En su reunión con
Macri, Francisco podrá tener un anticipo
del discurso del martes.
Por Roberto García |
Finalmente, hoy un jefe de Estado entrevista a un Jefe de
Estado, ambos en actividad: privilegio excepcional de argentinos, más para la
egolatría nacionalista y alimento del pechito autóctono. Si uno en su momento
se sacó la lotería mundial, el otro hace poco ganó también impensadamente el
sorteo local. Dos hombres con suerte. Y aunque hubo peripecias menores entre
ellos, desde hoy primarán besos y deseos propicios, bondades para Antonia, esa
damita que no podrá olvidar en su vasto registro los próximos cuatro años.
Y
tal vez los cuatro siguientes si le va bien al padre. Tiene una ventaja sobre
la memoria presidencial de Iván, al que Bergoglio obsequió escarpines por medio
de su abuela, un recuerdo sentimental perdido en una cristalería: destinos
distintos que los inocentes tampoco planearon. Llegan al saludo el Papa y
Macri, entonces, con la expectativa de mitigar un ardor mutuo del cual apenas
hubo urticaria, y con la seguridad de que si Francisco apagó cristianamente el
incendio que le había provocado Cristina, ¿cómo no va a recomponer ciertas
menudencias con Mauricio, que no será un católico empedernido pero sí un devoto
que jamás irritaría a la Iglesia? Aunque, claro, no es lo mismo escuchar las
confesiones de una señora compungida entre cuatro paredes que a un ingeniero
poco escrutable a quien hasta los amigos dicen que le cuesta dar las gracias.
Nadie precisa las causas de la fría escaramuza que, hasta
hoy, distanciaba al Pontífice del nuevo mandatario argentino, a pesar de que al
llegar al Vaticano permitió en el acontecimiento que el Macri intendente
estuviera una línea de sillas más adelante que la propia Cristina presidenta.
Una informalidad diplomática que hoy no toleraría un embajador entorchado como
Rogelio Pfirter, de formación rigurosa pero apegado a los símbolos del siglo
XIX. Macri, entonces, quien se insinuaba como candidato opositor, dispuso
inesperadamente de una llave vaticana: José María del Corral, funcionario suyo
en el área de Educación porteña, cargo que logró por alguna versación y cierta
sugerencia del obispado de Bergoglio, quien entusiasmado se había largado a
Roma apenas conocida la noticia del advenimiento y, desde entonces, quedó a la
vera del Papa. Como en Buenos Aires, casi un protegido. Pero luego sucedieron
controversias y hasta la suspicacia de que Francisco apostaba a otro caballo en
la carrera electoral, una víctima más de las encuestas (a propósito de
“caballos”, algún lamento e inquietud habrá en Roma por la intervención
judicial a un importante gremio que solía ser generoso con las obras vaticanas).
Además de cierta preferencia por Daniel Scioli, como se sabe, ciertos viajeros
atizaban críticas a conductas anteriores de Macri, relaciones o negocios
medianamente ciertos, influencias en suma que lograron su objetivo: trastienda
del confesionario. Como en el caso de Alfonso Prat-Gay, a quien se suponía un
aspirante de hierro a cierto cargo para ordenar las non sanctas finanzas de la
Iglesia Católica y que fue demolido por el chismorreo de asiduos y confiables
visitantes del Santo Padre, esos que hasta pernoctan en su cercanía y
coleccionan millas por cruzar tanto el Atlántico. En esa sorda disputa,
Francisco no tuvo un gesto de cortesía con Macri ni cuando éste ganó la Rosada;
se amparó en un protocolo como excusa cuando él se ha permitido más de un
desafuero personal, como enviarle una carta al presidente de China a través de
un mensajero propio (el politicólogo peronista Ricardo Romano). Deben dominar,
en ocasiones, ciertas características humanas, aun en esos máximos elegidos,
como nunca olvidar ni perdonar a Sergio Massa por alguna afrenta pasada que
impulsó el matrimonio Kirchner y bajo el hábito argentino de condenar más al
verdugo que al autor intelectual. Es lo que tal vez, algún día, digan Boudou o
Jaime. Tampoco, en sus porfías con el peronismo interior que lo acucia desde
adolescente, parece propenso a cierta simpatía por José Manuel de la Sota).
Habrá hoy, por
supuesto, catilinarias de Bergoglio como las cuatro de Cicerón, en nombre de la
paz social y el terror reverencial –y hasta comprensible– a episodios de
violencia, a los “baños de sangre” que tanto temía ya en tiempos de Cristina
como si la Historia se repitiera en círculo. También, claro, alguna referencia
despectiva al libre mercado que presuntamente navega en las venas de Macri y que,
en los últimos tiempos, genera más reparos en la Iglesia que el nazismo o el
comunismo en otras épocas. Se alineará el Presidente a los designios del Papa,
como corresponde a su función, seguramente se anotará en alguna contribución al
drama de los refugiados que sólo de Siria, y en Turquía, suman más de dos
millones. Tanto Macri como su corte han hecho un curso acelerado sobre el tema,
como de otras cuestiones internacionales por la índole de visitantes que ahora
frecuentan. Y tal vez él mismo le confiese a su contertulio religioso parte de
lo que le ofrecerá al país el próximo 1º de marzo, en su discurso en el
Congreso, con la curiosidad de que para entonces los intereses del Papa pueden
coincidir con los de su irritante objetor, Jaime Duran Barba, el consejero del
ingeniero: no hacer ola con la administración anterior, no exagerar con el
castigo al enemigo vencido, hablar del futuro más que del pasado, evitar
cuestionamiento a la naturaleza moral del kirchnerismo –reservándole esa tarea
improbable a la Justicia que designó el propio kirchnerismo–, esquivar la
tempestad en vez de ingresar en ella. Abundan las citas y ejemplos para esta
teoría.
Quien más aguarda ese
mensaje, sin embargo, es una ausente física del cónclave, Cristina del Sur. No
habla (con el costo personal que eso significa para quienes la rodean), se
contiene, cierra los puños, apenas si reenvía párrafos de Kicillof como si
fuera su gurú de vida, olvidándose de que antes tuvo gurúes de ese tipo
llamados Lavagna, Prat-Gay o Lousteau. Se prepara para responder, acumula
energías, se burla del cartoon de ciertos ministros macristas, como si no
hubieran ocurrido en su gobierno y parece inquietarse por el cinturón gástrico
que se cierne sobre sus causas judiciales, el que metafóricamente en algunos
casos produce milagros –lo puede recomendar una gobernadora en actividad– y, en
otros, rotundos fracasos. Espera el supermartes de Macri de la semana entrante,
el anunciado discurso, la ocasión para replicar y volver a jugar. Que es una
forma de hablar.
0 comments :
Publicar un comentario