La realidad lo obligó a salir de la buena onda
inicial y asumir que las primeras cien jornadas son claves.
Por Roberto García |
Empezó jovial Mauricio Macri,
distendido, orgulloso, en la estela oriental de la reflexión y la concordia de
su último ciclo, en la onda de la paz y el amor de los 70. Un estilo novedoso
para gobernar, aun en un país en crisis. Se apartó entonces del consejo
tradicional sobre los primeros cien días (lo que no se hace en ese período, no
se hace más), prefirió eludir cataclismos que auguraban en su cercanía,
cualquier mala noticia, revisiones y auditorías de la gestión anterior,
suspender eventuales medidas traumáticas (racionalizar), trasladar
modificaciones para marzo quizás, propiciar acuerdos de todo tipo y servirse
de la palabra “diálogo” como en la campaña utilizó el sambenito “cambio”.
Fue la propia María Eugenia
Vidal la única en atreverse a cuestionar lo que recibía en la
Provincia, aunque en simultáneo le advertía a su entorno: “No quiero sangrías”.
Sugerencias de gobierno y promoción que las mentas habituales le atribuyeron a
Jaime Duran Barba, quien también debe haber contribuido como régisseur al
montaje fotográfico y fílmico de casi todas las presentaciones, donde importaba
más la ubicación y las presencias sabiamente ubicadas que la propia
información. Más imagen que contenido, como si fuera un clon de Daniel
Scioli, una réplica del concepto: una foto vale más que cien frases. Copia
también de la ornamentación del relato cristinista y, por supuesto,
sin negar la eficacia de esa estrategia, un desprecio evidente por el
entendimiento popular durante el período de vacaciones: la gente ve la
pantalla, pero no escucha lo que se dice. No duró mucho el embeleco.
En un par de días se le
cayó a Macri el mundo kirchnerista encima, se crispó el proceso y hasta en el mismo
protagonista asomaron secuelas: taquicardias menores a controlar por un
cardiólogo. Ni pudo
reposar en el Sur, adonde le recomendaron recluirse con golf y
familia, ya que la obligación presidencial también requiere planear sobre una
zona inundada cuando ocurre una catástrofe como la del Litoral. Y fotos, claro.
No vaya a ser que se convierta en los Kirchner cuando se escondieron en la
tragedia de Cromañón.
Aparte de lo climático,
padeció las acciones humanas racionales de la Corte Suprema (no tomar
juramento a jueces designados por decreto) que menos racionalmente
puede explicar el fallo Sancor que benefició a tres provincias y, sobre todo,
la furiosa y efímeraacción
opositora que le bloqueó el presupuesto a Vidal en la Provincia.
Incluido el goteo diario que, desde El Calafate, la señora ex promueve contra
cualquier decisión de gobierno, tomada o a tomar, tal vez sujeta a temores
ciertos de que el aluvión judicial contra Ella en febrero parece inevitable.
Como el destape presunto del caso Nisman que, durante Cristina, pasó del
asesinato al suicidio y ahora parece alterarse de suicidio a asesinato.
Se había alertado Macri
por la cuestión económica: la salida del cepo, episodio prometido del cual se
congratula con alguna razón por sus derivaciones mínimas, aunque en la vidriera
quedó el ajuste en los precios de un dólar de 15 o 16 mientras el mercado lo
ubicaba en 13. Doble falla a corregir desde que el ministro Prat-Gay
confesó no saber a cuánto se transaría: cotización real
insuficiente para exportadores y ficticiamente alta en costo de vida para los
consumidores. También se inquietaba por la emergencia energética de
Aranguren y los cortes, una de las herencias más penosas que no se reveló en su
integridad –quizás lo haga la Justicia–, menos grave en los hechos de lo
intuido por la escasa actividad económica, detalle no menor a observar en el
futuro.
Penurias. Si no le explotó la atención en esos rubros,
supuestamente atendido por profesionales, sí en cambio atraviesa
penurias en áreas menos protegidas y dominadas: la seguridad. Allí
instaló, por ejemplo, a quien no se imaginaba para el cargo, Patricia Bullrich (más
bien, cedió a la presión de los que aconsejaron apartarla de Diputados para
mejorar la relación con los opositores), con exangüe experiencia en la materia,
mientras en el inhóspito distrito bonaerense surgían focos de inoperancia
policial con la fuga cinematográfica de tres criminales. Al margen de complicidades,
cuesta comparar la evasión del trío con las ingenierías que desarrollaron los
capos Escobar Gaviría o el Chapo Guzmán en sus lares, ya que partieron del
penal empujando un Fiat 128, con un revólver de madera, y deambulan con destino
incierto, a los tiros, arrancados de un film de décadas pasadas, como Thelma y
Louise.
Hubo más hechos,
incentivados o no, que afectaron la actitud paciente de Macri y su propia
salud, la necesidad de operar por sí mismo (ordenó: hay que sacar todo el país
recibido) y salirse de esa descripción de CEO que le traslada responsabilidades
a sus gerentes. No es lo mismo gobernar una ciudad con plata que un país sin
plata: volvió al esquema de los cien días, a hacer en ese período lo
que luego costará realizar.
De ahí la liquidación
de personal en el sector público, la búsqueda de
un socio como Sergio Massa (quien todavía cree que ganó la
elección), los cambios en las jefaturas no previstas de Seguridad y casi con
certeza militares (el general Sosa reemplazará a Condon en el Ejército), cierta
radicalización en las propuestas y modificaciones en iniciativas madre como el
pacto social. Al menos, por boca de Prat-Gay,
quien dijo: aceptan topes o se quedan sin trabajo –para
enardecer absurdamente a los sindicalistas ya postrados–, algo así como una
añosa clase de economía afirmando que se ajusta por precio o por cantidad. Como
si fuera necesaria esa docencia que complica la negociación de otros colegas y
que no manifestaba cuando militaba con Victoria Donda y Humberto Tumini, ni
cuando aspiraba a ser asesor del Papa en el Vaticano –quien odia a empresarios,
banqueros y propietarios–, cargo del que fue fulminado por un desconocido
interlocutor de Bergoglio.
Demasiados problemas en
treinta días, la presunción de
que en febrero se caldeará el ambiente y el conocimiento, ahora, de que se
deben soslayar las minas legadas por el kirchnerismo. Hay que evitar pisarlas
y, sobre todo, no levantar el pie si se comete el error de hacerlo.
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