sábado, 5 de marzo de 2016

En puntas de pie

Macri debió negociar con la realidad y sufre idas y vueltas 
con medidas que imaginó antes de asumir.

Por Roberto García
Antes de asumir, Mauricio Macri aprobó su propio guión para los primeros cien días de gobierno, en el cual muchas manos hicieron garabatos bajo la inspiración de que lo que no se hiciera en los iniciales tres meses largos no podría hacerse más. Parecía una revolución. Dicen que hoy, antes de completar ese centenar de jornadas, el Presidente se satisface de haber cumplido parte de ese presupuesto de medidas, aunque –tal vez lo admita– no se comparan con los famosos primeros cien días de Franklin Roosevelt ni con la puesta en marcha del New Deal que transformó a los Estados Unidos, casi un siglo atrás. Por otra parte, las iniciativas del plan no prosperaron en su conjunto, algunas fueron enmendadas, otras ni siquiera vieron la luz. Vale un recorrido casual.

El mayor orgullo pasa por la salida del cepo sin turbulencias ni corridas y, ahora, por el acuerdo con la mayor parte de acreedores con sede judicial en Nueva York. Sostiene Macri que ambas prioridades estaban en el plan de los cien días. Lo cierto es que el cumplimiento de esas ideas le ha permitido a un outsider del PRO como Alfonso Prat-Gay escalar en la cercanía de la Rosada e incorporarse al magma privilegiado y de gestión diaria que integran Marcos Peña, Rogelio Frigerio y Emilio Monzó. Reconoce tanto Macri a Prat-Gay que lo imagina mimetizado consigo mismo, gracias a una mutua visión gradualista para los cambios, lo alaba y casi no atiende reparos de quienes cuestionan la devaluación por “corta” –en relación con los exhaustos países vecinos–, la persistencia inflacionaria o la desconfianza que implican los arreglos complementarios al pacto con los holdouts, del pago contante y sonante a los demandantes y las comisiones que implican la transacción. Igual, se entiende, el Parlamento aprobará los proyectos que suponen el fin de normas que el mismo cuerpo aprobó, como la Ley Cerrojo, una de las causantes de la indignación del juez Griesa. Ocurre ahora que, cuando todos –oficialismo y oposición– afirman que no hay toma y daca para alterar lo anterior, generalmente es porque ya se ha realizado el toma y daca. Por último, es la esencia de la política. Además, se podrá recordar que el propio Axel Kicillof el año pasado reconoció en un reportaje, tal vez pensando que era utópico el triunfo opositor, que alguna vez habrá que negociar con los buitres.

Se congratula también el mandatario por el giro de la política exterior, previsto en su plan, a favor de visitas extranjeras, otra relación con EE.UU. y con países europeos. Vino el jefe francés, también el italiano, pero el gran periplo de Barack Obama –un día y medio en Capital, dos y medio en Bariloche para la próxima Semana Santa– responde más a la intermediación del embajador Noah Mamet que a la tarea de la Cancillería. En una doble pinza, el empresario devenido en diplomático arrancó este viaje no previsto en la agenda norteamericana bajo la justificación política para compensar la visita a Cuba y, turísticamente, para deleitar a su mandatario y familia con la naturaleza del Sur que a él mismo lo impresionó gratamente. Nadie ignora que Obama es un agradecido a los servicios electorales de Mamet, ya que fue éste quien le organizó los apoyos de las estrellas de Hollywood en las dos elecciones. Tampoco puede incluir Macri a su favor el viaje al Vaticano, que estaba en su script, sobre todo la enigmática entrevista con el Papa –que tanto pidió el gobierno argentino–, sin que aún se conozca la razón de la indiferencia o encono de Bergoglio con su interlocutor. Igual, la ofensa no fue sólo al mandatario. Aun sin explicarse las motivaciones de Francisco, en tiempos de austeridad y contracción que se suponen tan diferentes al “despilfarro” anterior –denunciado en su último discurso–, bien se podría considerar un abuso la participación de una comitiva tan numerosa y costosa para un diálogo superficial de veinte minutos.

En busca. Habrá que reconocer en los argumentos previos y escritos de Macri la búsqueda de consenso con otras agrupaciones políticas, con gobernadores y delegaciones legislativas, incluidas en su plan de los cien días. No le fue mal hasta ahora, incluso logró aislar dentro del peronismo a la facción cristinista, los Cámporaque aparecen en el horizonte como una minoría terca que “sólo piensa en el mal al Gobierno”, como sostuvo el ahora farandulesco salteño Urtubey. Hizo ofertas de ayuda a los más proclives por medio de Frigerio, separó a figuras conflictivas del Congreso como Patricia Bullrich y Laura Alonso, y evitó cuestionar ciertas economías provinciales. Algo semejante ensayó con los sindicatos, aunque los desaciertos con los anuncios de Ganancias y especialmente la espiral del costo de vida frustraron la celebración de paritarias que Prat-Gay deseaba que empezaran con el número dos y la propia administración ha elevado a casi el 40%. Tampoco se gestó en los cien días el acuerdo social tan anunciado, sobre el cual ni siquiera habla ya Bergoglio. Ni mencionar el rubro Justicia, congelado en medidas divulgadas y no natas como el apartamiento de cuatro jueces federales que el Gobierno consideraba prescindibles. Quizás el freno a esa entrometida instalación se activó cuando Macri pretendió designar dos ministros de la Corte Suprema por su cuenta y riesgo, sin respaldo del Senado, y el titular del cuerpo, Ricardo Lorenzetti, lo paró con el anticipo de que él no les tomaría juramento.

Idas, vueltas, avances y retrocesos en tres meses que limitan a Macri por una dura recesión que los más optimistas imaginan cambiando en dos o tres trimestres por lo menos, un clima social acuciante, y por encuestas que el propio Presidente ordenó realizar, no sólo para medir su popularidad. En esos sondeos, la Casa Rosada descubrió que buena parte de la sociedad se expresa a favor de la política anterior por los derechos humanos de los años 70 más que de los actuales, se complace con YPF y Aerolíneas Argentinas en manos del Estado a pesar de sus peripecias económicas y hasta coincide en la distracción de que la década anterior no todo fue despilfarro y corrupción. Quizás esa evidencia, más la presión de algunos sectores, obligó a que Macri se apartara de no aludir a la herencia pasada, como se comprobaba en su plan de cien días. De ahí que aún camine en puntas de pie y aguarde, claro, los próximos cien días. Más que la revolución, el paso a paso futbolístico con la obviedad de que en el campeonato se gana, se pierde. Y se empata.

© Perfil

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