La visita de Obama dejó simpatías recíprocas,
pero ningún acuerdo comercial. El margen de maniobra.
Por Roberto García |
Años atrás, mucho antes
del experimento Kirchner en la Argentina, participé en un seminario de una
universidad en Washington, a la que asistió como invitado Zbigniew Brzezinski,
ex consejero de Seguridad Nacional de James Carter. Vasto auditorio de
empresarios y políticos argentinos, casi todos ansiosos por acceder a la clave
secreta que mejorara las relaciones con los EE.UU., como si el orador ex
funcionario dispusiese de esa llave.
Como se sabe, aquel hombre filoso que
había sacudido al bloque soviético denunciándolo por violar los derechos
humanos –que el comunismo siempre reclamó en territorios que no estuvieran bajo
su dominio– reapareció a los 80 años como consultor preferido de Barack Obama. Mordaz
en los diálogos, Brzezinski atrapaba a cualquiera con su picardía, aun
cuando otro politólogo lo asemejara a esos jugadores de tenis que le pegan
bien, rasante, fuerte, pero siempre afuera. Entonces, en Georgetown, pareció
sorprendido por el tono y el contenido de las preguntas argentinas, casi
pecaminosas en el ruego por una amistad sin límites, ya que en el pedido de
transacción estaba implícita la obediencia: ¿qué tenemos que hacer para
disfrutar un trato privilegiado del gobierno norteamericano, mayor ayuda de su
país, preferencias, simpatías adicionales? Meditó un instante Brzezinski y
replicó para asombro general: “Nada”.
No se cerró en esa
palabra como se verá y la cita, como su complemento posterior, tal vez describa
–en otro contexto– parte de la auspiciosa y reciente visita de su discípulo
Obama al país, colmada de encanto y cordialidad con Mauricio Macri, con
mensajes prometedores de comunión diaria y pasaportes sin visa. A pesar de
tanto entendimiento recíproco y amores ofrecidos, no se
suscribió ni un solo acuerdo comercial, para un vínculo magro de
negocios y desventajoso históricamente para la Argentina en su balanza.
A enmendar. Es de confiar que la burocracia diplomática repare
esta falta, al fin se mandó un embajador –Martín Lousteau– sin el acuerdo del Senado, y Washington
lo aceptó para que tuviera la foto correspondiente y colaborase en la visita.
Ya se salvó la formalidad y el hombre de la oposición porteña que había sido
pensado para presidir la Anses y luego derivado para no dejar en sus manos una
caja tan tremenda, se supone que logrará destrabar inhibiciones para
productos argentinos y, en simultáneo, persuadir a los exportadores
locales para que discriminen su oferta, la adapten a un mercado más riguroso y
específico porque en las góndolas de EE.UU. ya no se vende con la misma
generalidad que en los supermercados locales. Primero, claro, en aras de la
limpieza ambiental, el gobierno Macri deberá habilitar recursos y
subsidios para las fuentes de energía alternativas que propicia el mandatario
de EE.UU. (ya famoso por impulsar paneles solares), plan de
inversiones que se lanzará próximamente y que podría justificar el excesivo
Twitter de la Casa Rosada que hace dos días exageró su devoción norteamericana:
“Te amamos Obama”, escribió la Presidencia, con el mismo espíritu de los
disciplinados asistentes al invocado seminario de Washington con Brzezinski.
En rigor, cuando aquel
asesor luego captado por Obama dijo “nada”, retrató quizás el fundamento de la
política exterior de su país sin importar el partido político que lo gobernara.
Amplió entonces, refiriéndose en particular a ciertos estados asiáticos, unos
amigos de EE.UU. y otros hostiles, que no había recetas ni manuales que
garantizaran una actitud protectora o preferencias especiales. Hasta señaló las
razones que impedían un ejercicio de este tipo como método, justificando
entonces la palabra “Nada”, y aludiendo a una frase histórica de John F.
Kennedy, quien alguna vez precisó sobre lo que uno debía hacer y preocuparse,
no sobre lo que harían los otros si se pretendían cambios, mejorías o ascensos.
Elección. Portarse bien o mal en lenguaje burdo con los
EE.UU. era una convicción a elegir, o una conveniencia interesada pero sin
expectativa de respuestas favorables, concretas, determinantes. A
pesar de que si ciertas administraciones expresan voluntad y actitud hacia
Washington, si proceden de acuerdo a cánones comunes en cuanto a paz y
libertad, economía y otros ítems, seguramente habría gestos de correspondencia
en el caso de que se presentaran opciones frente a otras naciones o gobiernos.
Nada escrito, pero plausible.
En ese marco, por buscar
un ejemplo, puede entenderse la última presentación amistosa de Obama ante el
juez Griesa por la salida argentina del default, simbólica si se quiere, frente
al hand off y desentendimiento anterior que practicaba con la viuda de Kirchner.
De quien Obama se enteró que está alojada en el Sur, apegada hoy a usar
lo que otros escribieron o dicen como si no tuviera la voz que antes aporreaba día
por medio, a quien no visitaban los colegas de EE.UU., Francia o Italia en dos
mandatos, al revés de su bisoño sucesor. Prefería, quizás, a algún jefe
africano para hacer convenios de petróleo, como al que se homenajeó en la
Cancillería casi sin advertir que el caballero había derribado básicos derechos
humanos, era un violador serial. Se corrigió tarde Cristina, en la despedida,
cuando el periodismo le zapateó en las narices por su desatino.
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