sábado, 30 de enero de 2016

Macri y la Montaña Mágica

Por James Neilson
La Argentina de Mauricio Macri tiene poco en común con el país asustadizo, víctima predilecta de la maldad ajena, de su antecesora Cristina. 

El Presidente no cree que haya conspiradores poderosísimos en Washington o Londres que se dedican a frustrar los proyectos geniales del gobierno nacional por temor a que un día surja una gran potencia en el Cono Sur de América latina. 

Le parece evidente que los líderes de los países desarrollados quieran que la Argentina se recupere pronto de sus diversos males aunque sólo fuera porque les gustaría contar con un nuevo socio comercial importante, razón por la que valdría la pena colaborar con ellos. Fue de prever, pues, que al mirarse en el espejo de la política exterior, lo que ven los macristas es algo muy distinto del país asediado por enemigos implacables contra los cuales lucharon los kirchneristas.

Visto a través de los ojos de Cristina, el mundo es un lugar mayormente hostil, lleno de reaccionarios malignos que no entienden nada, en que sólo China, Venezuela, Cuba, Disneylandia y ciertas joyerías de Nueva York o Roma están a la altura de sus expectativas. En cambio, Macri da por descontado que la Argentina forma parte de la familia occidental y que por lo tanto debería tratar de aprovechar lo que, para él, no es motivo de vergüenza sino un privilegio valioso.

Davos es la aldea suiza en que Thomas Mann ubicó su gran novela, “La montaña mágica”, en la que, entre otras cosas, en vísperas de la Primera Guerra Mundial se enfrentaron un representante italiano de la racionalidad liberal y un militante de ideas contestatarias que, andando el tiempo, tendrían secuelas calamitosas. Se trata, pues, de una localidad apropiada para las “cumbres” que todos los años celebran políticos, empresarios y pensadores muy influyentes preocupados por lo que está sucediendo en el mundo.

Para alivio de los demás asistentes, a Macri no se le ocurrió intentar bajar línea o enseñar a sus homólogos europeos y asiáticos cómo manejar sus respectivos países o negocios. Antes bien, procuró impresionarlos hablándoles de las oportunidades que encontrarían en la Argentina. Reza para que dentro de muy poco comiencen a llover dólares, euros, yenes, rupias indias y –¿por qué no?– más yuanes chinos y, si aún quedan algunos, rublos rusos, ya que si tardan en llegar le sería necesario instrumentar la madre de todos los ajustes.

Con el propósito de forzarlo a hacer uso del famoso helicóptero al que aludió antes de irse ella misma en uno, Cristina dejó la caja vacía de todo salvo una cantidad fenomenal de pagarés de uno u otro tipo. Fue su forma heterodoxa de desendeudarse. Para atenuar las consecuencias del despilfarro del gobierno anterior, Macri espera que los líderes de las potencias económicas entiendan que sería de su interés geopolítico ayudarlo a rellenarla. ¿Es viable la estrategia –acaso la única, porque sería difícil concebir una alternativa mejor– adoptada por el gobierno de PRO que no quiere hacer trizas el gasto público? El que los yanquis ya hayan levantado el veto a los créditos multilaterales para la Argentina es una buena señal, pero el tiempo apura y, con la temporada de las paritarias a punto de empezar y los gobernadores provinciales peronistas mostrándole los dientes, la plata empieza a escasear.

Con cierta frecuencia, quienes no comulgaban con el evangelio K criticaron a Néstor Kirchner y su esposa por subordinar la política exterior a sus prioridades internas, provocando conflictos con Estados Unidos, Uruguay y otros países, además de los fondos “buitre” y el Fondo Monetario Internacional, porque sabían muy bien que atizar el nacionalismo rencoroso les resultaría provechoso. Con todo, si bien en este ámbito como en tantos otros la pareja patagónica exageraba, sucede que en todos los países la política exterior se basa más en factores subjetivos que en un análisis frío, presuntamente objetivo, de los pros y los contras de asumir posturas determinadas frente al resto del planeta. Las elegidas por los Kirchner no eran caprichosas. Bien que mal, suponer que el mundo no merece la Argentina y que hay que defender por los medios que fueran las sagradas esencias patrias contra lo foráneo es una arraigada tradición nacional que se remonta a los días de la colonia. Otra, la reivindicada por los macristas, es que Argentina es un país congénitamente occidental, que debe mucho a la Ilustración, y que negarlo es insensato.

Como el yin y el yang taoísta, se trata de dos corrientes que, en teoría, podrían ser complementarias –los países sin ningún sentir nacional suelen desintegrarse; los que, por un exceso de tal sentimiento se aíslan, casi siempre terminan mal–, pero que aquí se han mantenido tan separadas que pocos gobiernos han logrado reconciliarlas. Lo que es peor aún es que, por razones comprensibles, desde la primera mitad del siglo pasado el nacionalismo ha tendido a ser cada vez más autocompasivo, ya que sus cultores se habituarían a atribuir fracasos causados por la ineptitud de una clase política de instintos corporativos a la rapacidad de las potencias occidentales, de tal modo haciendo mucho más difíciles los intentos de remediarlos. Cristina llevó la propensión así supuesta a tal extremo que, al acercarse a su parte final la “epopeya” K, parecía resuelta a asegurar que el país pronto experimentara una catástrofe tan grave como la de tres lustros antes, tal vez por suponer que serviría para confirmar que, como nos había advertido, el mundo sí es un mamarracho que cada tanto se cae en pedazos sobre la cabeza de un pueblo inocente.

Macri y sus partidarios militan en otra tradición, la de los convencidos de que la Argentina debería asumir su condición occidental y poner fin cuanto antes a una rebelión inútil contra su propio destino, además, claro está, del capitalismo liberal y otras características consensuadas compartidas por virtualmente todos los países cuya cultura tiene sus orígenes en la antigüedad grecorromana. A la gente de PRO no la entusiasman para nada el indigenismo fantasioso o el tercermundismo retro de los kirchneristas y otros que siguen aferrándose al revisionismo literario de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Prefieren la visión de Jorge Luis Borges a la de polemistas como Arturo Jauretche. Por cierto, los macristas no se proponen ensañarse con Cristóbal Colón que, según los precolombinos imaginarios del nacionalismo vernáculo, entre ellos Cristina, fue un genocida nato que se las ingenió post mortem, desde el más allá, para arruinar a la Argentina.

Para el gobierno de Macri, es prioritario restaurar la relación con Estados Unidos que, para frustración de muchos, sigue siendo la única superpotencia y, tal y como se perfilan las cosas, no dejará de serlo por mucho tiempo más. También quiere reconciliarse con la otra potencia de raíces anglosajonas, el Reino Unido, que ocupa un lugar clave en el mundo de las finanzas internacionales. En Davos, las charlas amables de Macri y, no lo olvidemos, Sergio Massa, con el vicepresidente norteamericano Joe Biden y el primer ministro británico David Cameron, sirvieron para informarles que la Argentina está de regreso y quiere retomar el lugar que cree natural en el esquema mundial, el de un país aún débil que, siempre y cuando logre ponerse en forma, podría desempeñar un papel muy importante. Acaso no sea casual que la llegada al poder de PRO haya coincidido con el renacer de una pasión por el “fitness” que no se limita a la alta burguesía; puede que, como el repudio al derrotismo kirchnerista que se manifestó en las elecciones del año pasado, sea otro síntoma de los cambios que están produciéndose en el seno de la sociedad argentina.

A primera vista, la coyuntura internacional difícilmente podría ser menos propicia para un nuevo gobierno que aspira a “reinsertar” el país en el conjunto occidental luego de flirtear con la Venezuela chavista y, para perplejidad de muchos, la República Islámica de Irán. Estados Unidos está experimentando una crisis de confianza y la Unión Europea ídem, mientras que el mastodonte chino está haciéndose menos voraz, lo que ha privado a nuestro “socio estratégico”, Brasil y otros exportadores de materias primas de una fuente de ingresos que creían permanente, y el mundo musulmán está desgarrándose en conflictos feroces que amenazan con eternizarse.

Con todo, algunos macristas confían en que los desastres ajenos los ayudarán. En la actualidad, apenas hay “emergentes” considerados confiables, de suerte que inversores ambiciosos podrían decidir que, dadas las circunstancias, les convendría probar suerte en la Argentina. Por lo menos, así piensan algunos que señalan que el país parece estar relativamente libre de las patologías que afectan a tantos otros y que, bien manejado, podría disfrutar de muchos años de crecimiento económico vigoroso. ¿Una ilusión? Es posible, pero puede que la confianza manifestada por Macri y el ministro de Hacienda y Finanzas Alfonso Prat-Gay en Suiza contribuya a transformarla en una realidad: al fin y al cabo, magnates como aquellos que encontraron en Davos, empresarios que todos los días juegan con miles de millones de dólares, son tan proclives como el que más a dejarse influir por corazonadas.

© Revista Noticias

0 comments :

Publicar un comentario