Por Manuel Vicent |
Nadie, ni el maître ni los camareros vieron entrar a aquel
mendigo arrastrándose con la tripa pegada al suelo entre las mesas del restaurante.
Sucedió el uno de enero de 2016 durante el almuerzo.
Con una estrategia
calculada el mendigo logró colocarse de rodillas debajo de una mesa, preservado
de las miradas por las faldas del mantel.
La mesa fue ocupada por unos señores muy distinguidos, que
después de pedir un vino gran reserva empezaron a hablar de negocios mientras
esperaban dar buena cuenta de unas piernas de cordero, especialidad de la casa.
Feliz año nuevo, clamaban los señores juntando las copas en el aire.
Cuando el mendigo percibió por el olfato que las raciones de
cordero ya estaban servidas, decidió actuar.
Con sumo cuidado elevó una mano entre el mantel y la barriga
de uno de los comensales y orientado por el instinto llegó hasta su plato y con
toda la delicadeza le hurtó la pierna de lechal sin que el señor se
apercibiera, puesto que en ese momento estaba muy ocupado en demostrar que la
crisis económica había terminado.
El mendigo devoró la ración debajo de la mesa y después de
relamerse bien dejó con el mismo cuidado en el plato el hueso pelado. Otro
comensal propuso un brindis: ¡por la luz que ya se ve al final del túnel!-
exclamó con la copa en alto. ¡Salud!.
Esta alegría llena de carcajadas la aprovechó el mendigo
para hurtar y zamparse tranquilamente otra pierna de cordero.
Una vez saciado el mendigo se convirtió de nuevo en un
gusano y sin que nadie lo viera salió reptando con la tripa llena hacia la luz
del túnel que no era sino la luz de la puta calle.
Chocaban los vidrios en favor de los negocios redondos y
siguió la alegre sobremesa sobre todos los huesos pelados. Feliz año nuevo. Los
comensales abandonaron el local muy satisfechos no sin antes rogarle al maître
que felicitara de su parte al cocinero.
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