En aras de recuperar
autonomía y poder de fuego frente a eventuales oscilaciones bruscas del
mercado.
Por J. Valeriano Colque (*) |
Aunque es temprano para balances definitivos, la economía
está mostrando que puede funcionar sin grandes sobresaltos en la era poscepo,
lo cual a su vez ayuda para cimentar la confianza, un ingrediente clave en el
nuevo esquema. Es cierto que el Gobierno tomó reaseguros cuando anunció el fin
de las restricciones al cambio y al comercio exterior, ya que endureció en
forma significativa la política monetaria y demoró a los importadores la
posibilidad del acceso pleno a las divisas.
Fueron tareas, además, que una vez vencida la resistencia de
las anteriores autoridades del Banco Central, pudieron ser implementadas
mediante decretos y resoluciones del Ejecutivo, sin depender de acuerdos
parlamentarios. Para que el plan adquiera consistencia temporal, los próximos
pasos deberán atravesar un terreno de mayor complejidad política, ya que el recorte
de subsidios a las tarifas de gas y de electricidad deberá ser tan profundo
como para comenzar a revertir el abultadísimo déficit fiscal, pero tan
quirúrgico como para no afectar a las capas más vulnerables de la sociedad,
mientras que el pacto social que se busca forjar necesitará de avances
simultáneos en el Congreso, donde el Gobierno está en minoría. Es allí donde
está la llave para resolver el tema de los “fondos buitre”, clave para reabrir
el acceso del Tesoro argentino a préstamos externos y dejar de depender de la
emisión monetaria (de la inflación, en definitiva) para el financiamiento del
déficit fiscal.
El mercado cambiario cerró el 2015 en calma, lejos del
apocalipsis que los defensores del cepo auguraban. Cierto es que en parte esto
se debe al garrote de la tasa de interés, que supera con creces a la inflación
en los préstamos de corto plazo a las Pyme, lo que tiene un componente recesivo
que no debe ser ignorado. De hecho, la demanda de crédito está cayendo mientras
engordan los depósitos a plazo fijo. Mientras tanto, el Banco Central busca
evitar sorpresas desagradables en el futuro, y ya logró que el Tesoro nacional
le entregara bonos por 16 mil millones de dólares (a cambio de transferencias
anteriores) que le servirán como colateral para acceder a líneas externas y así
reconstituir el menguado nivel de las reservas.
No hay que analizar estos movimientos con la lente de la
política económica anterior. No se trata de una “bicicleta financiera” para que
el Banco Central pueda ampliar su capacidad de financiamiento del déficit
fiscal, sino de un paso importante en aras de recuperar autonomía y poder de
fuego frente a eventuales oscilaciones bruscas del mercado.
Vías no
inflacionarias. Progresivamente, el problema del sector público deberá
comenzar a resolverse por vías no inflacionarias, de modo que el déficit deje
de ser un lastre para el crecimiento de la economía. Sin embargo, aunque ese
sea el objetivo de las nuevas autoridades, no hay todavía balizas que indiquen
con cierta precisión cuál será el ritmo y cuál el mix de instrumentos que
habrán de ser utilizados, aunque es posible que en los próximos días sean
anunciadas metas fiscales trimestrales, tanto para gastos como para ingresos.
Se prepara también un pacto social, un instrumento heterodoxo
para calmar expectativas en materia de precios y salarios. Pero lo primero que
habrán de preguntar los dirigentes empresariales y sindicales cuando se sienten
a esa mesa es por el andarivel de inflación futura que tienen en la cabeza los
funcionarios, y estos, a su vez, no podrán responder con expresiones de deseo.
Tendrán que justificarlos con números.
Vale decir, el pacto social no es ni puede ser el sustituto
de un presupuesto realista y suficientemente detallado en cuanto a su
financiamiento. ¿Cuál será el mix de emisión, de deuda interna y externa? Esto
dependerá también de la magnitud del “rojo” a cubrir. A su vez, no todas las
respuestas están en manos del Ejecutivo ya que la emisión de deuda externa está
supeditada a la cuestión de los “fondos buitre”, en la que tallarán los
acreedores, el juzgado de Griesa y también el Congreso por las leyes que habrá
que modificar.
Supuestos. Para
que el pacto social pueda utilizar como referencia los lineamientos que
suministre el Gobierno, habrá que asumir una serie de supuestos y compromisos,
no todos verificables en lo inmediato. De todos modos, sí sería muy útil
establecer un ranking de objetivos. Si todos los actores reconocen que la única
forma de lograr una economía sustentable pasa por el fortalecimiento del empleo
privado formal y esto se convierte en la prioridad, entonces será mucho más
fácil ordenar los criterios a aplicar ante cada disyuntiva.
Hoy la Argentina tiene sólo 18 empleos privados formales por
cada 100 habitantes y debería aspirar a duplicar ese guarismo en un lapso
razonable, objetivo perfectamente cumplible si se toma como referencia el caso
de Chile. Las familias que dependen parcial o totalmente del Estado (un 40 % de
la población) deberían ser las primeras interesadas, ya que no hay forma de que
los actuales contribuyentes puedan sostener tamaña desproporción.
Y si se piensa en inversiones privadas, surge el problema de
la energía y de la infraestructura en general, la necesidad de una mayor
conexión al mundo y a la región, dado que muchos proyectos potenciales son
eslabones de cadenas globales de valor. Ya se ha visto que el federalismo es la
mejor forma de abordar estos temas.
Y cuando se plantee la cuestión laboral no podrán ser
ignorados los convenios más modernos (Toyota, por ejemplo) en los que la
competitividad se logra en base a productividad, no a bajos salarios. También
la necesidad de reconocer la gran diferencia del costo de la canasta básica
entre el interior del país y los grandes centros urbanos, así como la
importancia de valorar los llamados “beneficios no salariales” (calidad de
vida, educación, salud, transportes), cuestiones en las que el Estado puede
jugar un rol activo.
Velocidad y dirección
¿Cómo empalmar el corto plazo con tales desafíos? Hay formas de ir más rápido o
más gradualmente en cuanto a la reducción del déficit fiscal y la emisión
monetaria. Pero la discusión central no es la velocidad, sino la dirección. No
debería olvidarse que los cepos fueron el subproducto de una política económica
que quedó a contramano del ciclo local e internacional, al intentar expandir el
nivel de actividad en base a una trayectoria insustentable del gasto público.
El consumo pudo ser sostenido un poco más, pero el PIB se estancó porque
aumentaron las presiones inflacionarias y cayeron las exportaciones y la
inversión.
Si la Argentina no hubiera comenzado a revertir la política
económica, no es difícil describir lo que podría haber sucedido: allí está
Brasil para mostrar las consecuencias de persistir en el rumbo equivocado, con
una contracción del PIB del 4 % anual y un dramático aumento del desempleo.
Esta analogía debe ser remarcada, porque los graves
desequilibrios que traía la economía no alcanzaron a hacer eclosión antes del
traspaso presidencial, como sí ocurrió en otras situaciones, en las que fue
visible para la población que la herencia incluía una pesada hipoteca.
Ahora, además, por razones políticas, el flamante gobierno
tampoco parece movilizado en blanquear esos pasivos aunque, al menos, debería
mostrar algunos de los casos que han transcendido entre especialistas,
vinculados con increíbles grados de despilfarro.
(*) Economista
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