Por Germán Gegenschatz |
El periodismo, el empresariado, el sindicalismo, la
política, la burocracia estatal y los demás sectores de la vida nacional,
experimentan un sentimiento que puede describirse como “estado de adaptación”,
producido por la llegada al poder de un conjunto de personas que practican
otras formas de comunicar, de gestionar y de entender el poder y su rol en la
vida de la comunidad, un cambio cultural.
Es notorio como decae el interés por observar portadores de
formas comunicativas confrontativas. Brancatelli, Navarro, Víctor Hugo y otros
comunicadores del oficialismo pasado, de la noche a la mañana causan más risa
que interés y el reciclarse en nuevas formas de comunicar, con los mismos u
otros contenidos, es un tema de agenda para ellos, a riesgo de verse obligados
a ser las nuevas estrellas del canal Volver, o Volveremos.
La intimidad de las relaciones del empresariado con el poder
les permite realizar los ajustes más rápidamente. La redefinición de los subsidios
y los cambios de prioridades en obras de envergadura, como las represas de
Santa Cruz, entre otras medidas económicas, sugieren que la matriz de estas
relaciones podrán ser o no mejores, pero indudablemente tienen cambios que
afectan intereses y mecánicas de decisión distintas a las vigentes desde el
8/7/89 al 10/12/15, que viene a ser el largo periodo de dominancia peronista en
el poder, con un intervalo tan breve como insignificante.
Las estrategias sindicales de unirse para oponerse y de
dividirse para repartir ganancias en épocas de bonanza. Son dinámicas
sindicales que se observan desde 1983. Hasta la fecha no está claro que se
repita la unión sindical para oponerse como en épocas de Alfonsín, o dividirse
como con Menem y Cristina Fernández. El saldo de tanto tiempo de divisiones es
la existencia de sectores sindicales que tributan a formas de acción política
identificadas con grupos de presión, otros que buscan ser parte medular de las
decisiones políticas desde sus instituciones y los más jóvenes que también
quieren tener decisión pero optan por adentrarse en la arena de la “política”.
Si le ponemos nombres a estas formas de articular con el poder podemos poner a
los denominados “gordos” entre los primeros, a la CGT en la segunda y a Facundo
Moyano en la tercera forma. Estos distintos estados de comprensión de la
dinámica del poder político en democracia, conviven en medio de divisiones
generacionales e ideológicas, que descansan sobre los intereses comunes de
fondear las obras sociales y mantener un sistema de negociación salarial por
ramas de actividad. Todo en un mundo donde los sistemas globales de producción
de bienes y servicios demandan un cambio en la cosmovisión tanto en el
dominante sector Peronista del sindicalismo, como del sindicalismo clasista
desarrollado por el Partido Obrero y otros sectores de la Izquierda. En
realidad el sindicalismo viene perdiendo centralidad política e injerencia en
las decisiones nacionales desde 1983, y este fenómeno obedece a indefiniciones
o bien a una adaptación insuficiente de sus acciones de cara a los cambios
sociales y económicos, ocurridos a nivel mundial y local, que no pueden
resistir porque ya ocurrieron, ni revertir por carecer de presencia suficiente
en los resortes de decisión política en un sistema de democracia republicana.
La política también enfrenta un estado de adaptación. Desde
la academia se puede hablar a favor de una política de partidos o de las
distancias entre sociedad y políticos, mientras el peronismo se siente y se
piensa como movimiento por sobre los partidos. Lo real es que los partidos
políticos son vehículos jurídicos de candidatos individualmente aceptados por
la sociedad, uno sin el otro quedan fuera de la disputa de poder y
simultáneamente los partidos políticos subsisten en la medida de su anclaje en
la burocracia estatal, allí obtienen los recursos para sostener las costosas
campañas electorales. Macri venció al movimiento peronista (FPV) y subordinó al
partido radical desde su imagen personal y con el anclaje en la burocracia
estatal de la Ciudad de Buenos Aires.
La burocracia estatal, ese conjunto de personas que
permanece gobierno tras gobierno, también experimenta en su seno a una nueva
idea gestión del poder del estado que demanda otros tiempos y otras eficiencias
en la ejecución, priorizando el resultado concreto a la filiación política y la
contracción al trabajo al tiempo de militancia.
Cuando parece que nada sucede y al mismo tiempo vemos que la
necesidad de adaptación abarca un universo tan amplio, nos lleva a pensar que
el voto reflejó un cambio cultural más que incipiente, por tanto augura no
pocas fricciones y dificultades, pero sin lugar a dudas es, de algún modo,
definitivo.
Así comenzamos el 2016, tratando de interpretar y asimilar
ese cambio cultural que tomó superficie con los resultados electorales del año
pasado, viviendo el estado de adaptación, que es también desafío. Podemos
obtener los mayores beneficios para todos, o podemos desperdiciar la
oportunidad que brinda esa energía y entusiasmo social que derrama cada ventana
de cambio como la que vivimos. Hagamos lo necesario, con humildad, desde la
coincidencia o la disidencia, para el bien del conjunto.
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