Por Jorge Fernández Díaz |
El reto político del momento se parece un poco a la famosa
Cámara de Tortura China: Houdini era esposado boca abajo e introducido en una
caja llena de agua con el mandato de escapar o morir en menos de tres minutos.
El resultado electoral podría traducirse como una analogía de aquella
desesperación: la sociedad le encomendó a Cambiemos desactivar varias bombas de
relojería, pero al mismo tiempo lo ató de pies y manos.
El Estado fundido y el Estado mafioso, paridos con increíble
irresponsabilidad por los anteriores inquilinos del poder, regurgitan
amenazadoramente, pero Mauricio Macri no dispone de suficiente pulmón
parlamentario para conjurar el peligro y lograr una salida. Y corre el riesgo
de ahogarse si no entiende su papel histórico: ser el Presidente de una
transición entre un régimen rancio de partido único y un país normal con
acuerdos democráticos que tendrá en el futuro nuevos jugadores a izquierdas y
derechas. Ese puente imprescindible, dada la correlación de fuerzas, sólo podrá
cruzarse si el Gobierno y sus propios votantes comprenden que no existe la
menor alternativa a ejercer con plenitud y sin complejos el verbo
"negociar". Y que no podrán hacerlo desde una posición de debilidad
política: "Nunca negociemos desde el temor y nunca tengamos miedo de
negociar", aconsejaba JFK. Cuando para librarse de dos mil ñoquis y
destrabar el Senado, el oficialismo habilitó a Ricardo Echegaray (a cargo de la
AGN), sonaron las alarmas republicanas. Cuando se eligió no despedir a un
millón de empleados públicos (como piden algunos economistas) ni se fue
complaciente con sectores empresarios (a quienes se los amenazó con abrir la
importación), sonaron las chicharras neoliberales. Cuando se invitó a Davos a
Sergio Massa y se acordó un sistema de toma y daca con el kirchnerismo
bonaerense, el macrismo se estaba entregando a la corporación peronista. ¿Qué
creían que era el "arte de dialogar"? ¿Litros de saliva y café?
¿Prestar oreja como en terapia? No alcanza.
Desdichadamente, el Gobierno debe vérselas con quienes también
fueron votados por esta sociedad, que son los culpables del desaguisado, y debe
entrar en el intercambio de piezas que todo ajedrez precisa. Sin traicionar
principios fundamentales, sin ofrecer impunidad y sin caer en componendas
turbias como sucedió en el pasado, pero sabiendo que a veces se gana y a veces
se pierde. Me temo que las almas bellas deberán curarse del virus de la
escandalización automática y fortalecer sus estómagos, porque la dieta
argentina no da como para evitar tragarse algunos sapos. Ahora bien, si un
gobierno triunfa con esa praxis probablemente instale para las próximas décadas
la cultura de la negociación, antídoto seguro contra esa recurrente tendencia
argenta al monólogo autoritario.
El cristinismo sería entonces el máximo perjudicado de todo
el sistema. Su estrategia, hasta hora, consistió en pasar a la resistencia,
creyéndose el delirio conveniente de que nos encontramos en 1955. La ocurrencia
es producto cínico del duelo más doloroso; la idea según la cual Cambiemos
lleva a cabo una caza de brujas llama a la risa popular. Hace un año anunciaron
que abandonarían el gobierno pero nunca el poder, y luego ante la opinión
pública, sin el menor prurito, fueron conchabando a miles y miles de activistas
y amigos en las distintas reparticiones públicas, entrismo que tenía por objeto
vigilar y condicionar al próximo presidente constitucional, fuera Macri o
Scioli. Este procedimiento desfachatado, que en otro país hasta sería causal de
juicio político, produce a su vez un torbellino de protestas sociales, que
regocijan al cristinismo, y un culebrón lacrimógeno montado por burócratas que
se quejan de haber sido arrojados del "Estado all inclusive", paraíso
laboral que sin derecho a reclamo solventamos los contribuyentes.
Estos conflictos, con todo, no pasan de ser meras
turbulencias frente a la tormenta pendiente: la estabilización de la economía,
con inversiones y créditos que no llegarán pronto, una inflación que crece,
recortes del gasto muy complejos, una presión impositiva que no puede aumentar
y un acuerdo social que promete la pesadilla. En la intimidad, el peronismo
admite sin embargo que Alfonso Prat-Gay es un buen piloto, y espera que no se
lo trague la típica crisis de los primeros meses.
Un alto funcionario del primer gobierno kirchnerista, que
estuvo presente en la última conversación entre Néstor y Alfonso, recuerda que
Prat-Gay acudió a la Casa Rosada y durante veinte minutos lo corrió al entonces
presidente "por izquierda", cuestionándole la tasa de corte de la deuda
que se estaba negociando y demostrándole que era demasiado provechosa para el
mercado. Kirchner lo escuchó impertérrito y al final le dijo: "Alfonso,
vos sos un tipo de convicciones, pero yo también. Gracias por los servicios
prestados". El actual ministro se levantó, le dio la mano y se fue. Néstor
llamó a Martín Redrado.
El nostalgioso kirchnerista que narra esta escena, y que
pide anonimato, recuerda los conceptos que proclamaba el marido de Cristina:
"No hay que recalentar la economía porque se te descontrolan los precios
relativos. Si logramos superávits gemelos durante diez años, tenemos reservas y
el dólar sale de agenda". Su esposa pulverizó los superávits, licuó las
reservas y colocó al dólar en el centro del escenario. Tal vez no fuera
descabellado pensar que frente a la actual herencia Néstor Kirchner, más
pragmático que nadie, hubiera encarado el problema aproximadamente como lo está
haciendo Prat-Gay. Y como lo hacen, por estos mismos días, Dilma Rouseff, para
quien el ajuste fiscal es "prioridad número uno", y hasta la afligida
Alicia Kirchner en la quebrada Santa Cruz. Nivelar los números no es
reaccionario ni progresista; es un imperativo matemático que cualquier contador
honrado recomienda.
Los centros financieros del mundo se preguntan si el poder
de negociación de Macri será efectivo y si logrará la gobernabilidad. Las
noticias sobre el nivel del tráfico y sus ramificaciones institucionales
sembraron más dudas. La socióloga Laura Etcharren explica algo que saben en
Wall Street: la Argentina sigue el modelo narco de México. El año 2008 fue un
punto de inflexión: la efedrina consolidó los lazos oscuros entre estos dos
países y abrió el mercado de las drogas sintéticas, algo que terminó de
perforar el tejido social. 2014 fue el momento de la consagración narco en
nuestra nación, y 2015, el año de la consolidación de los distintos brazos
armados del crimen organizado, con fuerzas de seguridad atravesadas como nunca
por la corrupción. La provincia que gobernó Scioli tiene su mini Rosario: en
José C. Paz, San Miguel y Malvinas Argentina hay la misma cantidad de puntos de
drogas y bandas que en la castigada ciudad santafecina, dice Etcharren. El
perímetro Quilmes, Berazategui y Florencio Varela está contaminado por el
fenómeno, así como La Matanza y San Martín encabezan el PBI delictivo. Y
también preocupa mucho el llamado Círculo del Mal: Moreno, Morón y Merlo, donde
los narcos crecen a más velocidad que el hambre.
De todo esto el peronismo bonaerense no habla: Scioli
parlotea como una celebridad en las playas, Aníbal recibe el solitario apoyo de
Florencia Peña y Ottavis se pasea con Xipolitakis. Orondos y tostados, muy
lejos de la Cámara de Tortura China, donde se retuerce dramáticamente el
destino nacional.
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