Hay vasos
comunicantes. La cumbre de gobernadores,
el peronismo que viene y el golpe del
2017.
Por Ignacio Fidanza |
Mauricio Macri no debería confundirse. El riesgo real no lo
representa el kirchnerismo, una fuerza política intensa pero con serias
dificultades para enamorar a lo que queda de las clases medias independientes,
que todavía son el fiel de la balanza a la hora de las elecciones.
Por supuesto que el Presidente lo sabe. Por eso paseó con
Sergio Massa por Davos de la mano, por aquello de tener al enemigo todavía más
cerca que a los amigos.
Es que el tiempo de los decretos se acaba. En marzo
vuelve el Congreso y la política. Se termina el limbo y lo que vale son los
votos en Diputados y en el Senado. Cambiemos no tiene mayorías propias. Tan
simple como eso.
El relato M podrá continuar alimentado por las usinas de la
Jefatura de Gabinete, con el perrito Balcarce y toda la logística puesta al
servicio de una infantilización del poder, que busca borronear su lado oscuro.
Pero sin política real, el Gobierno no logrará sortear los desafíos que le
esperan. Congreso, paritarias, inflación, déficit. Por ejemplo.
Enfrente no tienen relato y están divididos. Pero se mueven
y hacen política como hace años no se veía. “Hay tantas reuniones que
directamente a algunas tengo que faltar”, confesó un intendente del Conurbano
de los recién llegados, maravillado con la glasnot política que produjo en el
peronismo la caída del kirchnerismo. Ahora cada uno va por lo que vale. Ya no
hay jefaza zanjando los debates a fuerza de órdenes imperiales.
Los contornos no existen, lo que hay son franjas de gaza
entre zonas ocupadas. Sergio Massa encabeza por afuera la reconstrucción de una
vertiente peronista racional, de buen diálogo con Macri y Vidal, pero que afila
el cuchillo bajo la mesa. Como corresponde a un profesional. El único poder que
cuenta es el propio.
Gracias a la generosidad de Vidal, Massa maneja la
Legislatura bonaerense -para martirio de Emilio Monzó-. Se trata de una caja de
2.400 millones casi de libre disponibilidad. Tiene 15 intendentes y un bloque
de más de 20 diputados nacionales. La lucecita roja está posada sobre el 2017.
Quiere llegar como la solución electoral para el fragmentado
peronismo bonaerense, como hoy se vio en la fracasada cumbre de Santa Teresita,
donde Massa jugó lo suyo a través de ¿ex? aliados. Apuesta a llegar a las
elecciones de senador nacional midiendo bien arriba y empujado de abajo por
unos 30 intendentes propios y 27 peronistas.
La pregunta es obvia: ¿Qué riesgo político entraña para Macri
esa posibilidad? No hay futuro si el actual gobierno y Vidal pierden la
provincia en dos años. Por eso en el PRO no descartan intentar una alianza
electoral con Massa y relegar –una vez más- a Jorge Macri.
La provincia es el corazón del peronismo y es lógico que sea
la piedra basal de un camino de regreso al poder. Pero por arriba también hay
deslizamientos. La reunión de gobernadores de San Juan fue la contracara
perfecta de la caída de Fernando Espinoza en Santa Teresita. En la provincia de
Gioja hubo casi asistencia perfecta.
Algunos de los que fueron están más cerca de Cristina que
otros. ¿Pero qué ocurriría si esa masa crítica se une a lo que está acumulando
en la provincia el líder del Frente Renovador? Hay conversaciones, obvio.
De la Sota, Schiaretti, Pichetto, Verna, Uñak y Urtubey
podrían compartir un espacio horizontal con Massa. Falta mucho, pero el
problema es que por ahora no se ve desde dónde el gobierno va a contraponer una
articulación política sólida, al proceso de acumulación peronista que ya
comenzó a desplegarse bajo sus narices. El limbo es por naturaleza un estado
transitorio.
Si finalmente se produce la ruptura del bloque de diputados
nacionales del kirchnerismo y Diego Bossio o el dirigente de Smata Oscar
Romero, encabezan una bancada peronista de más de 20 diputados; articulados con
los de Massa y otros aliados podrían escalar a los sesenta. Un número ideal
para hacer de colchón entre los “duros” del kirchnerismo y el Gobierno. Ir
sacando cosas hasta que llegue el momento de confrontar. Nada nuevo. Lo
hicieron Menem y Cafiero con Alfonsín.
Macri jugó su baza en ese serpentario postulando a Massa
como presidente del “partido peronista”. Marcos Peña salió a corregirlo un día
después. Acaso haya percibido que no sería el primer caso de un presidente que
se mete en el desmadre peronista para buscar lana y sale esquilado.
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