Macri debió negociar con la realidad
y sufre idas y vueltas
con medidas que imaginó antes de asumir.
Por Roberto García |
Antes de asumir, Mauricio Macri
aprobó su propio guión para los primeros cien días de gobierno, en el cual
muchas manos hicieron garabatos bajo la inspiración de que lo que no se hiciera
en los iniciales tres meses largos no podría hacerse más. Parecía una
revolución. Dicen que hoy, antes de completar ese centenar de jornadas, el
Presidente se satisface de haber cumplido parte de ese presupuesto de medidas, aunque
–tal vez lo admita– no se comparan con los famosos primeros cien días de
Franklin Roosevelt ni con la puesta en marcha del New Deal que transformó a los
Estados Unidos, casi un siglo atrás. Por otra parte, las iniciativas del plan
no prosperaron en su conjunto, algunas fueron enmendadas, otras ni siquiera
vieron la luz. Vale un recorrido casual.
El mayor orgullo pasa
por la salida del cepo sin turbulencias ni corridas y, ahora,
por el acuerdo con la mayor parte de acreedores con sede
judicial en Nueva York. Sostiene Macri que ambas prioridades estaban en
el plan de los cien días. Lo cierto es que el cumplimiento de esas
ideas le ha permitido a un outsider del PRO como Alfonso Prat-Gay escalar
en la cercanía de la Rosada e incorporarse al magma privilegiado y de gestión
diaria que integran Marcos Peña, Rogelio Frigerio y Emilio Monzó. Reconoce
tanto Macri a Prat-Gay que lo imagina mimetizado consigo mismo, gracias a una
mutua visión gradualista para los cambios, lo alaba y casi no atiende reparos
de quienes cuestionan la devaluación por “corta” –en relación con los exhaustos
países vecinos–, la persistencia inflacionaria o la desconfianza que implican
los arreglos complementarios al pacto con los holdouts, del pago contante y
sonante a los demandantes y las comisiones que implican la transacción. Igual,
se entiende, el Parlamento aprobará los proyectos que suponen el fin de normas
que el mismo cuerpo aprobó, como la Ley Cerrojo, una de las causantes de la indignación del
juez Griesa. Ocurre ahora que, cuando todos –oficialismo y oposición– afirman
que no hay toma y daca para alterar lo anterior, generalmente es porque ya se
ha realizado el toma y daca. Por último, es la esencia de la política. Además,
se podrá recordar que el propio Axel Kicillof el año pasado reconoció en un
reportaje, tal vez pensando que era utópico el triunfo opositor, que alguna vez
habrá que negociar con los buitres.
Se congratula también el
mandatario por el giro de la política exterior, previsto en su
plan, a favor de visitas extranjeras, otra relación con EE.UU. y con países
europeos. Vino el jefe francés, también el italiano, pero el gran periplo de Barack Obama –un día y medio en
Capital, dos y medio en Bariloche para la próxima Semana Santa– responde
más a la intermediación del embajador Noah Mamet que a la tarea de la Cancillería. En una
doble pinza, el empresario devenido en diplomático arrancó este viaje no
previsto en la agenda norteamericana bajo la justificación política para
compensar la visita a Cuba y, turísticamente, para deleitar a su mandatario y
familia con la naturaleza del Sur que a él mismo lo impresionó gratamente.
Nadie ignora que Obama es un agradecido a los servicios electorales de Mamet,
ya que fue éste quien le organizó los apoyos de las estrellas de Hollywood en
las dos elecciones. Tampoco puede incluir Macri a su favor el viaje al Vaticano, que estaba en su script, sobre todo la
enigmática entrevista con el Papa –que tanto pidió el gobierno argentino–, sin
que aún se conozca la razón de la indiferencia o encono de Bergoglio con su
interlocutor. Igual, la ofensa no fue sólo al mandatario. Aun sin
explicarse las motivaciones de Francisco, en tiempos de austeridad y
contracción que se suponen tan diferentes al “despilfarro” anterior –denunciado
en su último discurso–, bien se podría considerar un abuso la participación de
una comitiva tan numerosa y costosa para un diálogo superficial de veinte
minutos.
En busca. Habrá que reconocer en los argumentos previos y
escritos de Macri la búsqueda de consenso con otras agrupaciones políticas, con
gobernadores y delegaciones legislativas, incluidas en su plan de los cien
días. No le fue mal hasta ahora, incluso logró aislar dentro del peronismo a la facción cristinista, los Cámpora, que
aparecen en el horizonte como una minoría terca que “sólo piensa en el mal al
Gobierno”, como sostuvo el ahora farandulesco salteño Urtubey. Hizo ofertas de
ayuda a los más proclives por medio de Frigerio, separó a figuras conflictivas
del Congreso como Patricia Bullrich y Laura Alonso, y evitó cuestionar ciertas
economías provinciales. Algo semejante ensayó con los sindicatos,
aunque los desaciertos con los anuncios de Ganancias y especialmente
la espiral del costo de vida frustraron la celebración de paritarias que
Prat-Gay deseaba que empezaran con el número dos y la propia administración ha
elevado a casi el 40%. Tampoco se gestó en los cien días el acuerdo
social tan anunciado, sobre el cual ni siquiera habla ya Bergoglio. Ni
mencionar el rubro Justicia, congelado en medidas divulgadas y no natas como el
apartamiento de cuatro jueces federales que el Gobierno consideraba
prescindibles. Quizás el freno a esa entrometida instalación se activó cuando
Macri pretendió designar dos ministros de la Corte Suprema por su cuenta y
riesgo, sin respaldo del Senado, y el titular del cuerpo, Ricardo Lorenzetti,
lo paró con el anticipo de que él no les tomaría juramento.
Idas, vueltas, avances y
retrocesos en tres meses que limitan a Macri por una dura recesión que los más
optimistas imaginan cambiando en dos o tres trimestres por lo menos, un clima
social acuciante, y por encuestas que el propio Presidente ordenó realizar, no
sólo para medir su popularidad. En esos sondeos, la Casa Rosada descubrió que
buena parte de la sociedad se expresa a favor de la política anterior por los
derechos humanos de los años 70 más que de los actuales, se complace con YPF y
Aerolíneas Argentinas en manos del Estado a pesar de sus peripecias económicas
y hasta coincide en la distracción de que la década anterior no todo fue
despilfarro y corrupción. Quizás esa evidencia, más la presión de algunos
sectores, obligó a que Macri se apartara de no aludir a la herencia
pasada, como se comprobaba en su plan de cien días. De ahí que aún
camine en puntas de pie y aguarde, claro, los próximos cien días. Más que la
revolución, el paso a paso futbolístico con la obviedad de que en el campeonato
se gana, se pierde. Y se empata.
© Perfil
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