La realidad local no
sonríe tanto como los dirigentes de Davos. Lo que impone la agenda política y
económica.
Por Roberto García |
Mejor afuera que adentro. Primera conclusión del Presidente
al regresar de Davos, embriagado con abrazos de líderes internacionales,
promesas de inversión y de préstamos externos,
Si se acuerda con los holdouts, claro, como alguna vez dijo Axel Kicillof que había que hacerlo.
Vana gloria, evanescente.
Al mundo occidental y cristiano que lo halaga,
incluyendo a Israel, parece bastarle –como represalia a la década de
aislamiento cristinista– que Macri anuncie la dirección y el destino de su
viaje futuro. Hasta le concedieron rol protagónico cuando apenas es partenaire
de un complejo universo. Logró, eso sí, reconocimiento más rápido que en su
momento Carlos Menem, iniciador en los noventa de un itinerario económico y
político semejante. Mientras, en la Argentina, al bisoño mandatario empiezan a
exigirle el precio de lo que costará ese nuevo viaje, sea por concepto de
inflación, tipo de cambio, empleo, niveles de actividad y democracia
participativa. Delicias de la gestión, el costoso privilegio de estar cerca.
Mejor afuera que adentro, entonces.
Aunque adentro recoge suertes varias: óptima disposición del
público, según las encuestas veraniegas, y cierta sonrisa de los planetas por
la deserción opositora que le garantiza uno o dos años de estabilidad si no
ocurren cataclismos. A la recluida dama sureña se le desmorona el dominio que
acumulaba en el Parlamento para trabar al Gobierno, se le parten los bloques
legislativos y Ella, algo desconcertada, ni usa palabras propias para objetar,
apela a la obviedad de Larroque o a los comentarios de Alvarez Agis. Al
contrario de su naturaleza, piensa más en defenderse que en atacar, se nutre
del desdén chismoso contra aquellos que “yo sabía que me iban a traicionar”. Ni
el viaje a Rusia la alienta. En rigor, Cristina se quedó sin nafta. Y todavía,
sabe, no llegó el aguacero. Claro que Macri, aún gastando lo que no le sobra
para captar rivales (de Massa a intendentes bonaerenses), bascula por tonterías
propias y la dificultad para contener su propia alianza ganadora: los radicales
no parecen satisfechos con las porciones recibidas y Elisa Carrió pasa de álter
ego a crítica compulsiva, según las horas. Cuestiona, por ejemplo, la
influencia eventual de un hombre del juego en la Justicia, Daniel Angelici, también su peso específico en los
organismos de Inteligencia. Trató de impedir la llegada de Ricardo Echegaray a
la Auditoría (aunque evitó que continuara en AFIP y Aduanas), destroza a Ricardo Lorenzetti en la Corte (instituto que
podría conformarse con nueve miembros en convenio con los senadores) sin la
venia –dicen– del propio Ejecutivo y, por si fuera poco, hasta logró bloquear
la llegada de un disidente de Milani a la cúpula del Ejército, el general Sosa
(derivado al Estado Mayor Conjunto), quizá por pecar en alguna cena familiar
con Carlos Zannini, habilitando en la jefatura al general Suñer, quien nunca en
su vida se manifestó contra Milani. Ni al ministro radical Martínez le debe
haber gustado la maniobra. Rarezas de la gestión. Calla, en cambio, sus
observaciones al negocio del juego, su caballito en la campaña, como si se
hubiera colmado con el rechazo de María Eugenia Vidal a recibir dádivas de ese
sector, como también lo hizo con los suculentos ingresos mensuales y non
sanctos que antes percibía la Provincia por las “recaudaciones’’ de los
aparatos de seguridad.
Urgente. Disgustos menores cuando hay urgencias mayores para
Macri: este fin de semana debe atender la crisis petrolera en Chubut y otras
provincias del rubro que amenazan desbordarse aún más. Hay un ultimátum de
guerra para el martes. La debacle universal
del fluido disolvió expectativas de riqueza eterna en las provincias y algunos
ya sugieren importar, liberar el mercado y dejar de producir; sostienen: con
los actuales precios en descenso, a menos de 29 dólares el barril, parece una
demencia conservar un pago estatal de más de 60 como sostén. Un subsidio
monumental, claro, que en verdad oculta la compensación a empresas que durante
el gobierno pasado en rigor subsidiaron al Estado con los precios a la inversa.
Más allá de la justicia, los cálculos indican que hoy el costo del precio sostén
demandará entre 6 mil y 7 mil millones
de dólares por año, lo que perfora cualquier economía. Bajan los costos si se
elige la opción importadora, pero sería un contrasentido para un gobierno que
se califica de desarrollista, sin incluir el cierre de pozos, la pérdida de
empleo, parálisis de la industria, el corte de suministros y rebelión social en
provincias de un solo rubro que se suponían millonarias. Y con sindicatos más
violentos que los camioneros, a los que les provoca risa la conciliación obligatoria.
Para salvar el ultimátum del próximo martes se debate en la Rosada si se
convoca o no a una cumbre con todos los sectores involucrados para discutir
ajustes en salarios (petroleros ganan el doble de un obrero en la mejor empresa
siderúrgica), contribuciones empresarias, aportes estatales y supresión de
personal (30% de exceso, afirman), abundancia que prosperó en las empresas
privadas para facilitar campañas clientelares, como la de Das Neves gobernador. Incendio no
previsto, anticipatorio de otro enigma para marzo: las paritarias. Si hace un
mes los gremios ni pestañeaban cuando Prat-Gay reclamaba atender hasta un 26%
de aumento, ahora ese porcentaje trepó
diez puntos a exigir por el rebalse de los precios, sobre todo en la canasta
familiar.
Falló, inclusive, la intimación de Macri a sus colegas
empresarios cuando les dijo: “Cuidado, miren que yo a ustedes los conozco”.
También falló en el pronóstico de que las compañías, una vez levantado el cepo,
iban a retroceder en los precios. No ocurrió y hoy, si no se advierten
alteraciones, se podría volver a la configuración cambiaria del último
noviembre, a la repetición ya manifiesta cuando Kicillof y Fábrega se comieron
su propia devaluación en la administración anterior. Pésima noticia para el plan antiinflacionario
trianual que anunció Prat-Gay.
Mejor afuera que adentro, diría Macri, pero Washington,
Davos y Londres no van al supermercado.
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