Se difunden señales positivas y se trata de esconder lo
negativo. Los encuentros secretos de Patricia Bullrich
con César Milani.
Por Roberto García |
Dos hemisferios opuestos caracterizan al gobierno Macri. Sur
y Norte, izquierdo y derecho (ideologías aparte), uno más inteligente que el
otro.
Asimétricos. Como la geografía o el cerebro.
Uno auspicioso, el otro
inquietante. Basta ver las señales de esa foto dividida:
1) Una parte ofrece la llegada de Obama, encauza una
relación con EE.UU. suspendida durante diez años por caprichos viscerales.
Nadie sabe cuánto beneficia este contacto, sí se sabe sobre la inutilidad de no
tenerlo.
2) Primera visita oficial del ingeniero al Papa,
amistosa, luego de un tránsito ríspido
en los últimos meses con menoscabo de Francisco hacia Macri (ni lo saludó por
la victoria), al revés de su cercanía a
Cristina. No está claro cuál era el reproche (se habla de observaciones sobre
presunta venalidad administrativa), el que no parecía existir cuando su
preferido, Del Corral (hoy a cargo del formidable proyecto de las Scholas),
estaba designado en el gobierno porteño. Queda pendiente una demanda vaticana
por la situación de Milagro Sala, que se testimonió no tanto por el envío de un
rosario bendecido, habitual de la profesión, sino por el reclamo del cura
Lozano sobre los magistrados que ordenaron encarcelarla. Igual conviene
entender una conducta con la cuestionada jefa social de Jujuy: desde hace
varias décadas, la Compañía de Jesús –a la cual el Pontífice adhiere– fijó la
necesidad de que la Iglesia se mimetice con los olvidados pueblos indígenas,
como lo acaba de hacer Bergoglio en su peregrinación por Chiapas.
3) Un eventual acuerdo con los acreedores para vivir de
prestado un tiempo, imprescindible aporte –dicen– para enjugar y sostener la
nueva política económica.
4) La colaboración sindical (si la fe mueve montañas, los
fondos de las obras sociales mueven cordilleras), expresada hasta por los
acólitos del gobierno anterior.
5) Un consenso parlamentario que le permitirá proveer leyes
que parecían inviables de modificar (el fin del cerrojo, por ejemplo). Un marzo
antológico de acuerdo a la opinión del
Gobierno, en comparación con otros marzos insustanciales de los últimos
diez años. Aun así este hemisferio favorable no puede precisar si Macri, en su
discurso del 1º de marzo, desnudará la herencia recibida de Cristina como le
ruegan sus socios del radicalismo o, al mejor estilo mandeliano, tratará de
entusiasmar a los ciudadanos con un mensaje motivacional, como el de los DT
antes de que sus jugadores salgan a la cancha.
Bipolar. La otra parte de la esfera, más cotidiana, se
exhibe complicada:
a) Se volvió un azote la inflación, tanto que variaron el
discurso monetario y hasta amenazaron con castigar a los empresarios
aprovechados. Una sinonimia de Guillermo Moreno.
b) Se aseguró que los aumentos salariales empezarían siempre
con el número 2 y anunciaron una paritaria docente que comienza con 4.
c) Se hizo un festival con el cambio de Ganancias semejante
a la creación del aguinaldo, cuando en verdad se olvidaron de los autónomos y
de las escalas, la reforma es incompleta sometida a la inflación y está a la
espera de una nueva ley que corrija realmente los tributos del trabajo. Como
dicen los críticos, “si votaste globos, recibirás globos”.
d) Se despertó un litigio imprevisto en el Indec, se
ausentaron las responsabilidades –como en otros episodios– y el futuro
estadístico aparece, por lo menos, sospechoso. De nuevo.
e) La Casa Rosada y los gobernadores ensayaron un protocolo
para prevenir piquetes y cortes, complejidad social que ya se había producido
(como los últimos, instigados por grupos cristinistas a favor de la liberación
de Milagro Sala) y obligó a convertir a Patricia Bullrich en una dama de hierro
local sosteniendo que esas protestas en el futuro no durarán ni cinco minutos.
Debe estar convencida: no sólo hizo acuerdos con otras administraciones.
También se reunió –más de una vez– con
el cuestionado general de Cristina, César Milani, que dispondría de una
capacidad de inteligencia para este tipo de avatares violentos, cuyo objetivo
parece superar la queja: más bien persigue provocar represión, eventualmente
víctimas, sobre las cuales comienza otro discurso, mientras se entierra el de
la corrupción, que apareció luego de la marea. Más viejo que las canas.
f) Sacudió a Macri, también, la tenue crítica de sus socios
políticos. De Carrió a los radicales. Unos reclamando medidas más generosas y
otros, cargos, amén de cuestionar a funcionarios caros al corazón del
mandatario. Hubo encuentros semipúblicos, favores, acuerdos y recuerdos: fueron
parte de la UCR tanto como el peronismo duhaldista los que contribuyeron a la
fragmentación y disminución del gobierno de De la Rúa.
Y, como en tiempos de De la Rúa, hay una insistencia por dar
e inflar las buenas noticias que anidan en un hemisferio y, en lo posible,
distraerse de las que pueblan el otro. No le sirvió a la Cristina que dilapidó
el poder, que no escuchó ni siquiera a los que permitía visitarla. Como el caso
de Mario Ishii, quien antes de las elecciones le pidió que escribiese una carta
a los argentinos, que reconociera errores, la voluntad de enmendarlos y
consagrar para ese ejercicio a Daniel Scioli. “¿Una carta? Qué viejo estás,
Mario. Eso ya no existe. Si querés hacelo vos”, espetó la dama. Todos saben
que, luego, Cristina perdió las elecciones y que Ishii, con la misma bandera
partidaria, ganó con comodidad en su
distrito, que resistió a la ola amarilla bonaerense.
El que quiera escuchar, que oiga.
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