Por Jorge Fernández Díaz |
El intendente se confiesa. Luego avisa, por las dudas, que
la conversación es en estricta reserva: no quiere disgustos anticipados con sus
pares. Milita en el kirchnerismo bonaerense, y cuando visita una colonia de
vacaciones para seis mil chicos recibe una ovación. Es una estrella entre esos
pibes de barrios humildes, que lo llaman por su apodo de campaña. Advierte, sin
embargo, que ellos le preguntan si lo conoce al Presidente.
Creen que ese
dirigente del Frente para la Victoria es también amigo del jefe del Estado.
"Aguante, Macri, loco", le gritan una y otra vez. El intendente se
confiesa: "Está pasando algo nuevo, y nosotros no lo vimos venir. Si el
peronismo no se despierta, estamos perdidos".
La escena hace juego con otras que se suceden en los barrios
más caros de la zona metropolitana: allí muchos hijos de la clase media acomodada
les levantan el dedo a las empleadas domésticas, y les advierten que deben
borrar sus sonrisas esperanzadas porque el gobierno que votaron las viene a
hundir. Las señoras viven en zonas carenciadas, en la vida real, donde no se
habla de micromilitancia fashion sino de inseguridad y narcotráfico, punteros
corruptos y ausencia de cloacas. Algunos de esos muchachos de la pequeña
burguesía se pliegan al psicodrama de las plazas permanentes: "¿Qué tenés
que hacer el jueves? Nos encontramos para protestar, y después nos vamos a
tomar algo, ¿venís?". Es una fiesta entretenida, como el picnic trotskista
del Día de la Primavera, aunque con menos dignidad. Parecen una nueva versión
de la izquierda caviar de Palermo Hollywood. Que santifica a notorios integrantes
de la Patria Socialista, como Moreno, De Vido y Aníbal, o a piantavotos de
nota, como Axel, Larroque, Rossi y Sabbatella. La nueva "resistencia
peronista" es protagonizada por nenes de mamá que nunca corrieron riesgos
y que, como dice Julio Bárbaro, jamás agarraron una brocha.
Momentáneamente, este descalce entre kirchneristas
ejecutivos, peronistas serios, micromilitantes de parque y votantes populares
favorece a Cambiemos y golpea a La Pasionaria de El Calafate, cuya imagen cayó
diez puntos desde octubre. No obstante, la situación puede modificarse, los
desperdigados unirse, los muertos vivos resucitar y el clima enrarecerse si la
economía no logra dar signos vitales.
Alfonso Prat-Gay, que triunfó con el levantamiento del cepo,
fracasó en su intención de que los empresarios bajaran los precios: según
Poliarquía, la gente daba por descontada esta estampida, por ahora la asimiló,
pero la alarmante inflación, las tensas paritarias y la amarga suba de tarifas
amenazarán en breve a un ministro que es acusado por el cristinismo de
propiciar un ajuste salvaje y por la ortodoxia de no hacer un ajuste severo. El
asunto se complica porque los números en el Parlamento son muy delgaditos, y
allí se llevará a cabo la gran batalla.
¿Posee Cambiemos un robusto plan político para ese
compromiso crucial? ¿Tiene Macri un cerebro negociador que le garantice el
triunfo? Hay muchas dudas. El cristinismo intransigente cuenta con 62
legisladores en las dos cámaras; el resto son peronistas lábiles en busca de su
destino. Cambiemos tiene esperanza en estos últimos, cuyos referentes se
sentaron ayer en San Juan para revisar su estrategia frente a Macri y también
frente a Cristina. Ese cardumen es profundamente exitista y se estremece en
secreto ante al repunte de Sergio Massa, que tiene 62% de imagen positiva y es
hoy el peronista mejor valorado. Logró esa hazaña por el simple método de
vampirizar la energía de los primeros tiempos. La Gran Menem. Que consistió en
colaborar con Alfonsín cuando se encontraba en su apogeo y en distanciarse
cuando comenzó su declinación. Radicalizarse contra la celebridad del año suele
ser mal negocio; pegarse a su aura exitosa a veces es más rentable. El problema
del peronismo consiste en que se quedó sin líderes claros, perdió su bastión
histórico, no maneja más la caja central, mucha de su propia clientela
electoral le abrió un crédito a Macri, no sabe jugar a la oposición y está bajo
sospecha de toda la comunidad democrática, dada su venenosa costumbre de
enloquecer a los gobiernos que no cantan la marchita: ninguno de ellos logró
terminar en tiempo y forma su mandato.
La gestión macrista, por su parte, comete errores de
amateurismo e imprudencia; obsesionada por mostrar fortaleza a veces se
kirchneriza un poco y muerde la banquina. A pesar de eso conviene siempre
recordar su misión, que no es ideológica. Macri es un ingeniero con el mandato
de construir un puente. Una plataforma para salir de esa republiqueta aislada
con partido hegemónico y alta ineficiencia gestionaria, y llevarnos a un país
normal. Es posible que si el puente resiste y los saboteadores no logran
volarlo, Macri ni siquiera tenga un lugar en el futuro teatro, donde habrá tal
vez un peronismo republicano, sumado a nuevos partidos de centroderecha y
centroizquierda.
Aquí no importa, por lo tanto, el hombre sino la obra. Y
bajo esa óptica instrumental deben leerse los movimientos internacionales de
esta semana. Que para el cristinismo se traducen de la siguiente manera:
entregaron nuestras finanzas al FMI, la patria a los buitres, las Malvinas a
Gran Bretaña, la autonomía a Estados Unidos y la bandera al imperialismo
europeo; entramos en una orgía neoliberal.
La progresía no asocia neoliberalismo con la fracasada fase
peronista del Consenso de Washington, sino directamente con Occidente. La meca
del antineoliberalismo vendría a ser entonces solo una: Venezuela, que tiene
250% de inflación, desabastecimiento dramático, y donde impera el mayor costo
de vida del planeta; se necesitan nueve sueldos básicos para pagar la canasta
familiar. Hasta Rafael Correa aceptó la auditoría del Fondo, como ya lo habían
hecho Evo, Mujica, Bachelet y Dilma. En realidad, sólo el paraíso bolivariano,
Somalia, Eritrea, Siria y República Centroafricana no habilitan esa revisión,
que ya hace rato dejó de significar subordinación; ahora es una mera credencial
para formar parte del mundo. Cristina Kirchner no podía entrar allí porque adulteraba
los números y porque el discurso patriotero se lo impedía. Hace también muchos
años que Estados Unidos dejó de inmiscuirse decisivamente en América latina, y
que mantener una buena relación con la nación más poderosa de la Tierra está al
tope de la agenda de cualquier mandatario de la región, sea cual fuere su
ideario. En este caso, un deshielo es acuciante, puesto que la Argentina se
encuentra en default y en rebeldía, gracias a que el anterior gobierno dejó
abierto el flanco con los holdouts,
permitió que le ganaran dos veces un juicio, y aumentó de hecho la deuda, que
ahora es mucho más gravosa por la acumulación de intereses.
Si no se soluciona este otro cepo no habrá inversiones para
nuestro país, que precisa de toda la ayuda geopolítica posible, incluso la que
pueda ofrecerle Inglaterra, una de las potencias decisivas: poner las islas
bajo un paraguas diplomático y llegar a nuevos entendimientos comerciales
parece parte del sentido común, sobre todo después de diez años de griterío
demagógico e inconducente. No hay dogma en todas estas decisiones, sino mero
pragmatismo de ingeniero. Al cierre de esta edición, las grandes mayorías lo
acompañaban en el diseño del puente; habrá que ver si los idus de marzo no lo
desvían. Porque las bombas sembradas comienzan a explotar.
0 comments :
Publicar un comentario