Por Jorge Fernández Díaz |
Una viejísima ley en la guerra del mar indica que cuando los
desechos suben a la superficie es porque el submarino probablemente ha
naufragado. Hoy la basura emerge día tras día, en una saga repugnante, y flota
toda junta en un océano de multimillonarios kirchneristas que se sirven del
erario y la impunidad para montar sus imperios, y camaradas del curro que se
pasan horas contando billetes verdes y bebiendo whisky en cuevas oscuras que
recuerdan a Scarface. "Mientras Al Capone juegue de tu lado, vos lo cubrís",
dijo hace poco un intelectual setentista, explicando por qué razón estos
escándalos de la moral pública no les mueven un pelo.
En los 70 no había
secuestros extorsivos ni robos a bancos sino apenas "métodos de
recaudación" para una "causa justa". Ya saben: el fin justifica
los medios. Al menos aquellos revolucionarios no saqueaban los dineros del
pueblo, costumbre muy arraigada en estos magnates que hablan en nombre de la
Patria y que, cuando pernoctaban en Balcarce 50, cometían tiernos sincericidios,
como abrir todas las mañanas su Wi-Fi con la clave $$presidencia. La verdadera
obsesión de sus vidas. Qué bello es vivir.
Esas imágenes escatológicas se superponían esta misma semana
con otras: el cristinismo hundiéndose en su propia intransigencia, perdiendo
por paliza una batalla fundamental con los otros peronismos en la Cámara de
Diputados, mientras en la plaza del Congreso compartía marcha con Quebracho y
los trotskistas, inaugurando así su nuevo carácter de partido testimonial de
izquierda. Los fanáticos repetían en el recinto discursos mecánicos donde se
nombraba como un mantra a quien los vigilaba por televisión (Cristina), a quien
tal vez se retorcía en su tumba (Jauretche) y al nuevo referente mundial del
populismo (el papa Francisco). Los oficialistas esperaban que hablara Máximo
para tirarle por la cabeza las imágenes de La Rosadita y los inefables trucos
fiscales del señor Cristóbal, y tal vez por eso, después de dormir la siesta en
su banca, el hijo de la Pasionaria del Calafate recurrió a un tono levemente
conciliador, desubicando incluso a su propia tropa. La jornada venía
desastrosa, el horno no estaba para bollos y además era el único que no debía
rendir cuentas a mamá.
A su lado, Miguel Pichetto luce como De Gaulle. El senador
se ha transformado por obra y gracia del destino (tiene las llaves del reino),
de su particular olfato (piensa si hay o no plafón social para cada proyecto) y
de su temperamento (fuerte pero razonable) en el hombre más poderoso del país
después del ingeniero que intenta construir un puente. Pero ese poder no emana
únicamente de saber representar el imaginario y los intereses peronistas de
cada momento, sino de manejarse siempre con un criterio exótico: primero la
gobernabilidad. Se la entregó en bandeja a Néstor y a Cristina, y no quiere
retaceársela a Mauricio y confirmar así ante la historia el estigma según el
cual el peronismo no cree en la república y cuando no gobierna tampoco deja
gobernar. Ese raro sentido de la responsabilidad institucional, que tanto habría
admirado Alfonsín y que por suerte o necesidad va convenciendo a cada vez más
legisladores del justicialismo, es valorado porque crea cultura dentro de un
movimiento que armó el gran problema económico y ahora logra que le pidan de
rodillas herramientas de auxilio para solucionarlo. Hablamos de la misma fuerza
de la naturaleza que con idéntica convicción jugó tenis con Bush padre y
organizó repudios contra Bush hijo. Al lado de aquellos dos belicistas y del
recalcitrante Donald Trump, Obama es Joaquín Sabina. Los derechistas lo acusan
a Barack de haberse creído el Premio Nobel de la Paz y de haber menguado las
incursiones militares de Washington en el mundo, y los anticastristas de haber
concretado el histórico deshielo con Cuba. Quiere realizar un acto de homenaje
a las víctimas de la dictadura de Videla, y aceptó el pedido de Cambiemos para
desclasificar los archivos militares y de inteligencia. Mirá qué bien la
"siniestra derecha" argentina; consiguió algo más que bajar un
cuadrito. Pero los intelectuales no serán capaces de reconocérselo jamás: están
muy ocupados en justificar a Al Capone.
Cristina quiso levantar el cepo y salir del default;
también, ejecutar la "sintonía fina", y por supuesto deseó con todas
su fuerzas que Obama se reuniera a solas con ella, visitara su país y accediera
al pedido de las Abuelas de Plaza de Mayo. Casi todos esos hechos se habrían
transformado en grandes logros de la gestión kirchnerista y habrían
protagonizado, en consecuencia, fuertes campañas mediáticas y suscitado largos
panegíricos por parte de sus lenguaraces. Pero del cepo no supo salir, no
consiguió encauzar la negociación con los bonistas, no tuvo el coraje para los
recortes de la sustentabilidad, equivocó la estrategia diplomática y se enredó
en un hostigamiento contra el presidente más progresista de los Estados Unidos.
La metodología siempre fue la misma: allí donde había un dato inconveniente se
anteponía una negación, y donde aparecía un error y una frustración se colocaba
una virtud. No levantamos el cepo ni arreglamos con los buitres ni realizamos
los recortes ni nos llevamos bien con Obama porque somos la progresía, el
antiimperialismo. "A mi izquierda sólo está la pared", dijo la mujer
que admiraba la República Federal de Alemania, hasta que Aníbal le abrió los
ojos y le hizo ver que en Berlín se registraban más pobres que en Buenos Aires.
Obama será recibido con honores por Fidel y Raúl Castro, y
con insultos por la izquierda proletaria de Palermo Hollywood. Su visita tiene
una enorme relevancia en esta particular coyuntura: la ventaja geopolítica de
Macri y sus reformas es la única brisa a favor con la que cuenta un gobierno al
que le han tocado todo los vientos en contra. Y el gesto del presidente
norteamericano, que tendrá amplia cobertura mundial, servirá para separar un
poco nuestra delicada situación de la grave crisis brasileña. Para muchos
inversores lejanos de trazo grueso, Río de Janeiro sigue siendo la capital de
la Argentina, y, por lo tanto, las llamas del vecino incendian nuestro patio.
La percepción no es del todo equivocada, dada nuestra mutua dependencia
comercial; de hecho, esa convulsión podría retrasar la reanimación económica y
poner en mayores dificultades los planes normalizadores de Francisco Cabrera y
Alfonso Prat-Gay. Son épocas de vacas flacas y a la gente se le puede agotar la
paciencia.
Brasil nos recuerda que en la esquina de las calles Recesión
y Corruptela descarrilan los mejores trenes. Hasta el momento, la inmensa
mayoría de los argentinos ha llegado a la conclusión de que esas dos plagas son
parte de la herencia, pero exigen resultados rápidos. El Plan Pulmotor arranca
con la salida del default y el arribo de créditos e inversiones, pero a veces
parece aquel general que nunca terminaba de llegar: los precios suben y no
bajan, y el empleo trastabilla. En paralelo, jueces y fiscales, espías y
policías, gremialistas, políticos y empresarios se sienten libres del miedo y
comienzan a pasar factura contra quienes los sojuzgaron durante más de una
década. Es la venganza de los viejos humillados del kirchnerismo, grupo
invertebrado que se pregunta: ¿qué otra cosa que leña se puede hacer con un
árbol caído? Es una bola de nieve que ni siquiera el Gobierno puede controlar.
La basura seguirá saliendo a flote en el mar embravecido. Y se acercan los
tiburones.
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