Los instrumentos para
cerrar la brecha fiscal
fueron inutilizados por el cristinismo
Por J. Valeriano Colque (*) |
El fuerte susto cambiario y financiero parece no haber
descalabrado los nervios del ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat Gay.
Se reunió con funcionarios nacionales que dicen haberlo visto tranquilo y,
sobre todo, seguro del rumbo que el Gobierno nacional llama “gradualismo”, y
que muchos llaman “esperando la lluvia de dólares”.
Los nervios de Prat Gay deben ser de acero, porque la
reunión fue tempranera. A esa hora, no se sabía aún si el Banco Central,
comandado por Federico Sturzenegger, iba a sufrir la misma sangría, cuando
debió reventar 236,7 millones de dólares para alimentar a agentes desesperados
por desprenderse de pesos, pese a una suba de la tasa de interés testigo de
corto plazo a un insólito 37 %. En efecto, el Banco Central no tuvo que vender
dólares, pero sí retrotrajo un permiso que se había dado a los bancos para
aumentar sus tenencias de divisas, lo que en los hechos redujo la demanda. La
pregunta es: ¿qué motoriza esta inestabilidad? Las respuestas son múltiples.
Los importadores están retomando compras al exterior, al
igual que los fabricantes que necesitan insumos, y eso eleva la demanda de
dólares. Las empresas están repatriando al exterior las divisas acumuladas
durante el cepo impuesto por el kirchnerismo.
Todo se calmará cuando, hacia abril, se recaliente el comercio de granos
y las cerealeras liquiden divisas. Es probable que esto sea un espejismo. Las
cerealeras ya vienen ingresando divisas a un ritmo frenético: en las primeras
ocho semanas del año aportaron 4.068 millones de dólares, un 82 % más que el
promedio liquidado en el mismo período de los 10 años anteriores. Cuando el
precio de los granos volaba por los aires y no viajaba en subterráneo, como
hoy.
La confianza en un salto también parece exagerada. En los 10
años anteriores el volumen de liquidaciones aumentó un promedio de 98 % en esta
época (entre las dos últimas semanas de febrero y las dos primeras de marzo,
por un lado, contra las dos últimas de abril y las dos primeras de mayo). Es
difícil que en 2016 se registre un salto de la misma magnitud, precisamente
porque en enero y febrero las cerealeras hicieron liquidaciones
extraordinariamente altas, sin precedente histórico.
Todos lo saben.
Otra visión–no necesariamente contradictoria–parte de que Argentina no tiene un
drama con la falta de dólares, sino con el exceso de pesos. El circuito es
archiconocido.
El kirchnerismo dejó de herencia un Estado deficitario
serial, incapaz de financiarse racionalmente pese a cobrar los impuestos más
altos de la historia. Así que, durante años, puso a ese Estado a birlarle
dólares a la sociedad (a través del Banco Central) para pagar sus deudas, y a
mejicanearle pesos a la billetera de los ciudadanos (a través de la emisión).
Mientras no haya confianza en que esa máquina va a desmontarse, los agentes
económicos tenderán a no ceder monedas duras y a no aceptar pesos destinados a
volatilizarse en el aire. Cambiemos no parece tener la fortaleza política
necesaria para cerrar en forma acelerada el déficit fiscal, la señal más
contundente que podría dar. Los responsables de haber creado el foso fiscal
están cómodamente sentados en las bancas de la oposición legislativa exhibiendo
cartelitos indignados y acusando de “ajustador” al Gobierno que debe lidiar con
una herencia doblemente perversa: tiene que cerrar la brecha fiscal pero,
además, los instrumentos a los que podría haber apelado para esa batalla ya
fueron inutilizados por el cristinismo. Un ejemplo es la capacidad del Banco
Central para esterilizar pesos tomándolos prestados de los bancos.
Las apuestas del arco político son dos. Unos creen que la
salida del default permitirá acceder a préstamos que posibiliten corregir el
desastre fiscal de base en forma gradual. Otros apuestan a que ese
endeudamiento servirá para mantener el déficit hasta que eso también se agote y
Argentina quede definitivamente sin alternativas.
Hay un detalle: los que deben prestar la plata ya saben que
ese es el juego. Y es difícil que la presten a tasas razonables si ven que el
poder político argentino sigue siendo tan incorregible como siempre.
(*) Economista
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