El presidente ordenó
que empiecen a posicionarlo. La tensión con Rodríguez Larreta y Vidal.
Por Ignacio Fidanza |
Como se sabe, el único problema serio que plantea la
política es la sucesión, que la monarquía resolvió de manera simple. Para las
democracias no es tan sencillo. Mauricio Macri dejó trascender, cuando la
posibilidad de ganar las presidenciales tomaba cuerpo, que su idea era hacer un
solo mandato “fundacional” que pusiera a la Argentina en la senda del progreso,
y luego abrir paso a nuevas generaciones.
Hasta donde se sabe esa idea no ha sido revisada, aunque
habrá que ver si el poder logra encandilarlo como hizo en todos los casos
conocidos. Sin embargo, un dato no pasó desapercibido en el núcleo íntimo del
gobierno: Macri pidió que se empiece a trabajar en la construcción de Marcos
Peña como posible sucesor.
Se trata de una decisión -¿tanteo?- que más allá de su
evidente provisionalidad, genera de manera automática tensión con los dos
sucesores naturales del PRO: María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta.
Marcos Peña no tiene territorio ni carisma, pero posee por
estos días algo acaso igual de valioso: el acceso pleno al Presidente. Es su
principal consejero y el cerebro del discurso y la estrategia política del
Gobierno.
Es curioso cómo se dan las cosas. Peña inicialmente fue muy
resistido por Macri y Gabriela Michetti, cuando era vicejefa de Gobierno, tuvo
que insistir durante meses para que lo sacara de la Legislatura. Fue así que
casi se le inventó el cargo de secretario General de la Ciudad, inicialmente
sin poder.
Pero si hay un talento en el actual jefe de Gabinete es la
habilidad para moverse en el Palacio. Supo ganarse un lugar cerca de Macri y
luego fue el verdugo que empujó a Michetti a la Cámara de Diputados y la sacó
de la mesa chica a la que ella lo había invitado. Hasta hoy los recelos entre
ambos son volcánicos.
Peña cree que él es el autor del “milagro”, como diría Durán
Barba, de que Macri haya llegado a la Presidencia. Pero mucho más importante,
Macri cree lo mismo. Le está además infinitamente agradecido por haber logrado
reconvertir su imagen de empresario impiadoso de derecha, en una suerte de
líder centrista y moderno.
Con el arribo a la jefatura de Gabinete y el desplazamiento
de los dos sucesores naturales a otros distritos, Peña logró su viejo sueño de
apoderarse de todos los resortes de comunicación, decisión y discurso del Gobierno
y del Presidente. Al punto que fue él quien le dijo a Macri que hable poco y en
pocas ocasiones, como reveló LPO. “No hace falta que hables, el que habla es el
Gobierno”, le sugirió.
Macri no está del todo convencido con este consejo y no son
pocos los que le advierten que nada reemplaza la palabra del Presidente, en su
comunicación directa con el pueblo que lo votó. Ejemplos del daño que hace esta
falta de comunicación directa son las escasas o nulas explicaciones ante dos de
las decisiones más polémicas que tomó en estos setenta días: La triplicación de
la coparticipación de la Ciudad y la eliminación de las retenciones a la
minería.
Peña creció en el entorno de Macri concentrándose
exclusivamente en ayudarlo en su proyecto presidencial y evitando abrir una
línea interna propia que insinuara un proyecto personal. Pero resultó que no
era que le faltarán ambiciones, sino que trascendían lo esperado.
Esto se vio con claridad cuando hubo que definir la fórmula
presidencial. Peña fue el más enfático, junto a Durán Barba -su aliado forzoso-
en defender la fórmula pura. Luego se supo que estaba preparando la cena para
un único invitado: él mismo. Esto quedó en evidencia en el libro “Cambiemos” de
Hernán Iglesias Illia, donde este colaborador y amigo de Peña que trabajó en la
campaña presidencial del PRO, confirma como el actual jefe de Gabinete presionó
para ser elegido vice y la enorme decepción que sufrió él y su equipo cuando
esto no ocurrió.
Y es ese acaso uno de los principales problemas de Peña.
Como todo jugador exitoso se empieza enamorar de su jugada. La revelación de
estrategias tan íntimas como esas en el libro de Illia son un flanco
innecesario, tan contraproducente como detallar al diario Clarín el plan que
implementará para que la gente deje de percibir a Macri como “el presidente de
los ricos”. Hay cosas que es necesario hacer y no decir: el cinismo político es
una de ellas.
Pero acaso es natural lo que sucede. Marcos Peña fue más que
nada un jefe de campaña. Y sigue actuando como tal. Lo curioso en todo caso es
que Macri haya decidido entregarle la conducción de su gobierno. Lo natural
cuando se fusionan en un mismo funcionario el pensamiento estratégico de la
política y el día a día de la gestión, es que una de las dos funciones ahogue a
la otra.
Pero lo cierto es que por ahora, Peña goza del enorme poder
que le da el manejo de la relación con los medios y la inversión en las redes
sociales, para empezar a construir su propia candidatura, con una excusa
inmejorable: Como jefe de Gabinete es lógico que concentre las apariciones
públicas, como está ocurriendo.
En esta columna ya se analizó que confundir gestión de la
comunicación con gestión suele ser una trampa mortal. Todos los gobiernos creen
que sus problemas son básicamente de comunicación, porque es más placentero
decirse eso que revisar las políticas y su ejecución. Pero si el gobierno
funciona, se puede sobrevivir hasta con mala comunicación. Al revés, imposible.
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