Circulan versiones
sobre posibles recambios. Hay
tres apuntados: Bullrich, Martínez y Aranguren.
Por Roberto García |
Como a todos los gobiernos, al de Macri lo acechan varios
rumoreos que van a crecer con el paso de los meses.
Casi de estilo este
proceso, natural y repetitivo, producido por los que están afuera, desplazados
o no, por aquellos que pugnan para entrar o, también, por los que están adentro
y creen merecer un destino superior. Intereses diversos.
En el reguero hasta
aparecen entusiastas y curiosos que objetan políticas, personas o resultados
con la expectativa de que se modifiquen por el simple ejercicio de su palabra.
Así, entonces, comienzan las tribulaciones sobre las
candidaturas del año próximo, la posterior del 2019, el debate sobre herederos,
aspirantes u hombres fuertes, y sobre
todo el cambio de altos funcionarios luego de cien días en que más de uno lo
advierte al Presidente tenso, apesadumbrado, molesto en ocasiones y con la
cruda certeza de que gobernar es, sobre todo, pagar: a bancos, gobernadores,
acreedores, socios, amigos y ajenos, legisladores, intendentes, empresarios,
sindicalistas, competidores, visitantes en general y en particular. Gobernar no
es, como él reitera para la tribuna con cierto tono épico, simplemente generar confianza.
Aunque nadie ignora que Macri no ha sido afecto a
desprenderse del personal que lo asistió en la Capital durante sus mandatos
(por ejemplo, dicen que nunca se apartó de su círculo Mariano Narodowsky, aquel
pedagogo ministro que renunció por las escuchas telefónicas), muchos entienden
que el ejercicio presidencial quizás lo obligue a cambiar de costumbres. No es lo
mismo un club grande que el seleccionado. Alguno de su cercanía comentó, apenas
iniciado el Gobierno: este equipo es la primera línea del desembarco en
Normandía, quedarán pocos luego del fuego enemigo.
Si bien el jefe de Gabinete, Marcos Peña, concentra atentados
múltiples –algunos por defecto de su propia gestión– su resistencia parece
blindada: es Macri. En cambio otros tres nombres no disponen de esa garantía,
ya se postulan como inestables, quizás por malestares vertidos en la misma Casa
Rosada: Patricia Bullrich (Seguridad), Juan José Aranguren (Energía) y Julio
Martínez (Defensa). Al responsable militar le endosan contradicciones,
insuficiencia y con la cabeza atenta a su futura candidatura a senador en su
provincia, La Rioja. Claro que lo protege un paredón: la UCR. No es menor esa
cobertura, cuando al partido le reprochan haber cobrado menos de lo que
corresponde en la alianza. Al titular de Energía le reprochan ineptitud en la
comunicación (como si esa fuera su especialidad y no lo hubieran abandonado
cuando anunció los aumentos de la luz), también escaso tacto para las
correcciones de tarifas (no casualmente se frenaron los incrementos en el gas)
y haber envuelto a varios oficialistas en temas no probados que obligaron a la
rectificación (Federico Pinedo, por caso). Carece de salvaguardias, no está
protegido políticamente ni cosechó demasiadas adhesiones. Y Bullrich, la menos
defendida, tropezó con observaciones apenas empezó por la fuga escandalosa de
tres prófugos, cierta incompetencia oral con el protocolo para sofocar piquetes
y una búsqueda poco escrupulosa de asistencia en personajes tan afines a CFK,
como el general Milani. Hay un reparo: ella nunca pidió ese cargo, aceptó a
pedido de Macri esa carga para la cual el mandatario estaba huérfano.
Al margen de
tambaleos personales, de jerarquías que se ocultan en las crisis, esta
incipiente radiografía de tres funcionarios en frágil situación quizás obedezca
a un ensayo del propio Macri que deberá probar su acierto: la nominación de
ministros o jefaturas por razones de confianza y lealtad, también por descarte,
más que por el conocimiento o versación de ellos en las áreas a las que fueron
asignadas. Basta enumerar a la citada
Bullrich y a Martínez, pero Oscar Aguad tampoco se destaca por un máster en
Comunicaciones y tecnología, quien se imaginaba más en Defensa que en satélites
y telefonía, la ingeniera Susana Malcorra desconocía la Cancillería y si bien
dedicó varios años a la burocracia de Naciones Unidas, ese ejercicio no se sabe
si la habilita como experta en política internacional. Ni hablar del
voluntarioso rabino Sergio Bergman en Medio Ambiente, con nula experiencia en
la gestión por otra parte, o el jefe de la Inteligencia (AFI), el escribano
Gustavo Arribas, quien poco podría exponer si se registrara algún episodio de
terrorismo internacional. Tampoco se evade de la hilera José Cano, un
odontólogo tucumano que figuraba para Salud y terminó a cargo del proyecto
Belgrano, una obra de infraestructura gigantesca. Ni el nuevo presidente de YPF,
Miguel Angel Gutiérrez, especialista financiero pero extraño al gas, las naftas
o la energía eólica, al frente de la compañía más importante del país (claro
que el nombramiento de un CEO lo pondrá a salvo de esas minucias de
yacimientos, explotaciones y acuerdos con gobernadores).
Hay otros ministros que, tal vez, despliegan idoneidad en su
área, pero limitan su tarea por operativos de otros o por encierros propios. Un
caso, Germán Garavano (Justicia), quien ni se acerca al fuero federal, como si
ese rubro le estuviera vedado o le correspondiera a outsiders como Daniel
Angelici o Enrique Nosiglia. El otro, Alfonso Prat-Gay, dedicado en
exclusividad a las finanzas con su entorno, cuando todo el mundo lo sospecha
titular de Economía sin que haya pasado ni de visita por una fábrica.
Más que situaciones personales, habrá que detenerse en este
método impuesto por Macri de improvisar figuras en lugares cuya densidad
desconocen, una innovación de saldo incierto. En noventa días hay más de un
ruido en esa política, admitiendo que el fango heredado tampoco ayuda. Y que
gobernar es pagar, por más que el oficialismo, casi risueñamente, sostenga que
no está para el toma y daca.
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