Por Beatriz Sarlo |
En 1821 se creó el Registro
Estadístico de la provincia de Buenos Aires. La nación se había
disgregado y Buenos Aires había sufrido una derrota. Como acto de fantasía, si
se considera esa tremenda inestabilidad, al ministro Rivadavia se le ocurrió
una oficina de estadísticas. El revisionismo lo atribuye a la ensoñación
cosmopolita de Rivadavia. Es mejor pensarlo como esos programas que quedan
truncos o se demuestran imposibles pero señalan una dirección.
En 1869, como es sabido,
Sarmiento ordenó que se realizara el primer censo nacional de población.
El país, ya unificado pero muy próximos todavía los últimos enfrentamientos en
las provincias, tenía problemas gigantescos. Sin embargo, el presidente
Sarmiento, movido por la locura futurista, se dio tiempo para encargar y seguir
ese primer censo, por el que hoy sabemos que el analfabetismo alcanzaba el 71%.
En esos años, un hombre
nacido en Moravia, Francisco Latzina, también fue contratado
por Sarmiento para que enseñara Matemática en el Colegio Nacional de Catamarca.
Un vulgar político cortoplacista habría dicho que esa provincia teníaproblemas
más urgentes. Diez años después, en 1880, Latzina fue designado jefe de la
Oficina Estadística Nacional. Los informes ministeriales y las revistas
publicadas oficialmente, como El Monitor, sorprenden todavía hoy por la
profusión de datos estadísticos.
Rivadavia y Sarmiento
pensaron que, en un país que casi no existía, después de guerras civiles
interminables, de todos modos necesitábamos no sólo contar las pérdidassino
saber quiénes y cómo éramos.
Salteo medio siglo. En 1955 Gino Germani (un italiano que llegó acá después de ser encarcelado por el fascismo), fundador de nuestra “sociología científica”, publicó Estructura social de la Argentina. El subtítulo de la obra es, significativamente, Análisis estadístico. Este libro fundante de Germani tiene como fuentes los censos nacionales de población, los censos industriales y agropecuarios y decenas de publicaciones estadísticas oficiales.
A los golpes. Salteo otro medio siglo. En la Feria del Libro de
2010 se presentó Indec. Historia íntima de una estafa, de Gustavo
Noriega (o Indek. Historia íntima de una destrucción, como
figura, para mayor gancho, en tapa). En la platea se sentaron, serios y tensos,
muchos empleados del Indec, donde Noriega había trabajado. De prontocomenzaron
a volar las sillas y algunas trompadas. Estaban Manuel Garrido, Claudio
Lozano y el tercer peso pesado era el mismo Noriega, además del editor del
libro, Marcelo Panozzo; también es probable que anduviera por allí otro
heavyweight como el ministro Pablo
Avelluto. Así que yo me sentí, pese a la violencia de la
provocación, bastante segura. Lo que demostró una letal inseguridad fueron las
estadísticas manejadas por Guillermo Moreno en beneficio de su
mandante, Cristina Kirchner. Eran tan truchas que necesitaban la destreza
pugilística de los barras.
En ese libro de Noriega
hay un capítulo dedicado a Graciela Bevacqua que relata la forma
en que Moreno le arruinó la vida a esta mujer íntegra y sin mayor inclinación a
ser estrella de un escándalo público. Fue directora del Indice de Precios al
Consumidor hasta que no pudo soportar más los aprietes de Moreno, decorados por
una frase siniestra que a Bevacqua le trasmitió una jefa: “Kirchner quiere
tu cabeza”. Guillermo Moreno sabía amenazar como nadie, y Bevacqua resistió
durante dos años enteros. El convincente relato de Noriega sobre el Indek la
muestra al mismo tiempo vulnerable y excepcionalmente honesta; firme como un
roble (cualidades que no siempre se dan juntas).
Bevacqua, como se sabe,
fue reincorporada al Indec por Jorge Todesca con
el cargo de directora técnica; en los hechos, su número dos. El 14 de enero de
2016, Todesca presenta a Bevacqua en una conferencia de prensa y es tan alta la
confianza que parece tenerle que, después de una breve introducción, se levanta y
deja que sea ella quien conteste las preguntas. Repito: Todesca
confía tanto en Bevacqua que la deja sola frente al periodismo. Muy poco
después descubrieron que sus estándares eran demasiado estrictos. La
desplazaron y pronunciaron una frase casi kirchnerista, sobre la
imposibilidad de encerrarse en una torre de marfil.
Hace casi dos siglos, un
francés ilustre, Alexis de Tocqueville, escribió en La democracia
en América: “Cuando las estadísticas no se fundan en cálculos rigurosamente
verdaderos, llevan por el mal camino en lugar de señalar la buena dirección.
Nuestro espíritu se deja capturar fácilmente por una falsa exactitud y acepta
errores que tengan la forma de la verdad matemática”. Sería demasiado
pedir que un político actual lea a Tocqueville, como lo leyó Sarmiento.
Macri, un capitalista de cuna, debería saber, por lo menos, que la empresa
moderna necesita de la seguridad absoluta de sus cálculos y necesita también de
la seguridad completa en los cálculos que haga el Estado. Para gente como Max
Weber, burocracia eficiente y cálculo exacto son inseparables.
No es tan difícil de
entender. Bevacqua, en todas sus
declaraciones, aparece como un pájaro raro en este país del más o menos. Es
escrupulosa y defiende la exactitud de sus mediciones. Cree en la competencia
técnica. No es una política ni pretende enredarse en razones políticas. Si
necesitaban un político, se equivocaron al llamarla. Y más se equivocaron si
creyeron que la harían cambiar de opinión. Se olvidaron de que no la convenció
ni Guillermo Moreno.
Nota al pie. Lo que le pasó a Bevacqua no debe hacernos
olvidar el instante de recogimiento de Macri en la ESMA, el pasado lunes. Lo
acompañaron el fotógrafo de Presidencia y el ministro de Justicia. Según todas
las fuentes, Kirchner comenzó a preocuparse por los desaparecidos una vez que
llegó a la primera magistratura. Nunca es demasiado tarde. En efecto: el
viernes pasado, Macri invitó a Estela de
Carlotto a la Casa de Gobierno. Queda por ver si se le
ocurrió en la ESMA o inspirado por el éxito que tuvo Kirchner en ese tema.
© Perfil
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