Por Ernesto Tenembaum
En enero del 2010, en medio de la crisis que rodeó la salida
de Martín Redrado del Banco Central, se conoció que, en octubre del 2008, Néstor Kirchner había comprado dos millones de
dólares, justo días antes de que el Gobierno devaluara la moneda. El
Gobierno respondió difundiendo una lista
de compradores de dólares que incluía a personas que no tenían ninguna
posibilidad de decidir su valor: entre ellos, el periodista Nelson Castro y el
entonces jefe de Gobierno porteño Mauricio Macri.
En noviembre del 2011, Susana
Giménez se quejó porque el Gobierno no le permitía comprar los dólares que
ella quería. El Gobierno entonces difundió a través de periodistas alineados
con él la carpeta de Susana en la AFIP,
con los nombres de las sociedades a nombre de las cuales, aparentemente, tenía
su dinero en el exterior.
En enero de 2013, Ricardo
Darín expuso en un reportaje sus naturales dudas acerca de la evolución de la
fortuna presidencial. La presidenta de ese momento le respondió, entonces, que
él debía explicaciones por una causa judicial de contrabando.
Francisco de Narváez
se presentó en el 2009 para competir en las elecciones contra Néstor Kirchner.
El Gobierno, a través de un juez que luego fue destituido y de la prensa
oficialista, lo acusó de
narcotraficante.
En septiembre de 2009, el periodista de Clarín, Leonardo
Míndez, le preguntó en conferencia de prensa a Néstor Kirchner por la evolución
de su patrimonio. Kirchner, entonces, lo acusó de obedecer órdenes de Clarín,
al cual acusó de complicidad con la dictadura militar.
Alberto Nismann
denunció a la presidenta Cristina Fernández por encubrir el atentado contra la
AMIA. Antes y después de muerto, le
dijeron servicio, pobre hombre, chorro, vendepatria, lo acusaron de abandonar a
su hija en el aeropuerto de Barajas, de cumplir órdenes de poderes oscuros, de
escribir mamotretos, de presentar escritos que elaboraron otras personas, de no
saber evaluar pruebas, de llevar un altísimo nivel de vida, y distribuyeron
fotos suyas con chicas en boliches. La principal vocera de esas acusaciones
fue la jefa de Estado, quien llegó a
sostener que Nisman mantenía una "relación íntima", una
"amistad íntima" con otro hombre al que "según hemos podido
saber" recibía "asiduamente en su departamento".
A mediados de 2012, los empleados de una inmobiliaria
revelaron que la actividad estaba parada desde la implantación del cepo, algo
que era una obviedad. Cristina acusó por
evasión al dueño de la inmobiliaria desde una cadena nacional.
El miércoles pasado, el fiscal Luis Moreno Ocampo explicaba
en el programa Intratables quién era Jaime Stiuso, el hombre fuerte de la
inteligencia kirchnerista, caído en desgracia en diciembre de 2014. Stiuso llamó al canal y lo acusó a Moreno
Ocampo de haberse reunido con él para pedirle colaboración y de haber cobrado
cuando trabajaba para Domingo Cavallo.
Todos esos episodios revelan una matriz en común, que Aníbal Fernández popularizó con una
simpática pregunta: "¿Y Boston?".
Durante largos años, muchas veces, cuando un político o un
particular asumía una conducta que al Gobierno le disgustaba, se respondía al estilo Stiuso: difundiendo una
información, cierta o falsa, sobre esa persona. "¿Y vos que hablás si
estuviste procesado, sos evasor, también compraste dólares, sos narco, te
sacaste una foto con tal o cual, sos hijo de fulano o mengano?". No se
responde una acusación o una conducta que fastidia al poder con una aclaración
sino con un contrataque: se embarra la
cancha, se intenta desacreditar al emisor de la crítica o de la pregunta
molesta.
Se podría escribir un libro con la cantidad de casos que
reproducen el estilo que se pudo percibir tan claramente en la brutal irrupción
de Stiuso en el aire de América. ¿Fue el
estilo Stiuso el que impregnó al kirchnerismo, fue Stiuso el que adaptó su
conducta a las exigencias de las personas que se instalaron en el poder en el
2003 o fue el encuentro mágico entre el hambre y las ganas de comer?
En cualquier caso, las
similitudes son impactantes.
En su declaración judicial, Stiuso acusó a Cristina
Fernández de estar involucrada en el homicidio de Nisman. Cuando le preguntaron
si tenía pruebas de semejante afirmación, su abogado, Santiago Blanco Bermúdez,
dijo que no las tenía. En su segunda carta luego de la aparición del cadáver de
Nisman, Cristina Fernández aseguró que el fiscal había sido asesinado y sugería
incluso el nombre del asesino. ¿Tenía pruebas de lo que afirmaba? Ella sola se
preocupó en aclararlo con una frase histórica. "No tengo pruebas, pero no tengo dudas". Dos gotas de
agua.
Tal vez, fueron los largos años de convivencia, como suele
suceder en algunos matrimonios, los que produjeron la mímesis.
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