Por Gabriela Pousa |
Hace
casi dos meses, por razones personales, debí tomar cierta distancia de la
política. Las fechas coincidieron con el cambio de gobierno y consecuentemente,
con el comienzo de la gestión de Cambiemos.
Volver
a empaparse de cotidianidad no es fácil en este contexto.
Primero, porque el cambio es tan sideral que toda comparación termina mostrando antípodas, y segundo porque ha sucedido algo que pintaba inevitable por la división social que legara la ex Presidente: si acaso se pondera alguna medida “macrista” la sentencia de aquellos que adherían – con causa o con prebenda – al modelo kirchnerista será inexorable; y si por el contrario alguna decisión se critica, la euforia de quienes soñaron este cambio por años juzgará sin ver más allá ni intentar leer una entrelínea.
Es
la nueva grieta, nuevas reglas de juego como si lo vivido durante doce años
hubiera sido apenas un primer tiempo de un partido de fútbol. Pero no fue eso. Fueron
doce años de un solo equipo habilitado para patear a un arco contrario atándole
las manos al arquero. Ni referí, ni reglas, ni juego. Fue una etapa demasiado
larga donde el país fue utilizado para saqueos y negociados disfrazados de
políticas de Estado sin Estado. La legitimidad que se diera en las
urnas se perdió luego en la práctica. Pretender que eso no tenga consecuencias
es ingenuo y cínico al mismo tiempo.
Argentina
fue la esposa golpeada, casada voluntariamente, enamorada de una apariencia, y
sometida luego a la costumbre a cambio de una aparente calma. La calma de los
cementerios, la seguridad de perdurar no de avanzar, el “no riesgo” que es
sinónimo de respirar pero no de estar viviendo. Es lógico que una vez dado el paso
decisivo, de haber logrado un divorcio con esa vejación subsista temor.
Temer
lo nuevo es una actitud humana y como reza el tango, “en el miedo estamos
juntos codo con codo, por temor que nos roben el amor, la paciencia y ese pan
que ganamos con sudor y a conciencia”. Quizás temer sea incluso sano.
Ahora bien, la insanía se produce cuando el miedo paraliza y no deja
vislumbrar las inmensas posibilidades y oportunidades que nos da la
libertad.
El
ruido de rotas cadenas a veces ensordece y perturba pero no deja por eso de ser
la más dulce de las músicas. Y no se trata de la libertad para ir al banco a
comprar dólares o a venderlos, es una libertad que jamás debió cesar. Y
entonces la pregunta es básica: ¿por qué dejamos que nos la roben con
relatos basados en la fantasía y la inmoralidad?
El
verdadero cambio que necesita el país es lograr la certeza absoluta de que no
volverá a dejarse engañar, la certeza de saber que es más digno alumbrarse con
una vela quizás, que con la electricidad subsidiada por demagogia y por un
populismo que corta alas e impide volar. Y lo digo aún cuando he pasado noches
despierta sintiendo el pánico de un corte de luz porque a mi lado tenía a mi
madre conectada a a un concentrador de oxígeno.
De
un simplismo extremo sería adjudicar ese temor a la administración actual. Mauricio
Macri no hubiera sido el responsable si mi madre moría ahogada por falta de
electricidad. La responsabilidad hubiera sido de aquellos que durante años no
ejercieron control alguno sobre las empresas, y que crearon un país de fantasía
donde la cultura del derroche hizo mella a punto tal de escuchar ahora quejas
por pagar lo que cuesta en verdad la electricidad.
Pocos
adeptos había cuando algunos analistas decíamos que las cuotas sin interés, o
los “precios cuidados” para comprar aire acondicionado, y demás políticas
económicas comprobadamente inviables para un desarrollo y crecimiento sustentable eran
la “fiesta” del corto plazo. Era más fácil vivir el “veranito” argentino,
aunque era como si hoy viviésemos este verano estacional convencidos que no
habrá invierno nunca más.
Por
negadores seriales las tarifas aumentan, no por capricho de un nuevo ministro,
no porque el nuevo gobierno sea de “CEO’s” o de ingenieros. Por el contrario, el subsidio que
lloran muchos en redes sociales, era similar a aquel subsidio que todos debimos
pagar a los pocos que compraban autos de alta gama durante el kirchnerismo. La
tarifas baratas favorecían únicamente al área metropolitana.
Además
hay que comprender siempre el contexto donde se dan las cosas: la
administración Macri encontró tierra arrasada. La corrupción y las
irregularidades son metástasis de una desidia que fue un cáncer. Pretender
curarlo con aspirinas es poco serio y solo tendería a alargar la agonía del
enfermo.
El
debate “shock o gradualismo” tampoco resiste un análisis muy
serio. Macri asumió con una diferencia de votos menor a la esperada. Cuando en
el escenario preelectoral decíamos que la brecha de votantes era decisiva para
la gobernabilidad apuntábamos a esto que sucede hoy en día. Un
porcentaje minoritario pero aún amplio de la sociedad sigue aferrado al tronco
del náufrago en lugar de subir al bote salvavidas que viene a rescatarlo. Es
enriquecedor el debate con argumentos no con necios.
Los
mismos que se rasgan las vestiduras por tener que pagar 250 pesos la
electricidad, pagan 700 u 800 por la señal de cable. La coherencia fue
destruida por el mito y la falacia del Estado benefactor y paternal que lo daba
todo sin dar nada. Las ilusiones ópticas nos dejaron sin ver y sin mirar.
Los
despidos en el área estatal forman parte de la misma “fiesta” popular donde comimos
y bebimos creyendo que luego no habría cuenta que pagar. La discusión
sobre los ñoquis es fútil y banal, porque muchos despedidos iban a trabajar
pero accedieron a sus cargos sin siquiera cumplir los requisitos básicos, esa
es otra causa de despidos pero la cultura del lloriqueo por el ocio redituable
que perdieron, los lleva a no poder mostrar cómo llegaron a sus cargos. Se
acabó o debería haberse acabado el dedo en el Estado. Eso sería también cambio.
Macri
llegó a una casa tomada, ¿por qué debería habitarla con intrusos? , ¿lo harían
aquellos que se quejan si acaso al volver de vacaciones encuentran usurpadores
en sus cocinas, livings, habitaciones? La limpieza es inexorable. De un hábitat infectado
no puede salir nada sano.
Por
último, para cerrar este primer acercamiento a lo que estamos viviendo cabe
reparar en la detención de Milagro Sala. Y aquí basta una breve reflexión: no
se puede pactar con las mafias, o las vencemos y encerramos o nos vencerán
porque para ellos el fin justifica los medios. Además, sería poco
serio admitir que en Jujuy, después de años de kirchnerismo y Estado paralelo
de Tupac Amaru, hay un poder Judicial adicto a un gobierno apenas con un mes de
asumido.
Una
reflexión al margen o no al tanto: un mes atrás la vida de los
argentinos parecía pasar por el levantamiento del cepo cambiario. El
cepo ya no es siquiera tema hoy en los diarios y seguimos andando.
Para
reconstruir ruinas a veces hay que demoler, y tirar abajo no es siempre grato.
No lo es pensar en amputar una pierna pero si la alternativa a no hacerlo es
una gangrena que acabe con la vida, habrá que asumir que las muletas no son tan
adversas y que vale la pena el esfuerzo de aprender a vivir con ellas.
Y
perdón por la demora: ¡Feliz año a los lectores de Perspectivas Políticas!
(El mío empezó y terminó el 19 de enero pasado)
Nota de
Agensur.info: El 19 de enero pasado falleció la
madre de nuestra querida colega y amiga, Gabriela Pousa, lo que motivó la
aclaración inicial y la frase final de esta columna suya.
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