El peronismo
desorganizado mantiene la lógica final del saqueo. El riesgo Macri: no contar
con un ejército propio.
Por Ignacio Fidanza |
En las oficinas de la Jefatura de Gabinete se deleitan
mirándose en el espejo de la serie de Netflix, House of Cards, un producto para
clases acomodadas que caricaturiza las supuestas intrigas refinadas del poder
en Washington DC.
Mucha alfombra roja, diálogos sofisticados y maquiavelismo
pret at porter.
Es el backstage de consumo interno y para el “círculo rojo”,
del despliegue público de la estética Obama-Kennedy que los equipos de Marcos
Peña inoculan aquí y allá, entre desprevenidos y complacientes. Se trata de la
construcción del Relato M. Donde hubo politización extrema ahora hay familia y
glamour chic estilo Hola.
Sin embargo, la realidad argentina sólo asemeja la
sofisticación europea o washingtoniana en la imaginación de quienes idealizan
ese mundo. Si se trata de series, acaso sería mas apropiado detenerse en
Vikingos, que retrata los años del asedio de los entonces invencibles guerreros
daneses a una primigenia Inglaterra.
La lógica simple de estos guerreros era el saqueo. No tenían
rey, aunque varios se autoproclamaban, y vivían una compleja realidad de
alianzas inestables, enfrentamientos y acuerdos. Cualquier parecido con la
situación actual del peronismo no es casual.
El Gobierno celebra por estas horas la multiplicación del
liderazgo peronista o mejor dicho, la crisis incipiente que afecta a la conducción
de Cristina Kirchner; con Sergio Massa entrando y saliendo en un complejo juego
político con gobernadores, intendentes y otros líderes partidarios. Con Moyano
golpeando y negociando, con los senadores mostrándose comprensivos, casi amigos
de toda la vida, hasta que giran sobre su eje y piden más coparticipación, pero eso sí, que no sea un “toma y daca”, sino un acuerdo de “gobernabilidad”, que
queda más lindo.
Se trata a simple vista de un escenario favorable para el
oficialismo, es verdad, que logra así acercarse al quórum en un Congreso que no
domina. Pero cuidado, que los vikingos estén divididos no significa que no
coincidan en una pulsión común: el saqueo. Incluso, el juego de sobornar a
algunos y postergar a otros para conseguir paz o al menos tiempo, puede
alimentar una peligrosa dinámica, que espiralada genere un ejército –en contra-
de perros hambrientos.
No se trata de metáforas. María Eugenia Vidal tuvo que
entregarle 10 mil millones extras a los intendentes peronistas para que le
voten su presupuesto. Sergio Massa se llevó la Legislatura bonaerense para él
sólo -2.400 millones- más lugares en el Bapro, Acumar y otras posiciones menos
expuestas, lo que por sí es todo un indicio sobre la solidez de su compromiso
con el Gobierno.
La apuesta de Macri parece ser, como la de los sajones,
edificar un Estado moderno que por su propio peso haga retroceder a los
vikingos. Es decir, acomodar la macroeconomía y volver a crecer, generando
empleo, obras públicas e inversiones. ¿Pero qué sucederá si ese tránsito no es
tan suave ni inevitable como se sueña? ¿Si la inflación no se acomoda en los
tiempos que se enuncian y el crecimiento no llega antes de fin de año? ¿Si el
capital, siempre cobarde, retacea su participación?
Es por eso, que los Estados se edificaron aquí y en casi
todos lados, con un ejército detrás que combatió e impuso su idea política.
Engolosinarse con la actual división peronista es acaso creer que la mitad de
la premisa del PRO para construir gobernabilidad –de eso hablamos- es el todo.
Nada sustituye la fuerza propia.
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