La cineasta Isabel Coixet, ganadora de cinco goyas. (Foto: Jordi Socías) |
Por Manuel Vicent
Le hubiera gustado no tener otra identidad que la huella
digital y ser reconocida solo por su talento, pero Isabel Coixet lleva a
cuestas tres pesadas mochilas, las tres recibidas en herencia, el doble pecado
original de haber nacido mujer en un país de machistas, la de verse obligada a
demostrar cada día que es una buena catalana y la de dar cuenta también de que
es una buena española. Su lucha consiste en que esta triple carga no le reste energía
para hacer cine, pero, aunque quisiera, no podría evitar el haber nacido en
Sant Adriá de Besós, el 9 de abril de 1960, en una familia obrera en la que
confluían antepasados de uno y otro bando de la guerra civil, con diversos
encastes de inmigrantes, entre los cuales el que procede de la rama valenciana
ha conformado gran parte de su carácter.
La mujer de un labrador de Beniopa, por tierras de Gandía,
tenía la costumbre de parir una criatura al año y así lo hizo hasta diecinueve
veces. El labrador trabajaba una pequeña heredad cerca del pueblo cultivando
alcachofas, berenjenas, pimientos y por ahí todo seguido hasta la última
cebolla. Cuando su mujer daba a luz, alguna vecina llegaba por una vereda de la
huerta a darle la noticia. Desde lejos le gritaba: “¡Eeeh, ven a casa que tu
mujer acaba de parir!”. El labrador se erguía y preguntaba qué había sido. Si
era niño, este hombre corría lleno de entusiasmo hasta el pie de la cama de la
recién parida, le preparaba él mismo un caldo de gallina y luego invitaba a los
amigos a una copa en el bar. Si era niña torcía el gesto, volvía a doblar el
espinazo sobre los terrones y continuaba trabajando. ¿Qué era más importante
una niña o una cebolla? Para aquel labrador, una cebolla. La abuela valenciana
de Isabel Coixet fue, entre aquellas diecinueve criaturas salidas del mismo
vientre, una por la que el labrador no se molestó en abandonar la azada. Este
repudio lo lleva Isabel Coixet en la sangre como la mochila más pesada. La
repulsa innata del machismo constituye en ella una actitud militante recibida
como una vacuna desde que su madre le contó esta historia de familia.
Demasiado lista
Que a esta vida no has venido a bailar el mambo si eres
niña, lo supo muy pronto Isabel Coixet al tener que afirmar su personalidad en
el patio de las Escuelas Betsaida contra los compañeros de colegio que se
burlaban de ella, lo de siempre, por llevar gafas o por ser demasiado lista.
Puede que por este motivo Isabel Coixet sea una mujer fuerte e insegura,
inteligente y complicada, libre y obsesiva en el trabajo, con salidas de pata
de banco producto de una timidez, que unas veces la paraliza y otras la obliga
a montárselo de rara para que la dejen ir a su bola.
A muy temprana edad ella también se planteó el dilema de ser
o no ser, luchar contra la adversidad o limitarse a soñar. ¿Y por qué no las
dos cosas a la vez?, pudo haberse preguntado mientras diluía sus turbulencias
de adolescente en la pantalla del cine Texas, en el barrio de Gràcia, adonde su
padre, un eléctrico de FECSA, la llevaba a ver películas de Visconti y de
Losey. Tal vez en la oscuridad fantasmagórica del cine, ante la visión de
tantos héroes derrotados pero invencibles, ella soñó con medir sus fuerzas
frente a una vida aperreada.
Deja que estudie Historia en la universidad de Barcelona,
que escriba en la revista Fotogramas, que se meta en el mundo de la publicidad,
que cree una agencia de prestigio con anuncios de las primeras marcas, que
imponga su oficio rodando documentales, que sea con 26 años la primera
directora de cine catalana desde la República, que fracase su ópera prima, pero
el caso de esta mujer es que emergió a la superficie como una cineasta de
éxito. ¿Quién es esa chica catalana, que, de pronto, rueda en inglés sus
películas en Canadá, en Estados Unidos, en Tokio, en una plataforma petrolífera
y aceptan sus guiones los mejores actores del momento, Tim Robbins, Sarah
Polley, Ben Kingsley, Juliette Binoche? Isabel Coixet demuestra una
extraordinaria sensibilidad a la hora de analizar las pasiones complejas, los
sentimientos envenenados de los personajes, siempre a una distancia íntima, como
la que va despojando las sucesivas capas hasta llegar al corazón de la cebolla,
muy distinta de aquellas que cultivaba el huertano machista. Es una carga muy
pesada tener que conquistar cada día tu libertad como mujer. No es el caso.
Para Isabel Coixet ser feminista, catalana o española es tan natural como
llevar gafas de pasta, porque por fortuna hoy el talento comienza a ser la
única y verdadera patria sin fronteras.
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