Por Jorge Fernández Díaz |
No se sabe qué borrascosas escenas sueña Mauricio Macri
cuando apaga cada noche la luz, pero trascendió que hasta el último aliento del
día lee con atención las peripecias del primer emperador romano, que acuñó dos
frases contradictorias de lectura única y correlativa: "Bien hecho es
rápidamente hecho, pero apresúrate con calma".
La lectura, aquí y ahora,
no alude a sueños imperiales sino a pesadillas económicas, entre el shock y el
gradualismo, y a un dilema que discute su mesa chica: ¿cuánta verdad será capaz
de soportar el pueblo argentino? Las encuestas muestran un optimismo creciente
y mágico; abandonada la radicalización, que fue el fondo del pozo, todo va a ir
mejorando. A esa ola sobrenatural se sumó el Gobierno con su teoría de las
buenas noticias: no enfatizar demasiado la herencia y repartir lo que no hay
para aceitar los vínculos con la oposición y para que el entusiasmo general no
decaiga. Es así como el gigantesco déficit que le legó Cristina, lejos de
decrecer se incrementa con beneficios y equitativas reparaciones sociales, lo
que resulta irónico si se piensa en la "disciplina fiscal" que
propugna Cambiemos y en el "ajuste salvaje" que denuncia todo el día
el cristinismo, y que ciertamente aún no ha tenido lugar: los despidos
estatales no acusan peso en la balanza y tuvieron como objetivo puntual barrer
con la perversa operación de copamiento de la burocracia, el esperadísimo
sinceramiento de las tarifas eléctricas fue un reflejo de la "sintonía
fina" que la gran dama ordenó por responsabilidad y canceló por cobardía,
y la devaluación es similar en magnitud y consecuencias a la operada por
Kicillof dos años atrás.
El gradualismo que eligió Prat-Gay hace juego con las
tácticas que tenían preparadas los equipos de Scioli y Massa, cuyos referentes en
la materia aprueban pero con preocupación: la inflación progresiva asusta a
todos por igual. La Pasionaria del Calafate, como si no hubiera aprendido de la
historia, siguió la nefasta tradición de emitir a ciegas y jugar con fuego;
primero fue una llamita, luego una hoguera, hoy es un incendio con récord
mundial. Bajar la inflación es tan difícil como recuperar a un enfermo que
estuvo en coma: por cada jornada que pasa postrado, se necesitan 11 días de
kinesiología y restauración. Subir de peso es relativamente fácil, bajar es un
calvario. Y la política de shock ronda las cabezas de todos, tiene sustento
técnico, pero no cuenta con el mínimo respaldo político ni social ni
parlamentario. El ministro de Economía tuvo que salir esta semana a poner el
asunto en negro sobre blanco; habrá que ver si su programa muestra éxitos,
porque las declaraciones de principios suelen morir en el altar de los malos
resultados.
Hay quienes piensan, dentro del frente Cambiemos, que el
Gobierno debería crear una mesa económica integral, donde se evalúen las
secuelas de decisiones independientes que merecen más coordinación. También
recomiendan crear con urgencia una mesa de gladiadores mediáticos, que libren
los sucesivos combates dialécticos. Así como Macri no cree en una nueva
narrativa, porque le evoca aquel relato mentiroso, tampoco les da mucha
importancia a las acaloradas discusiones que se llevan a cabo en los medios.
Esa subestimación puede resultarle cara. La "progresía cultural", por
llamarla de alguna manera, es un colectivo formado por artistas de la gauche
divine, intelectuales posmarxistas, setentistas reciclados, neoperonistas de
Palermo Fashion y otras aves de la corrección política. Creer que porque no
tienen peso electoral son inofensivos es no entender su verdadera influencia, y
pretender que todos fueron y son kirchneristas es un error de apreciación. Ese
colectivo, con distintas caras, fue el que ayudó a crear diferentes cuentos
falsarios: Perón era socialista, la juventud setentista era maravillosa y Alfonsín
era un gran mediocre.
Menem, como Rajoy, los puso enfrente y sufrió un desgaste
transversal; Néstor Kirchner se dio cuenta de que debía cooptar a la mayor
cantidad de ellos para neutralizarlos: "la izquierda te da fueros",
decía riendo. No se refería al trotskismo, sino a esa progresía inespecífica
que, salvo excepciones, suele soslayar la sustentabilidad económica y
justificar a los corruptos que son del palo. Malraux decía de Sartre: sabe de
filosofía pero de política no entiende nada. Así y todo, una parte de esa grey
resistió los influjos cristinistas, pero no puede evitar hoy solidarizarse de
manera culposa con las consignas ficcionales que produce el duelo de los que
perdieron el Estado, ni plegarse a la ridícula resistencia, ese confort épico
que está de moda. La torpeza política de algunos funcionarios logra de vez en
cuando unir a unos y otros contra Cambiemos: episodios aún inexplicables como
el abuso de las balas de goma en la villa 1-11-14, imprudencias como la ley de
derribo y la temeraria inclusión en la agenda de la cantidad de de-saparecidos
alineó a todos contra el oficialismo, incluso a Serrat y a Chico Buarque. Esta
semana se conoció también una carta que académicos ingleses, norteamericanos,
alemanes, franceses y suizos emitieron (con letra local), donde se le comunica
al mundo "el rumbo antidemocrático y represivo" de la nueva gestión:
"nadie puede salir sin documentos a la calle" (sic) y cunde un
"clima que no se conocía desde los años sangrientos de la dictadura
militar". Las almas bellas padecen lo que Moisés Naim describe como una
obsesión por la "necrofilia ideológica", buscan adhesiones lejanas y
frívolas, y están a gusto con la idea de que Macri es Videla. El asunto no pasa
de ser el delirio de una minoría intensa, pero un lunar olvidado puede
convertirse en un tumor. El relato no terminó, sólo entró en una nueva fase, y
juega en la cancha solo, porque el republicanismo no quiere articular el suyo.
La exageración es tan grande que el jueves hasta Abal Medina debió pararles el
carro a sus propios compañeros y recordarles que no estaban frente a una
dictadura sino ante un gobierno constitucional. Pichetto debió salir luego a
cortar la alarma por los despidos y a plegarse a la decisión de Gabriela
Michetti: "Se había acordado incorporar 300 personas, en su mayoría de los
bloques opositores, y terminaron entrando 2200", los castigó. El peronismo
clásico le pone límites a esa fracción, que no conoce la autocrítica y que es
piantavotos, pero cuyo verdadero poder reside en la batalla cultural popular y
prolongada.
Para Cristina gobernar era editar la realidad. Para Macri
gobernar es negociar: con gobernadores, sindicalistas, legisladores,
consumidores y holdouts. Su narración con vistas al futuro no termina sin
embargo de tener una literatura, veraz y convincente, por encima de la mera
eficiencia. Esta semana recibió a pensadores del Club Político Argentino. Allí
sobrevoló el dilema: ¿desinflar las expectativas y contar la verdad calamitosa
que se encontró para que se entiendan los sacrificios, o mantener viva la
esperanza a riesgo de que la dieta parezca un capricho del nutricionista y no
la imperiosa necesidad médica de salvar una vida? "Una alegría compartida
es una alegría doble; una pena compartida es media pena", dice el refrán.
Pero a veces la verdad aterra, y quien tiene miedo no consume y entonces la
rueda de la economía se paraliza. Peor el remedio que la enfermedad. Macri lee
sobre Roma y luego apaga la luz; es lógico que estas encrucijadas lo persigan
en el terreno proceloso de los sueños y las pesadillas.
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