social se basa en la incapacidad de la estructura social de proveer a ciertos individuos de
lo necesario para lograr las metas de la sociedad. Por su parte, Merton agregaba, en el primer tercio
del siglo XX, que este estado anómico existe por la apetencia de éxito no
resuelta entre quienes no tiene acceso a bienes sociales como la Educación, la
tecnología, etcétera, y conciben a la riqueza como meta a conquistar a un
precio que les cuesta a todos; no
cumplir las normas, es ese precio.
De esa manera, según analistas argentinos como Carlos Santiago Nino, [“Un país al margen de la ley: estudio de la
anomia como componente del subdesarrollo argentino”. Buenos Aires: Emecé
Editores, 1992], llegan a la conclusión de que la anomia se expresa como la
conveniencia individual del sujeto, de dejar de observar la ley porque los otros también lo hacen; también
negar la legitimidad de la autoridad que dicta las normas, y también la
autoridad que las aplica, y lo más nuevo, agrego, deslegitimar a la propia
Justicia. Finalmente el vale todo,
emerge de allí, como signo de los comportamientos sociales de estos tiempos en
Salta, Capital.
Eso aqueja a nuestra querida ciudad, y tiene a mal traer a
propios y ajenos. Y la gallina de los huevos de oro está que se nos muere, en
lo que a explotación económica del Turismo se refiere, por un lado, y a la
cotidiana convivencia entre vecinos, también.
Del sexo público, la
convivencia y la Balca
“Los changos han
vuelto golpiaos de la Balca...”, atiza Doña Clota como al pasar mientras me
ceba un mate. Traducido, es que los dos gandules de sus nietos, de 20 y 22,
tuvieron alguna diferencia de opinión
con otros en algún boliche de los que abundan hoy en nuestra epopéyica
[mundialmente hablando] calle Balcarce, en el barrio de la estación del
ferrocarril, y se resolvió a los puntazos, patadas voladoras y mesas volcadas
sobre las cuales algunos ajenos al conflicto, pacíficamente ponían sus vasos y
sus platos. “Y mire vea que las chinitas
no se quedan atrás mostrando los calzones cuando están en pedo...” agrega
casi innecesariamente para dramatizar la cuestión de género.
El asunto, vinculado con las estrictas apreciaciones de la
Vieja, toma dramático estado público tras el apuñalamiento de un muchacho
guitarrista, a manos de una patota, no hace mucho tiempo, en plena zona
balcarcina de esparcimiento.
Como es de esperar, la
aldea comenta que la Balca ya no es la misma, que hay salones [por decir
algo de esos galpones insanos] que son cajas negras, dentro de las que no se
sabe qué sucede, pero los resultados vomitivos se ven en las veredas: Gente
golpeada, meadores y meadoras públicos, cuando no cultivadores del porno urbano
y popular, y hordas patoteras y defecadoras sin recato. De inmediato, el
Intendente envía a sus inspectores, que son servidores públicos, que constatan
tanta desmesura, y aplican la autoridad. Son clausurados locales. Uno de los
saldos en rojo, por ser sintético, es éste: Amenazan de muerte a Sáenz, autoridad pública, y a su familia.
Anomia, amigos del feca, paisanos y Doña Clota. Ahí está la discusión. Otro
saldo en rojo: En los avisos clasificados del matutino El Tribuno, este
incómodo cronista pudo leer en aviso a dos columnas y media por 10 cm. “Vendo Peña en la Balcarce, etcétera”. Todo un ícono que se
resquebraja no se sabe muy bien si porque estaba hecho de barro flojo, o porque
su acero no soporta los signos de la época: Un estrecha confabulación de
marginalidad, corrupción y apetencia de placer y de riqueza a toda costa; anomia, Paisanos.
“Pero usted, como
siempre, se está olvidando de los cochinos esos que buscan chinitas y travestis
pa’ hacer la cochinada...” ahonda el puñal la Vieja, y se persigna. Creo
entender que se refiere a la demanda y
oferta públicas de placer sexual, que se está convirtiendo a estas alturas
en una especie de corredor turístico allá por el Hogar Escuela y varios lugares
del macrocentro y los arrabales. Tiene razón Doña Clota. Pero veamos qué sucede
en la Administración [provincial y municipal].
Flatus vocis, sólo para decir “puticio”
Cuando se buscan rodeos para no llamar a las cosas por su
nombre, en nuestra Lengua eso se llama eufemismo.
Esto es, un recurso para intentar explicar lo que no se comprende muy bien, o
que, si bien es perfectamente comprendido no se quiere incursionar en durezas
conceptuales. Es hablar sin comprometerse demasiado.
En esto de las cuestiones que vamos desgranando, encontramos
la demanda/oferta sexual callejera en la ciudad; fenómeno en franco aumento,
digno de ser analizado en otra oportunidad con la profundidad necesaria.
Inevitable considerar algunas cosas que, de no mencionarlas,
no podríamos comprender lo que eso significa socialmente. Desde la moral
religiosa vigente en muchas familias y la moral cívica de los escépticos
religiosos, hasta las duras estadísticas de expansión del HIV, pasando por la
misandria y la misoginia de algunos y algunas, o la polución ambiental que
producen los deshechos del amor circunstancial cuando no hay dinero para pagar
una cama pasajera; los derechos humanos y la Libertad; también los ruidos
molestos y al final, las leyes,
ordenanzas y edictos policiales. Todo lo mencionado tiene su grado de
legitimación que, según la naturaleza de las cosas, bien puede formar parte de
un sistema social, sin deslegitimarse mutuamente. Eso sería fantástico.
Esa complejidad presenta problemas a quienes tienen el
mandato popular de mantener el orden público, la salud y las buenas costumbres
ciudadanas. Para el caso, el gobierno de la Ciudad, que en nuestra amada Aldea,
son problemas que parecen enormes monstruos, a los que la lengua pedestre y
popular llama por nombres absolutamente desagradables que no viene al caso
reproducir aquí. Pero sí me es permitido mencionar cabaret [el viejo y querido breca],
lenocinio y el espantoso “mujer
pública”; o fiolo [del antiguo
lunfardo de Cafisho, popularizado tangueramente también como “caralisa” en la
Argentina allá por el primer tercio del siglo XX, que es el que vive del
trabajo en general y sexual de las mujeres]. Tanto los legisladores
municipales, como los provinciales, en general y con honrosas excepciones [como
la del edil Andrés Suriani], miran de reojo la cosa, y no hablan de esto, sino
a través de eufemismos.
Como la vida en sociedad, cotidiana, franca y por lo tanto
libre, merece el sacrosanto respeto de todos los que convivimos en comunidad, emergen las normas. Pero a la hora de
normar ese sistema de oferta/demanda sexual que se hace público en la ciudad,
hay que ir al ajo y tratar de restaurar el orden público a como dé lugar.
El caso es que, dado el avasallador empuje del fenómeno de
la sexualidad callejera, irrita, con razón, al vecindario de que se trate, el
barrio clama por que saque carpiendo a quienes de noche son lentejuela,
piernas, caricias procaces, coche, rímel, y transa
lisa y llana, y los pongan en cualquier
otro lado. Como la basura que se intenta ocultar bajo los muebles o la
alfombra. Pues bien, a los imaginativos ediles y representantes, se les ocurrió
un catálogo de nombres, francamente risibles, para nombrar lo que cuesta llamar
por su nombre: Zona de exclusión. Así, escuchamos “zona roja”, “zona de
convivencia”, “zona franca”, para denominar al bendito vecindario o
espacio urbano en el cual piensan depositar al mejor estilo nazi a aquel que
molesta en un lado, para que moleste en otro [pero cerrado], en una patética simbolización del ghetto
hitleriano. Además, y según el habla coloquial española, tantas cosas para
decir “puticio”.
Se metieron en un
pantanal conceptual, normativo, sociológico y moral y etcétera, nuestros
propios representantes. Algunos muy bien intencionados; otros, no.
En realidad, de lo que se trata, simplemente, es de [como
afirma Doña Clota lo más trucha, ella] “...no
pregonar la moral con la bragueta abierta...”. Esto es, de una vez por
todas, aplanar el traste en la
biblioteca legislativa el tiempo necesario, y desenterrar la masa legal
guardada, prácticamente en desuso que colma cajas y cajas bibliotecarias, y ordenar al correspondiente poder
Ejecutivo el “cúmplase” correspondiente, ley,
ordenanza o edicto contravencional en mano. De esa manera, travestis,
transexuales, muchachas y muchachos, mujeres maduras y hombres de a pie y de
auto, deberán atenerse a las
consecuencias de su lascivia, sus necesidades fisiológicas, sus apetencias
y elecciones de objetos sexuales, necesidades económicas por falta de trabajo
[de parte de la oferta] y su propia Libertad, siempre y cuando todo eso contravenga la Ley en lo que a Orden
público se refiere. Así, el aglomerado nocturno [y muchas veces diurno] de
sexo, violencia, escenas procaces y preservativos en las veredas y plazoletas,
se irá desperdigando hacia los lugares en que no molesten a nadie; entre ellos,
el viejo y querido amoblao, sobre el que deberá ponerse énfasis para que cumpla con su verdadera función
social, importante, por cierto, de asegurar la reserva del caso a los
públicos practicantes de sexo, el control sanitario correspondiente, y la dignidad del propio acto sexual,
sea quien fuere que lo practique.
En resumidas cuentas, se trataría solamente de dos cosas: 1]
Hacer cumplir la vastedad normativa imperante sobre el Orden público, y 2]
Potenciar la existencia y control de lugares físicos [como dije, los amoblados] en los que la Naturaleza
humana pueda expresarse en intimidad, seguridad, dignidad, higiene y Libertad.
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