Hasta el Gobierno quedó complicado, cuando menos
lo
esperaba. Tiempos judiciales y políticos.
Por Roberto García |
Paradojas de la vida
política: justo se vino a caer la pared del fondo cuando era el mejor
momento de Mauricio Macri.
Al menos, según él y las encuestas,
esa religión que cautiva al Presidente, tan monoteísta que contrata a una
sola empresa (el resto de los competidores, de luto, casi para hacer
piquetes a favor de Cristina).
Justificaban ese convencimiento los besos
con Obama, la firma de los holdouts, la lluvia de créditos por la salida del
default y una avalancha judicial contra lúgubres personajes (Jaime, Báez, y
otros) que contenían –se supone– el narcótico descenso social que implica la
caída de ingresos este año. Podía ser cierto, pero apareció la novela del
sastre de Panamá, un mayorista de Le Carré para inscribir sociedades fantasma u
offshore que eran ineludibles en otras décadas para ciertas operaciones
comerciales. Y el mandatario, inscripto sin aviso en dos de esa lista de
millones, explicó a duras penas –y tres veces en cinco días– su participación en ellas. Saldo: lo que parecía una
goleada, como en el fútbol, termina con el equipo pidiendo la hora.
Pocos saben, inclusive
hasta los transmisores de la información antes encriptada en los Panamá Papers,
la evolución contagiosa de este caso que sacudió a Macri, mucho más en el
exterior que en la Argentina. En principio, el Gobierno minimizó la
denuncia con un comunicado exiguo, inducido tal vez por el criterio que
preconiza Jaime Duran Barba: la corrupción no es un tema que inquiete a
la mayoría de la población, considera más importante ocuparse del bolsillo personal
de los argentinos y de que Mauricio evite los ajustes, no se muestre como
alguien que les saca la plata a los sectores menos pudientes. Enfrente, como ya
lo planteó Elisa Carrió al objetar a Duran Barba, hay un grupo operativo que se
entusiasma con las denuncias al saqueo cristinista –no estaba en sus
cálculos, claro, las que llovieron sobre el Ejecutivo–, los jueces
cómplices y figuras non sanctas que irritan a la clase media. Consideran, en
suma, que la teoría del consultor ecuatoriano fracasó ya en su país, cuando
asesoraba al presidente que no pudo cumplir su mandato, Jamil Mahuad. Es
decir: le reconocen a Duran Barba un talento especial para ganar cualquier
elección, facultad que no se extiende sin embargo para sostener al mandatario
elegido.
Se apartó Macri de los
consejos de Duran Barba y habilitó una ofensiva judicial que tomó vértigo propio en la que la
tortuga se vuelve liebre (Casanello), el que beneficiaba a Cristina
ahora hace feliz a Carrió (Ercolini) y, como agregado, la Corte vía
Ricardo Lorenzetti –correspondida ahora por los jueces federales– instruyó que
se termine con la impunidad, como si ellos mismos estuvieran desligados de lo
ocurrido en la Argentina en los últimos 12 años. Invocando, también por
sugerencia de las encuestas, que el público demanda castigo y velocidad
ultrasónica para las causas. Del Derecho ni hablan. Igual se cargó sobre el
cuerpo de magistrados (cuatro designados por el menemismo, uno por la Alianza,
el resto por el kirchnerismo) que deberían realizar esa nueva tarea, hicieron renunciar a uno (Oyarbide), amenazan a otros y,
en alguna medida, los volvieron a convertir en instrumentos del sistema
político que les permitió vulnerar la banquina sin que el Consejo de la
Magistratura, con mayoría de los partidos, procediera a observarlos o a
despedirlos. Hasta se les achacó la maniobra de despedazar causas cercanas a
Cristina y su gobierno, desmembrarlas en diferentes juzgados, en lugar de
unificarlas, cuando las grandes causas como el megacanje, la deuda externa u
otras que imputan por asociación ilícita han quedado también en suspenso.
Distracción. La falla, siempre, estuvo en otro lado, la
instrumentación fue una excusa. Hasta se produce la curiosidad inédita de que
la venalidad es unitaria, no federal como el país, ya que los delitos y las
anomalías parecen haber ocurrido sólo en el área metropolitana, y en ninguna
provincia hubo dolo o algún gobernador complicado. Hay inclusive
transacciones o acuerdos del macrismo con Gerardo Zamora y su sucesión en
Santiago del Estero, por ejemplo, o distracción sobre administraciones como la
de Formosa, Tucumán o Jujuy, algunas de ellas en situación desesperante.
Prevalece entonces la
tendencia reparadora y justiciera sobre millonarios repentinos, algo más que sospechados por el periodismo
hace años. A los Báez o Cristóbal López –responsable de la financiación al
cristinismo, según los cercanos a Macri, uno de quienes le dijo sin
contemplaciones al empresario: “se terminó”–, sumados al impresentable Jaime,
les sucederán Julio de Vido u otros emblemas, como la misma ex mandataria
Cristina, caso de estudio por el refugio en su comarca sureña, más recluida en
la Casa de la Provincia que en su domicilio. Aunque debe considerar ambos
paraderos como propios, como si fuera un feudo del siglo XII. Aluvional este
proceso, quizás comparable a la Italia de Di Pietro o el Brasil actual –aunque
todavía no convidan al sarao a los empresarios privados que pactaron con el
círculo– al que los adversarios quieren incluir a Macri y él, en su defensa,
señala que no es lo mismo, que no lo comparen, que no sólo difiere en origen,
también en conducta.
Tropieza el Gobierno con
el dominio de la calle que instiga el cristinismo, necesitado de peronistas ad hoc como Fernando
Espinoza, ex intendente de La Matanza, propiciando que Macri “salte” de la Casa
Rosada, casi convertido en el Raúl Othacehé que desató la rebelión contra
Fernando de la Rúa. Hay que incluir cierta incompetencia oficial, tal vez, para
esterilizar esas movilizaciones. Más el descontento de quienes pierden ingresos
o se escandalizan con los aumentos tarifarios, la falta de dinero para
solventar obras en todo el país, caso testigo la gobernadora de Buenos Aires,
una exhausta en lo económico María Eugenia Vidal, quien esta semana pidió
asistencia social para una provincia indomable, en la que hasta se armó una
huelga de la Policía a través de internet.
Y, por si fuera poco, se
advierten disgustos en la conducción del Gobierno, en la que el ministro Alfonso
Prat-Gay podría confesar malestar con colegas (Rogelio
Frigerio, Marcos Peña), hoy ansioso por cerrar la cuestión de los
holdouts, la apertura de los créditos y, después, plantear una
organización diferente de funciones. Ministro demasiado sensible, diría Néstor
Kirchner, quien lo tuvo como titular del Banco Central, imprevisible para actos
futuros si no le conceden más confianza y él no lanza un plan de
estabilización. No alcanza la súbita Justicia para pensar en el largo
plazo.
© Perfil
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