Por Beatriz Sarlo |
Estamos autorizados para hablar del discurso de Macri,
porque el Presidente (que con tanto acierto distribuye los recursos humanos de
su equipo) tiene un grupo que lo asesora en oratoria.
Macri expone como pocos el concepto de la política como
gerenciamiento. Está convencido de que hay soluciones puramente técnicas para
los problemas que la política tradicional describió como sociales, económicos o
culturales.
El gerenciamiento implica una creencia a la que todavía le falta su
demostración: que la razón “técnica” puede dominar conflictos y tensiones
sociales en una escena donde las pérdidas y las ganancias deben esperar, con
paciencia, que medidas ideológicamente neutras (si tal cosa existiera)
produzcan los resultados que prometen a mediano o largo plazo.
La técnica en el puesto de mando excluiría preguntas
indiscretas del tipo: ¿a quién conviene esto?, ¿a quién perjudica? Esas
preguntas son respondidas por default, ya que los intereses subsisten tan
poderosamente como en los viejos tiempos modernos.
El gerenciamiento inspira dos tipos de discurso. Por un
lado, el tecnocrático, que es demasiado aburrido para ser el primer gran
discurso de un presidente. Por el otro, el de los objetivos vagos y no
cuantificables (la felicidad, por ejemplo, o la no explicada “pobreza cero”).
En esta pinza, Macri introdujo (y lo hizo muy bien) el tema de la corrupción
del gobierno que lo precedió. Pero necesitaba, además de estas denuncias
esperadas, darles un poco más de contenido al presente y el futuro. Y, para
eso, hay que armar una secuencia: somos esto, nuestros valores son tales,
nuestro futuro va en tal dirección. Incluso: tuvimos un pasado del que somos
herederos (si no se lo tiene, mala suerte). No es viable reducir todo tiempo
pasado al kirchnerismo.
Cristina Kirchner creyó en la potencia del relato. ¿Qué es
un relato? Un encadenamiento de hechos (reales o ficticios, verdaderos o
imaginarios) dentro de una cadena que puede ser débil o fuertemente causal.
Incluso esos hechos pueden actuar sobre hechos anteriores: cuando Kirchner hizo
una alianza con Madres y Abuelas, esa alianza desbordó hacia atrás y coloreó
imaginariamente su pasado durante la dictadura (cuando, como es sabido, no se
preocupó por recibir a esas organizaciones).
El relato no es necesariamente un discurso sobre la verdad.
Pero el kirchnerismo hacía política caliente. Y la política caliente necesita
historias. Alfonsín, en los discursos de su campaña presidencial de 1983,
presentaba un encadenado de nombres: Alem, Pellegrini, Yrigoyen, Larralde,
Lebensohn, Perón, Evita. Cada uno de esos nombres podía disparar un relato y
cada uno de ellos era parte de una gran tradición republicana o popular.
Alfonsín se apoyaba en esa tradición para presentarse como el candidato que
podía ganar las elecciones porque sintetizaba todas esas líneas ideológicas y
políticas.
Herencia. A falta de tradición (los macristas quizá piensen
que esto es una suerte), en su primer discurso ante el Congreso Macri hizo una
remisión al pasado, indispensable porque no se había ocupado del tema durante
su campaña: la corrupción en el gobierno que lo precedió. Pero habrá que tener
mucha habilidad para hacer de la corrupción un gran relato.
Macri no tiene herencia simbólica. ¿La necesita? Si se llega
a la conclusión de que no la necesitó hasta ahora, será necesario preguntarse
las razones. Posiblemente Macri expresa la neopolítica del modo más perfecto
que hemos conocido. Vayamos a su biografía. A diferencia de cualquiera de los
dirigentes de la política “moderna”, Macri carece de antecedentes públicos
hasta que deviene, en 1995, presidente de Boca. Es decir que su primera incursión
en una organización que no fuera una empresa familiar le sucedió a los 36 años.
No fue militante universitario ni social hasta llegar a Boca a una edad en la
que los políticos suelen haber pasado por cargos representativos y ejecutivos
ganados a través de su participación en las juventudes estudiantiles,
barriales, religiosas, territoriales.
La forma en que Macri llegó a la política (después de
escarceos con el menemismo) es posterior a 2001, año de una descomunal
desintegración de la Argentina y donde el “que se vayan todos” marcó el ápice
del desencanto ciudadano con quienes habían sido sus representantes. Macri es
heredero de esa tempestad, no sólo de una fortuna familiar. Por otra parte,
carece de otras herencias o tradiciones políticas. No hay palabras que lo
liguen al pasado, aunque sólo fuera de modo emotivo; aunque sólo fuera para
traicionarlas. Nunca tuvieron importancia en su vida. No es una acusación sino
un dato.
Podría decirse: Macri es rico en todo, menos en símbolos.
Puede vivirse perfectamente en un vacío simbólico. No voy a discutir sobre eso
ahora. Lo que digo es que es una novedad. ¿Es eso la post política? Son
sinceros algunos ministros cuando dicen que no les importan las posiciones
políticas de quienes pueden ser nombrados como funcionarios del Estado. No les
importan de verdad, porque para ellos la política no pasa por el espacio
conflictivo de las ideas. Pasa por las “iniciativas”, los “proyectos” y la
técnica. La fe tecnocrática es propia de la razón moderna. Pero conviene
recordar que la ausencia de símbolos tampoco es una garantía de eficacia.
Nota al pie. Cito
de La Nación del pasado viernes dos
frases del Presidente que son casi una demostración:
1. “Las ideologías pueden ser distintas. Pero lo que no
pueden ser distintas son las intenciones de trabajar y hacer para ver a la
gente mejor, feliz y realizada”.
2. “Lo que le cambia la vida a la gente es la inversión, no
el gasto”.
Se abren interesantes debates sobre la felicidad y sobre qué
se considera gasto e inversión, dado que no hay acuerdos universales al
respecto.
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