La reunión de Macri con el sindicalismo está
sobrevaluada. Paritarias al sol del nuevo poder.
Por Roberto García |
Para una gran mayoría de
argentinos, lo obvio se vuelve extraordinario. De repente. Convierte episodios
comunes, casi rutinarios como dormir o comer, en portentos de la naturaleza,en
fenómenos inéditos. Con esa felicidad inesperada hay que interpretar el
“diálogo” que propicia el Gobierno, la “búsqueda de consensos” , un
“sistema estadístico” o la osadía de Mauricio
Macri por incluir en su repertorio la palabra “inflación”.
Puede continuar la lista de obviedades sobre las que se habla y consume, aunque
escaso sentido tiene enumerar acontecimientos normales, inevitables, a menos
que se los compare con las forzadas rarezas de la última década kirchnerista.
Con un rezago terco que la memoria no olvida. Ese estado de ánimo único también
rodeó, claro, el último encuentro entre dirigentes sindicales de la CGT &
Cía. y el Presidente, uno entusiasmado en testimoniar en una placa su voluntad
de conciliación mientras gana tiempo para la situación de crisis, los otros
inquietos para no hundirse con la economía en picada y, de paso, recuperar
fondos (o bonos) que el Estado retiene de las organizaciones gremiales. De ahí
que, al salir del cónclave, cualquiera de los invitados podía utilizar una
frase de simpático cinismo que circula en los ambientes políticos: “Quiero que
le vaya bien a Macri, porque de ese modo nos irá bien a todos”. Así también
pasa el tiempo.
El estandarte de ese
pregón le cabe a Hugo Moyano, a quien le cuesta ocultar su
espíritu colaboracionista (el mismo de los otros contertulios sindicales),
rasgo que habrá de transformarlo en un criticado Augusto Vandor para la
escuelita primaria de los cámporas, quienes recuerdan con desdén a ese líder
asesinado por las formaciones especiales antes de los 70. Ignorando tal vez
que, al revés de Moyano, Vandor vivía en una pieza con otros dos compañeros
cuando ya era clave en el gremio metalúrgico, y cuando viajaba a Madrid el
equipaje a veces era un paquete de ropa envuelto en papel de diario y atado con
piolines. Mucho más manifiesta es la inclinación de Moyano por Macri que la de
Vandor por Onganía y Lanusse, hasta lo confesó antes de entrar al decir “ni
a Menem le hicimos un paro cuando empezó su gobierno”, como si fuera una
actitud histórica de su conducta. Pareció olvidarse en esa reseña de que a su
amigo Néstor Kirchner sí le organizó huelgas apenas empezó la administración
debido a que el santacruceño no cumplió algunas promesas tangibles que les
había comprometido a contribuyentes de su campaña, como Moyano. No le cedió a
Moyano la Secretaría de Transporte, y ocupó el cargo con alguien de su
confianza (Ricardo Jaime),
y hasta empresas cercanas al sindicalista se quedaron sin subsidios. Una
traición, empezaron los paros y Kirchner no aguantó un round: le entregó a
Moyano el segundo de la Secretaría, y desde entonces se hicieron compinches
públicos hasta aquella agitada discusión telefónica –de la cual Cristina y su
hijo parecen no olvidarse más–, unas horas antes de la muerte del ex
mandatario.
De la media docena de
gremialistas convocados a la Casa Rosada,
para Macri hoy Moyano es la pieza central. Lo cultivó en la Ciudad con
generosidad en los contratos y lo exhibió, apenas elegido, al invitarlo a una
reunión. Fue el camionero, como si fuera del Pro, a un festejo sólo con su
comité gremial, en abierto desprecio al resto del sindicalismo. Para él, esa
preferencia es una sociedad compatible, semejante, a la que tuvo con los
Kirchner. Ese idilio –hasta matizado por el disgusto común que exhiben contra Marcelo
Tinelli para que éste no vaya a la AFA– tropezó con el
desenfado característico de Moyano, quien reiteró la misma pretensión de cargos
en Transporte como en tiempos de Kirchner (y con el mismo especialista en el
rubro, Guillermo López del Punta), amén de otras prioridades. Fracaso
en apariencia y con malestar: lo indigna ver a un ciclista como Guillermo
Dietrich al frente del Ministerio, un bípedo contra las cuatro ruedas. Tampoco
prosperó en impedir que Jorge Triaca llegara a Trabajo, aunque antes bloqueó la
designación de un cordobés (Lawson) ahora reciclado en un organismo público. Si
hasta amagó con descortesías al defender los discos de vinilo sobre la música
digital, la única forma de entender la huelga de su sindicato porque el Banco
Central amagó no transportar papeles contables y hacer circular la información
por internet. No llegó a mayores su disidencia, ciertas convenciones económicas
se mantienen. Triaca lo fue a visitar a uno de los departamentos de Moyano en
Barracas –igual que Julio De Vido en otros tiempos– y él mismo se reunió en
presunto secreto con Macri en Olivos. No había sorpresas imaginables para la
cumbre de anteayer, el guión había sido sellado.
Más o menos convenido, la paritaria a
iniciarse será parcial –como ya ocurrió con otros gremios el año
pasado–, no durará más de cinco meses, podría bordear menos de 30% de aumento,
y se rectificará luego según los índices del costo de vida. Moyano saca ventaja
con la modificación de las escalas del impuesto a las ganancias, ya que a sus
trabajadores –y a los de otros sindicatos– les proporcionará un adicional de 2
o 3%. Esa corrección poco le vale al gremio de Antonio Caló, el de Cristina,
uno de los que curiosamente percibe ingresos más bajos. También obtendrá Moyano
satisfacción con el salario familiar, cuestión que lo obsesiona desde la muerte
de uno de sus hijos y que repite emocionadamente cada vez que le toca
mencionarlo.
Ahora vendrán debates
técnicos sobre este proceso y, especialmente, sobre la devolución a los gremios
de fondos pendientes de las obras sociales. Fue Armando Cavalieri
quien expuso sobre el tema, quejoso por el dinero que les arrebata el Estado y
debido a que deben socorrer cada vez más adherentes a sus sistemas de salud sin
el apropiado sustento económico. Hasta Macri parecía enternecido, y –no
olvidarlo– parece que evitó convocar a quien le había entregado la
responsabilidad de la devolución a las obras sociales: José Luis Lingeri (Aguas
y Cloro). No invitaron a otros, la lista la hizo Moyano. Se olvidó de los
decisivos gremios de la Energía, hoy quizás los más afectados por un eventual
desempleo y, adrede seguramente, borró a la CTA para darle una golosina a Caló.
El resto de los presentes asentía. Ansiosos por las migajas y felices de
pertenecer, se hacen cargo de un viejo dicho futbolístico protagonizado por un
negro defensor oriental que, desafiando a la multitud que bramaba en el
Maracaná por el triunfo de Brasil, en el Mundial del 50 que consagró a Uruguay,
les dijo a sus compañeros mientras llevaba tranquilo la pelota bajo su brazo:
“Los de afuera son de palo”.
© Perfil
0 comments :
Publicar un comentario