domingo, 6 de marzo de 2016

¡Queremos nuestra grrrrieta!

Hay tantas cosas hermosas en la vida, que tener un ejecutivo aburrido quizás nos permita apreciarlas más. 
Nada parece complacernos.

Por Tomás Abraham (*)
Lunes 29 de febrero al mediodía
Hay una inquietud generalizada sobre una cierta insuficiencia del Gobierno en lo que respecta a su falta de relato. Intelectuales, escritores, periodistas, le piden al macrismo que transmita un mensaje que despierte entusiasmo.

Hay un apuro por contemplar lo que, aparentemente, todo poder necesitaría; nos referimos a una legitimidad sublime, no tan prosaica como el pragmatismo, ni tan pobre en contenido como prometer cumplir con lo que quiere la gente o que “se puede”.

¿Y la Testarossa? ¿Cuál era el relato de Carlos Saúl sino ese tremendo descapotable con dos hermosas gomas a su lado? ¿No era lo que nos encantaba a los argentinos que en diez años disfrutamos con el presidente el sueño de la Ferrari con la rubia de acompañante?

A veces los relatos son simples, no necesitan ni el marketing del amor ni un discurso consistente, ni una prédica imbuida de seriedad académica, ni un protocolo republicano.

Además, ¿a quién se le ocurre pedirle al prójimo –gobernante o no– que sea depositario de un relato del que el demandante carece? ¿Desde cuándo hay un delivery de ideologías? “Por favor… hagan algo para que el pueblo se la crea…” Este tipo de cinismo inocente tiene larga data. Sostiene que la política necesita de pan, de circo, y, ahora también, de un Bien Universal, o, al menos, de una fábula.

Hay quienes se aburren, es una pena. Hay tantas cosas hermosas en la vida, que tener un ejecutivo aburrido quizás nos permita apreciarlas más. Nada parece complacernos. Nos quejábamos del narcisismo de Cristina, nos pasamos años hablando de su amor de sí, y ahora nos quejamos de este señor gris que sólo dice “todos juntos en equipo”.

Le pedimos que muestre más a Juliana cerca de los pobres, o que se saque muchas fotos con su hija pequeña. Se ve que se le tiene mucho miedo al kirchnerismo, y no conciben mejor exorcismo que una gran dosis de diversión y sentimiento. Los intelectuales a veces son así, piden creer en lo que ellos no creen, adorar lo que desprecian, y contemplan el entusiasmo plebeyo desde la vereda de la apatía ilustrada.

Lunes 29 de febrero a la noche
Me dedico a leer el documento del Club Político Argentino de treinta y cinco mil cuatrocientos noventa y un caracteres.

Cuando transcurrían unos doce mil en el apartado segundo del punto dos, “Opinión pública: expectativas y respaldo político”, dice: “El Gobierno carece de una narrativa clara (…) ¿Qué tal si el Gobierno expresara que su visión de largo plazo consiste en la construcción de un capitalismo serio y próspero en la Argentina?”.

¿Qué tal?, me pregunto a mí mismo aceptando la invitación.

Yo, bien, me respondo, en realidad fenómeno, es lo mejor que puede ocurrir; por mi parte nunca me pareció que el dinero fuera algo sucio, que el mercado fuera una feria de venta de esclavos ni que ser de centroizquierda me convirtiera en un hidalgo. Los autores admiten que nuestra sociedad tiene una fuerte impronta anticapitalista, así que consideran mejor inspirarse en otra cosa, aunque de ninguna manera en el mesianismo o en místicas de futuro.

Estamos en un brete. Los miembros del Club para comenzar, y también lo están todos los que juzgan imprescindible una narrativa clara, aunque también distinta; admitamos que sin mucho biribiri, los de Carta Abierta, a pesar de su sintaxis, sabían a quién venerar.

Es complicado pensar en una narrativa criolla sin tótems a quienes adorar y eternizar. Los miembros del Club no quieren una épica salvacionista. Les encanta la argumentación elaborada. Pero los argentinos en masa no son tan afectos a asistir a mesas redondas, escuchar conferencias, debatir, intercambiar opiniones, montar tribunas o clubes.

Por otra parte, otros miembros del Club, insaciables, le piden a Macri que diga lo que sabe, que diga la verdad, que no nos esconda información, que muestre el desastre que nos dejaron los K. No fue suficiente con que durante diez años los medios nos bombardearan con todos los chanchullos del poder, igual nos dicen que no supimos nada. Votamos en 2011 54% a 16%, sin que aparentemente supiéramos nada. Nunca supimos nada, ni durante la dictadura, ni en los 90 ni ahora. No importa si cada día informan que el país está en quiebra y que la herencia es durísima, ¡no alcanza!, así no se genera la debida pasión negativa. Tampoco alcanza si el Presidente mañana dice que va a publicar todos los números del mundo para mostrar el desastre heredado. El amor no alcanza, es blando. La gente no se bancará el ajuste sin encono, así que mejor que lo canalicen al pasado si no quieren que les caiga encima como una tonelada de m…

Queremos una narrativa racional que surja de un diálogo plural y respetuoso empapada en repudio y espanto. ¡Una bronca como en 1989! ¡Como en 2001! ¡Queremos nuestra grrrrieta!

Una vez un líder socialista me manifestó su preocupación porque su espacio político y su doctrina carecían de mitos con sus mártires y verdugos. En mi respuesta le manifesté que mi preocupación era la de carecer de ideas.

Los autores del documento lo confirman: “En las sociedades contemporáneas la brecha existente entre la complejidad de las cuestiones públicas y el conocimiento público de estas cuestiones es inconmensurable”. Lo que no especifican es que esta brecha también existe para los intelectuales.

Creen que la confesada brecha, o ignorancia, se puede colmar “elevando”, como ellos mismos dicen, la calidad del debate público, “de tal modo que las organizaciones de la sociedad civil de todo tipo y políticos, periodistas, intelectuales, etc., se sientan más impulsados a participar…”

Es decir, retórica, discurso, generalidades, conocimiento técnico cero, problemas de gestión para subordinados, visiones panorámicas para elegidos. Vaguedades y sanos principios como el de “conjugar las condiciones capitalistas de la prosperidad, las condiciones republicanas de la libertad y las condiciones democráticas de la igualdad”.

Algo ha cambiado en la Argentina. Vivimos una nueva etapa. Nos agarró desprevenidos. Creímos que el kirchnerismo era imbatible. Nos habituamos a expresarnos en un espacio en el que los lugares estaban distribuidos de una buena vez por todas. En contra o a favor. Ahora debemos opinar cada día sin libreto preparado. Decir “derecha”, “reaccionarios”, “neoliberales”, ya no satisface a quienes antes no necesitábamos más que eso para descalificar al Pro. Tampoco alcanzará con decir “populismo corrupto” para terminar con doce años de kirchnerismo. Es una buena época. Sin relato, sin narrativa, sin simbologías, ni siquiera buena onda. Tenemos un nuevo escenario. Quienes ahora tienen responsabilidades políticas deben aprender a gobernar. Tienen nuevas tareas. Los que opinamos con intensidad y seriedad estos años no podemos basarnos en lo ya dicho. Son tiempos difíciles, sin vientos de cola, con obstáculos, que es lo que pide todo proceso de pensamiento para generar nuevas ideas.

Miércoles 2 de marzo a la mañana
Habló Macri. Habló Stiuso.

(*) Filósofo

© Perfil

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