Por Tomás Abraham |
Lunes negro
Nuestro país ha vuelto a su triste y repetida historia. Se
terminó la fiesta.
Una situación internacional inédita en el siglo XX nos
permitió, durante la primera década del tercer milenio, volver a crecer y
mejorar el ingreso por habitante.
Como sucedió hace más de un siglo con el
Imperio Británico, esta vez la presencia de una potencia como China y sus 1.200
millones de habitantes como nuevos protagonistas del capitalismo globalizado
permitieron la eclosión de los precios de los granos. No sabemos si ese auge terminó,
pero está visto que tiene un freno.
No es la culpa ni de Macri ni del kirchnerismo que el
crecimiento de China sea del 7% en lugar del 11%, ni que Europa viva un proceso
de estancamiento prolongado y vea resquebrajada su unidad política, que los EE.UU.
hayan tenido una gran crisis financiera, o que Brasil viva un proceso recesivo
en lo económico y un deterioro político al que no se le ve un buen final.
Poco valor tienen arrepentimientos o recriminaciones
valederas en nombre de precauciones anticíclicas o prevenciones proféticas que
hubieran podido ahorrar los efectos del cambio en el estado del mundo. Ahorrar
cuando entra dinero es más fácil cuando se tuvo una buena temporada de
prosperidad o costumbre de estabilidad, pero después de la malaria nadie quiere
perderse placeres que pueden volatilizarse al día siguiente.
Pero más allá de la geoeconomía y de la política
internacional, hay responsabilidades propias que comenzaron con el gobierno de
Cristina Fernández a fines de 2007; no fueron sólo de su exclusiva iniciativa,
sino fruto de una decisión compartida. Por un acuerdo con Néstor Kirchner,
planificaron la mutua alternancia en el poder durante al menos cuatro períodos,
con el agregado de una reforma constitucional que les permitiera prolongar los
mandatos sine die.
Para concretarlo debían asegurarse los medios financieros
para ganarse a un electorado, lo hicieron luego de 2008 y de la derrota
electoral del año siguiente. Los fondos de la Anses, las estatizaciones de YPF,
Aerolíneas, los subsidios sin control, la emisión monetaria, la superposición y
el desmanejo de los planes sociales les otorgaron dinero y clientes electorales
como para soñar con el plan preconcebido. A los que sumaron una política de
división y confrontación apoyados en las consignas tradicionales del
nacionalismo popular: oligarquía/pueblo, imperialismo/nación.
Fue por este golpe de timón que hicieron priorizar sus
ambiciones personales en desmedro del país, que comenzó un proceso de
decadencia cuya crisis estructural sólo dependía de la suerte para hacerla
demorar el mayor tiempo posible.
El viento de cola se volvió de frente. Tenemos déficit
comercial y fiscal. La situación del empleo no deja de ser grave porque
dependía de lo que quedaba en la caja y de una moneda con riesgo de convertirse
en papel pintado para financiar el crédito y contener el precio del dólar. Hay
nubarrones. Pasó un buitre. No ha sido un buen comienzo de semana.
Miércoles gris
El gobierno entrante tiene dificultades porque carece de
experiencia, de una estructura partidaria nacional, y porque en términos de
liderazgo parece opaco.
Trabajar en equipo y tener una conducción firme no son
contradictorios. Lo que sí resulta un problema es querer gobernar a la Argentina sin poner el cuerpo.
Quien ocupe nuestro sillón presidencial debe estar un poco loco, si no lo está,
lo volverán loco, lo que no es lo mismo.
No hace falta ver una serie televisiva para saber que un
primer mandatario llama a las cuatro de la mañana por teléfono a su jefe de
gabinete o a un ministro y si no lo insulta, lo cubre de amonestaciones porque
tuvo una mala noche y soñó que la medida adoptada fue un grave error que podía
haberse sido subsanado. Se desvive por el poder. No está administrando un
country, sino un país dividido, con intereses sectarios sórdidos, y una
oposición con pocos escrúpulos.
No hablo de tiranía ni de usar los medios públicos cada
semana para atacar a una porción del país y lograr el vitoreo del resto. Sino
de una energía que no se sustituye con “juntos podemos”.
Un presidente argentino no pierde detalles de su gestión,
controla hasta al ascensorista y tiene picos de presión.
Para eso debe tener una contextura físico-mental dura y
resistente, y no un arte de vivir, sino voluntad de poder.
Viernes blanco
Creo que la política relacionada con lo medios públicos es
lo mejor de este nuevo ciclo. ¿Por qué? Porque es nueva. Hernán Lombardi parece
tener una mente sana, lo que después de años de crispación, grietas,
psicopatías, buchonerías y bajadas de línea, al pudrirle el carácter de los
argentinos, es un buen antídoto para una población que se volvió maníaca.
Toda la exhibición militante fue una muestra de la tendencia
suicidaria de nuestra sociedad, que al decir de Lenín: da un paso adelante y
dos atrás, con lo que la tortuga nunca le gana a Aquiles.
El hecho de que en un mismo medio coexistan voces de
ideologías diversas, que protagonistas
de la política hayan dejado de ningunear a periodistas y micrófonos y ahora
circulen por todos los medios con buena disposición para explicarse y explicar
a la sociedad por qué opinan lo que opinan, estas novedades parecen restablecer
la vieja idea de que la información no es sólo una enumeración de titulares y
copetes, y que la labor de un periodista no es la de un comunicador orgánico al
servicio de un sector político.
Informar es una tarea rica y compleja que tiene que ver con
las fuentes, con la capacidad para entrevistar a cualquiera, con la obtención
de datos que corren el velo de evidencias acendradas, el uso del lenguaje y la
formación cultural, con abrir el espacio a la discusión, con dejar el dedito
admonitorio a los fiscales y el manual de buena conducta a los pastores, y con estimular las contradicciones.
Si no hay contra-dicción, sólo sedimentan verdades
prejuzgadas y opciones selladas. Por bajar siempre la misma línea y subrayarla
cada día, no habrá nada nuevo, todo se remitirá a un pasado consagrado y a la
repetición de lo ya sabido y creído. De ese modo no seremos más que ciudadanos
conformistas, achanchados, siempre victimizados, aún a los gritos y con cara de
malos.
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