Por J. Valeriano Colque (*) |
Desde el mismo balotaje del 22 de noviembre pasado hasta
después de hacerse cargo de la presidencia, la frase más escuchada por Mauricio
Macri–además de las consabidas felicitaciones–fue: “Lo que no hagas en los
primeros tres meses va a ser difícil que lo puedas hacer después”.
Es un clásico de la política argentina, fundado en la
complejidad que deben afrontar las nuevas administraciones que no se suceden a
sí mismas, y, en especial, aquellas que no provienen del peronismo.
En línea
con el consejo y convencido de su utilidad, Macri arremetió desde el primer día
con decretos de necesidad y urgencia sobre distintas cuestiones conflictivas,
aprovechando la conmoción que la derrota causó en el kirchnerismo.
En lo que no reparó el Presidente es en que, además de hacer
rápido, hay que hacerlo bien, porque de lo contrario los costos políticos que
se pagan pueden ser muy altos. El Gobierno tuvo que reconocer en estos 70 días
de gestión que cometió errores de apresuramiento y, aunque dio marcha atrás y
los enmendó–por caso, el nombramiento en comisión de dos nuevos miembros en la
Corte Suprema de Justicia de la Nación–, esos fallidos cuestan caro porque
alteran las condiciones de negociación con la oposición.
En el caso del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec),
con el polémico desplazamiento de la especialista Graciela Bevacqua después de haberla convocado como garantía de
eficiencia, el precio se paga en términos de credibilidad. Precisamente, el
Indec–uno de los focos más oscuros del kirchnerismo, que convirtió en relativas
todas las estadísticas públicas–debía ser un faro confiable para la nueva etapa
del Estado. Ahora surgirán dudas por la impaciencia oficial de acelerar los
tiempos al compás de las presiones.
Lo mismo ocurre con otros temas cuyas consecuencias podrían
haberse atenuado si las cosas se hubieran hecho de otra manera, entre ellos, la
discutible eliminación de las retenciones a la minería.
Todo llega. La
inflación siguió elevando las tensiones intersectoriales, al tiempo que los
gremios preparan la ropa de combate para las paritarias. También en el Gobierno
comenzaron a observarse discrepancias entre algunos miembros del equipo
económico.
Esas discusiones, que cruzan al ministro de Hacienda,
Alfonso Prat Gay, con otros funcionarios, como Carlos Melconian y Rogelio
Frigerio, tuvieron un pacífico freno el martes, cuando el Presidente tuvo que
insistir en la necesidad de consensuar las mejores soluciones. De allí salió la
decisión de apurar el anuncio sobre la esperada suba del mínimo no imponible
del Impuesto a las Ganancias, aunque 24 horas después el propio Macri anunció
que las viejas escalas con que se aplica el tributo recién serán modificadas
por ley el año próximo.
Lo que prometía ser entonces una medida con fuerte
repercusión en los sectores laborales se quedó a mitad de camino. De todos
modos, fuentes de los interbloques legislativos de Cambiemos sostienen que será
casi imposible que cualquier proyecto de Ganancias sea aprobado en el Congreso
sin la modificación de las escalas, y que eso ocurrirá en el transcurso de este
año.
En el Gobierno, admiten a media lengua que la cuestión de
las escalas puede ser una prenda de negociación para aflojar la inevitable
conflictividad que se planteará con las discusiones paritarias.
Hugo Moyano y otros líderes sindicales advierten la
estrategia, y ese es el motivo por el cual piden paciencia a los trabajadores.
Ellos saben que, a menos de tres meses de haber asumido, los nuevos
funcionarios no pueden sacar de la galera todas las soluciones que no llegaron
en más de una década.
Herencia recibida.
El de la herencia recibida es otro motivo de debate interno en el Gobierno. Los
aliados radicales y buena parte de los funcionarios del PRO reclaman que el
Presidente exponga de manera pública las condiciones en que recibió la
administración.
Otros ocupantes de la Casa Rosada prefieren no abundar al
respecto, porque sostienen que la sociedad quiere que se mire y se avance hacia
adelante y no se insista en el pasado kirchnerista. Detrás de esas posturas,
hay comprensibles razones políticas. Unos no quieren exculpar al anterior
gobierno y que pasen al olvido las tropelías cometidas contra el Estado; otros
temen que de ese modo se exacerben los enfrentamientos con el sector más duro
de la oposición y no se puedan lograr acuerdos básicos de gobernabilidad.
El jefe de Gabinete, Marcos Peña, habría zanjado la cuestión
prometiendo que en el discurso del Presidente ante la Asamblea Legislativa, el
1º de marzo, habrá una breve pero contundente alusión a la herencia recibida.
Macri no dejaría de mencionar que el reclamo del 15 % de coparticipación
federal de impuestos que hacen ahora todas las provincias que no recurrieron a
la Justicia–a diferencia de Santa Fe, Córdoba y San Luis–nunca le fue planteado
al gobierno de Cristina Fernández. Soportaron en silencio el maltrato de la
Nación por 12 años y ahora quieren, en cortísimo plazo, desfinanciar al Estado.
El toma y daca entre Gobierno y oposición indica el retorno
del Congreso a una fuerte participación política, donde los acuerdos deben
tejerse con agujas de cristal. En el oficialismo, confían en que los efectos de
la ruptura producida entre peronistas y kirchneristas todavía no se agotaron, y
que se podrá avanzar a pesar de los errores propios.
(*) Economista
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