Hebe de Bonafini, un emblema que ha
vaciado
de significado el pañuelo blanco.
Por Pablo Cohen (*)
La lucha de quienes
alumbran sus sociedades enarbolando principios humanistas, inextinguibles y
fraternos ha sido más reconocida cuando de aquella luz se ha desprendido el
coraje que siempre supone decir las cosas correctas en el momento
incorrecto.
Es fácil erigirse, como lo ha hecho el peronismo, en
víctima de los crímenes de la última dictadura; más difícil es aceptar que
éstos comenzaron durante la presidencia de María Estela Martínez de
Perón y que la tarea de un presidente democrático no consistía en
amnistiar a los militares sino en juzgarlos de acuerdo a las reglas del Estado
de derecho.
El Estado de derecho es,
precisamente, uno de los elementos del contrato social que ha descubierto el
kirchnerismo en estos escasos meses de gobierno macrista: ahora que es
oposición ha terminado por comprender que una cosa es la legitimidad de
origen y otra la de ejercicio.
No se podría entender de
otra forma que, con alevosa ansiedad, tantos silenciosos cómplices del lavado
de dinero, de la ludopatía y del hacinamiento ferroviario hayan proclamado que
la actual Argentina es una dictadura.
En esa línea de
pensamiento, un emblema que ha vaciado de significado el pañuelo blanco ha
sido Hebe de Bonafini. Ha dicho Bonafini: “El 23 y 24 de marzo, como una
cachetada a la Historia, a nuestros hijos y a nosotras, las Madres, llega Barack
Obama al país, invitado por otro enemigo de las Madres: Mauricio Macri”.
“Me puse a pensar”, agregó Bonafini, “a qué país representa Obama, y me saltó a
la cabeza el Plan Cóndor”. Y remató: “Ese hombre tiene las manos manchadas de
sangre y acá no lo queremos”.
Es curioso que Bonafini
confunda a un presidente negro, demócrata y keynesiano con Richard Nixon, que evoque el Plan Cóndor, pero no la campaña de
Jimmy Carter contra las dictaduras latinoamericanas y que se espante por el
horroroso entrenamiento que de los estadounidenses recibieron tantos represores
sin ahondar en uno al menos igual de cruel, que es el que Francia proveyó a los
militares argentinos fascinados por la violencia desplegada contra Argelia.
Aparentemente, Hollande y la tradición xenófoba, jacobina y pronazi del pueblo
galo no forman parte del odio de la candorosa entrevistadora de César Milani.
La ley de sangre, que
rige en Francia contra la mucho más integradora ley de suelo, que sobrevive en
los Estados Unidos, tampoco es digna de ese análisis, a pesar de que a nadie
puede escapar la reciente visita a la nación de
Hollande, un socialista
moderado que, como el uruguayo Tabaré Vázquez, simpatiza con Macri.
La señora Bonafini habla
hoy de los desaparecidos como de “30 mil revolucionarios” y, así como
condena la represión de Macri en episodios menores, no tiene tiempo para
recordar que, en plena crisis del gobierno de CFK con el campo, opinó: “La
Presidenta tiene mucha democracia y mucha tolerancia, porque otro gobierno los
hubiera desalojado a palos y a gases como merecían”.
Tampoco recuerda, las
épocas en las que acusaba a Bergoglio de “golpista”, festejaba las muertes de civiles en las Torres
Gemelas, pedía desalojar de la Casa Rosada a un vicepresidente electo, llamaba
“bolitas hijos de puta” a un grupo de ciudadanos que asistían a la Plaza de
Mayo, se solidarizaba con las FARC o insultaba a quienes habían osado
participar de la despedida que se le realizó al ex presidente Alfonsín.
En El
conocimiento inútil, Jean François Revel escribió una frase que parece de
2016 y no de 1988: “La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la
mentira”.Bonafini no la escribió, pero nadie la puede acusar de no haber
sido profética.
(*) Escritor
© Perfil
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