Hay tantas cosas hermosas en la vida,
que tener un ejecutivo aburrido quizás nos permita apreciarlas más.
Nada parece
complacernos.
Por Tomás Abraham (*) |
Lunes 29 de febrero al
mediodía
Hay una inquietud
generalizada sobre una cierta insuficiencia del Gobierno en lo que respecta a
su falta de relato. Intelectuales, escritores, periodistas, le piden al
macrismo que transmita un mensaje que despierte entusiasmo.
Hay un apuro por
contemplar lo que, aparentemente, todo poder necesitaría; nos referimos a una
legitimidad sublime, no tan prosaica como el pragmatismo, ni tan pobre en
contenido como prometer cumplir con lo que quiere la gente o que “se puede”.
¿Y la Testarossa? ¿Cuál
era el relato de Carlos Saúl sino ese tremendo descapotable con dos hermosas
gomas a su lado? ¿No era lo que nos encantaba a los argentinos que en
diez años disfrutamos con el presidente el sueño de la Ferrari con la rubia de
acompañante?
A veces los
relatos son simples, no necesitan ni el marketing del amor ni un
discurso consistente, ni una prédica imbuida de seriedad académica, ni un
protocolo republicano.
Además, ¿a quién se le
ocurre pedirle al prójimo –gobernante o no– que sea depositario de un relato
del que el demandante carece? ¿Desde cuándo hay un delivery de
ideologías? “Por favor… hagan algo para que el pueblo se la crea…”
Este tipo de cinismo inocente tiene larga data. Sostiene que la política
necesita de pan, de circo, y, ahora también, de un Bien Universal, o, al menos,
de una fábula.
Hay quienes se aburren,
es una pena. Hay tantas cosas
hermosas en la vida, que tener un ejecutivo aburrido quizás nos permita
apreciarlas más. Nada parece complacernos. Nos quejábamos del narcisismo de
Cristina, nos pasamos años hablando de su amor de sí, y ahora nos quejamos de
este señor gris que sólo dice “todos juntos en equipo”.
Le pedimos que muestre
más a Juliana cerca
de los pobres, o que se saque muchas fotos con su hija pequeña.
Se ve que se le tiene mucho miedo al kirchnerismo, y no conciben mejor
exorcismo que una gran dosis de diversión y sentimiento. Los intelectuales a
veces son así, piden creer en lo que ellos no creen, adorar lo que desprecian,
y contemplan el entusiasmo plebeyo desde la vereda de la apatía ilustrada.
Lunes 29 de febrero a la noche
Me dedico a leer el documento del Club Político Argentino de treinta y
cinco mil cuatrocientos noventa y un caracteres.
Cuando transcurrían unos doce mil en el apartado segundo del punto dos, “Opinión pública: expectativas y respaldo político”, dice: “El Gobierno carece de una narrativa clara (…) ¿Qué tal si el Gobierno expresara que su visión de largo plazo consiste en la construcción de un capitalismo serio y próspero en la Argentina?”.
¿Qué tal?, me pregunto a
mí mismo aceptando la invitación.
Yo, bien, me respondo,
en realidad fenómeno, es lo mejor que puede ocurrir; por mi parte nunca me
pareció que el dinero fuera algo sucio, que el mercado fuera una feria de venta
de esclavos ni que ser de centroizquierda me convirtiera en un hidalgo. Los
autores admiten que nuestra sociedad tiene una fuerte impronta anticapitalista,
así que consideran mejor inspirarse en otra cosa, aunque de ninguna manera en
el mesianismo o en místicas de futuro.
Estamos en un brete. Los
miembros del Club para comenzar, y también lo están todos los que juzgan
imprescindible una narrativa clara, aunque también distinta; admitamos que sin
mucho biribiri, los de Carta Abierta, a pesar de su sintaxis, sabían a
quién venerar.
Es complicado pensar en
una narrativa criolla sin tótems a
quienes adorar y eternizar. Los miembros del Club no quieren una épica
salvacionista. Les encanta la argumentación elaborada. Pero los argentinos en
masa no son tan afectos a asistir a mesas redondas, escuchar conferencias,
debatir, intercambiar opiniones, montar tribunas o clubes.
Por otra parte, otros
miembros del Club, insaciables, le piden a Macri que diga lo que sabe, que diga
la verdad, que no nos esconda información, que muestre el desastre que nos dejaron los K. No fue
suficiente con que durante diez años los medios nos bombardearan con todos los
chanchullos del poder, igual nos dicen que no supimos nada. Votamos en
2011 54% a 16%, sin que aparentemente supiéramos nada. Nunca supimos nada,
ni durante la dictadura, ni en los 90 ni ahora. No importa si cada día informan
que el país está en quiebra y que la herencia es durísima, ¡no alcanza!, así no
se genera la debida pasión negativa. Tampoco alcanza si el Presidente mañana
dice que va a publicar todos los números del mundo para mostrar el desastre
heredado. El amor no alcanza, es blando. La gente no se bancará el ajuste sin
encono, así que mejor que lo canalicen al pasado si no quieren que les caiga
encima como una tonelada de m…
Queremos una narrativa racional que surja de un diálogo plural y respetuoso empapada en repudio y espanto. ¡Una bronca como en 1989! ¡Como en 2001! ¡Queremos nuestra grrrrieta!
Una vez un líder socialista me manifestó su preocupación porque su espacio político y su doctrina carecían de mitos con sus mártires y verdugos. En mi respuesta le manifesté que mi preocupación era la de carecer de ideas.
Los autores del
documento lo confirman: “En las sociedades contemporáneas la brecha
existente entre la complejidad de las cuestiones públicas y el conocimiento
público de estas cuestiones es inconmensurable”. Lo que no especifican
es que esta brecha también existe para los intelectuales.
Creen que la confesada
brecha, o ignorancia, se puede colmar “elevando”, como ellos mismos dicen, la
calidad del debate público, “de tal modo que las organizaciones de la sociedad
civil de todo tipo y políticos, periodistas, intelectuales, etc., se sientan
más impulsados a participar…”
Es decir, retórica,
discurso, generalidades, conocimiento técnico cero, problemas de gestión para
subordinados, visiones panorámicas para elegidos. Vaguedades y sanos
principios como el de “conjugar las condiciones capitalistas de la prosperidad,
las condiciones republicanas de la libertad y las condiciones democráticas de
la igualdad”.
Algo ha cambiado en la
Argentina. Vivimos una nueva etapa. Nos agarró desprevenidos. Creímos que el
kirchnerismo era imbatible. Nos habituamos a expresarnos en un espacio en el
que los lugares estaban distribuidos de una buena vez por todas. En contra o a
favor. Ahora debemos opinar cada día sin libreto preparado. Decir
“derecha”, “reaccionarios”, “neoliberales”, ya no satisface a quienes
antes no necesitábamos más que eso para descalificar al Pro. Tampoco
alcanzará con decir “populismo corrupto” para terminar con doce años de
kirchnerismo. Es una buena época. Sin relato, sin narrativa, sin simbologías,
ni siquiera buena onda. Tenemos un nuevo escenario. Quienes ahora tienen
responsabilidades políticas deben aprender a gobernar. Tienen nuevas tareas.
Los que opinamos con intensidad y seriedad estos años no podemos basarnos en lo
ya dicho. Son tiempos difíciles, sin vientos de cola, con obstáculos, que es lo
que pide todo proceso de pensamiento para generar nuevas ideas.
Miércoles 2 de marzo a
la mañana
Habló Macri. Habló Stiuso.
(*) Filósofo
© Perfil
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