Por Esteban Peicovich |
Lo primero que hice este año para poder apreciar cómo es que
nos va, fue operarme de la vista. Venía de estar cojo de un ojo (el izquierdo)
y el servicial derecho, abrumado por ser lazarillo del otro, languidecía
sitiado por una capa de niebla mantecosa. Opté, entonces, por tomar mi vehículo
ligero (el bastón), acostarme bajo el láser y dejar que el doctor Martín
Charles despejara la añosa tela que me tenía a medio mirar.
-“Catarata” es una metáfora.—dije. Hasta la ciencia poetiza…
-Es como una nube…
Otra metáfora. Ya con flamante provisión de luz volví al
mundo con más foco que Polifemo. Tanto, que alcanzo a ver a las hormigas cuando
se besan sobre el pasto. Mejoró todo. Espero que ceda ahora mi catarata
retórica y mejore mi escritura. Que pase del “cómo me veo” al “cómo nos veo”.
Lo intentaré, pero con recaudo. Beatriz Sarlo, que posee cien ojos, afirma
desde su aguda visión de mosca que el nuevo gobierno no tiene política. Los
míos restaurados (dos) no lo ven así. Habrá que esperar para julio la tendencia.
Y para diciembre, el primer acto de la tetralogía Pro. Mi pálpito se apoya en
un signo que arrastra a todos los demás. Mi platense bisnieta Clara no tendrá
como gobernador a Aníbal Fernández. Fue por poco, pero la historia suele
divertirse así con nosotros.
La historia avanza, recula o patina, pero lo suyo, cada
tanto, es sorprender. Fue ese insufrible ritmo el que nos hizo pasar del
agotado y chapucero 2015 a este 2016 ingenieril y sobrio. Tan simple como hacer
clic, saltamos de un pasado erizo a un presente humano. ¿Y de qué modo?
Mediante un chiste de aún difusa ideología: el macribudismo. ¿Qué promete?
Serenidad interior (pobreza cero, corrupción cero, narco cero) y la no
violencia. Para ésta última recurre al aplauso de la mano sola. No enfrenta: aplaca.
Toma el camino del medio, como guiaba Buda. Salvo puntuales focos ya es notorio
que resalta la tendencia a calmarse. La única frontera caliente se reduce a un
despacho del Congreso en donde se come pizza y se sostiene a Máximo K. El
pregnante estilo Gautama se extiende a todo el país y copó incluso al jadeante
Patio de las Palmeras y otros espacios de la Casa Rosada. ¿Qué un perro fue
sentado en el sillón de Bernardino? Sí, una tontería. Hubo cosas peores: lo
tuvo a mano López Rega.
A vuelo de pájaro, evalúo así: media Argentina asiste y
aprueba, un cuarto de ella duda y el otro cuarto se sube por las paredes. Es
sensación individual, no una encuesta. El desgobierno de CFK al que se le
atribuían virtudes políticas fue suplantado por un equipo de rugby salido de la
Facultad de Ingeniería. Y les dio por practicar un centrismo que a los
sensibles argentos, de mórbida adicción a los extremos, les cae, por lo menos,
curioso. Son funcionarios de alta gama (un Capitanich, un Moreno son
impensables en esta formación) y mientras se sigan jugando por reconquistar el
sentido común igualitario, merecen se les tenga confianza.
Este temerario salto mortal ya consumió 57 días y lo cierto
es que pese a los malos augurios el experimento mantiene un curso vibrante. De riesgo,
pero no temerario. Es como si estuvieran obligados a lograr la excelencia
porque de lo contrario se vendría la noche para ellos también.
¿Es la apreciación de un ingenuo? Sí, puede ser. Por lo
general, mi mirada política es salvaje. No se salva nadie: ni aún yo mismo de
imaginarme en el poder. Mi invalidez la contagié de una pancarta de Macedonio
“Un vivir sin gobierno” y de una melancólica utopía de Borges: “Tal vez llegue
un tiempo en que merezcamos no tener gobierno”. Ambas derivan de la muy cacareada
“Cada pueblo tiene el gobierno que se merece” que balbucimos cuando no tenemos
nada que decir sobre la política. Los italianos son más planos. Haya inflación
o llueva dicen lo mismo: “Porco governo”. ¿También lo será el de Macri y sus
motivados discípulos? ¿Son neoliberales con piel de cordero? ¿Los ejecutores de
un embeleco USA para neutralizar la pureza revolucionaria de Boudou o
Sabatella? No sé. Sólo van 57 días.
La buena noticia de este año, entonces, no es que todavía no
sé bien qué está pasando sino que, al menos, sea lo que sea podré verlo con
ojos restaurados. Por ahora sólo puedo atisbar que el tsunami K ha descendido y
que unos frugales monjes macribudistas se despiertan a las 5 y laburan todo el
día sonriendo como el Dalai Lama.
Espero que atiendan las últimas palabras que dijo Julio
Verne al morir: “Sed buenos”.
Gracias.
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