150 años de perseguir
al conejo blanco
Una de las conocidas ilustraciones de John Tenniel para "Alicia en el país de las Maravillas", la obra cumbre del "no sense". |
Por Daniel Vargas
Parra
El sol escupía sobre sus cabezas, el calor remojaba las
telas y desde abajo hervía el Támesis con arrebato. Las delicadas pieles de las
jovencitas se enrojecían con el avasallador soplo veraniego. Charlie había
salido con las hermanas Liddell a dar un paseo por las orillas del río. Desde
hacía meses que supervisaba las lecciones matemáticas de las hijas del
reverendo Henry.
El tutor de las pálidas criaturas aprovechaba el viaje para
mirar de cerca los ojos avellana de Alicia, la menor de diez años. En el
periplo Charlie desbordaba entusiasmo al ejecutar tremendos actos de magia que
dejaban perplejas a las niñas. El maestro gustaba de entretener a los párvulos
con lúdicos actos de ilusión. Incluso gozaba de cierta fama entre los
seminaristas por su carácter amable, atento y bonachón con los menores. A la
sombra de un árbol el joven arrinconó a sus espectadoras y, al quedarse sin más
trucos para su función, miró, como a un espectro, a un conejo y comenzó a
narrar una loca historia que improvisó al tren de sus figuraciones sobre el
mundo subterráneo del animalillo blanco. Los ojos de Alicia se borraron
desperdigados entre las curiosas palabras del relato. El afecto del discurso
conmovió al acto en un teatro de maravillas. El matemático no paró hasta
envolverlo todo bajo el curioso asalto de una soñadora, reflejo de su tierna
escucha.
“Aquella tarde nació Alicia”, pensó Charlie mientras
preparaba el manuscrito para regalárselo al referente de su inspiración. El
cuento llegó a las manos de la niña en la navidad siguiente. Charlie se mostró
satisfecho al mirar la curva revelada bajo la sonrisa de Alicia luego de leer
su nombre como título en la portada. No sólo las niñas se impresionaron por la
calidad del escrito, el reverendo Henry, quien tenía un gran conocimiento
editorial, aplaudió el esmero del matemático. Fue así como el mundo subterráneo
de Alicia se devoró a Charlie hasta cambiarle de nombre. Esa noche nació
Carroll. Alentado por estos demonios, Charles Dodgson habitó las delicias de
una tierra de maravillas y decidió enviar su bello monstruito a publicación con
un seudónimo y con un título más específico: Las aventuras de Alicia en el país
de las maravillas.
Hace ya siglo y medio que el cuento del entonces conocido
como Lewis Carroll rodó por el mundo de las ideas como un extraordinario
ejercicio narrativo de una dimensión ilógica que además atraía a los párvulos
por su calidad plástica, retórica y temática. Ya en el siglo XX el relato del
matemático se volvió paradigma en el ámbito de los intelectuales del viaje
interdimensional, del ejemplo lógico de la falacia, las estructuras
metalingüísticas del lenguaje y el evento surrealista. Sin embargo, Alicia
recobró su semblante infantil cuando alcanzó fama en 1951 en la versión del
productor de series animadas Walt Disney. A pesar de otros intentos la historia
se quedó sólo en el nivel de la referencia o evocación y su revolución retórica
permaneció con esto en la memoria.
El cuento de Alicia aparece al corazón de su creador como
una imagen invertida por su origen. La historia acontece en su afección y desde
entonces ni su relator pudo capturar su signatura. Es como si el conejo blanco
de Alicia se tornara en un genio al cual obsesivamente Charlie nunca dejó de
perseguir. Los afectos de Alicia parecen exceder el sentido de las letras de
Carroll, de ahí su encanto y su misterio. Podemos mirar en el cuento publicado
un remanente de aquello despertado por el delirio del instante pero jamás
podremos atestiguar la “delicia” del orador frenético dejando emerger las
fantasías al ritmo del veloz escape del demonio blanco.
Carroll intentó apresar en texto las palabras que dejó correr
“al calor” de su narrativa improvisada. Su estrategia, y la única que tenía
pues sus conocimientos en las paradojas del entendimiento matemático le daban
ese soporte, fue realizar síntesis de palabras que renovaran el lenguaje del
que se servían los personajes del cuento. Al paso de la narrativa Carroll
desperdiga mezclas exóticas de conceptos, usa compuestos semánticos y
abreviaciones fonéticas para designar cosas o individuos. Este ejercicio
simbolizaba la pérdida de sentido con tropos que invitaban a la risa y
anunciaban la burla de las convenciones lingüísticas. Era la temática sobre la
ilogicidad de un país de locos pero trabajada bajo la retórica de la gramática
pervertida del poema del Jabberwocky, por poner un ejemplo. Ahí la lectura en
voz alta del cuento es lo que transforma los paradigmas de la realidad del
auditorio y los quiebra para experimentar el “sin sentido” de Alicia.
Un intento más por apresar el acto poético de Dodgson fue
cuando se preparó la publicación. Alicia conformó su imaginario de ironías y
locura a través de las ilustraciones de John Tenniel. El dibujante se lanzó
sobre el galimatías. La fórmula ensayada es humanizar a todos los personajes
del cuento con rostros sacados de la biotipología de la locura. Las caras
relajadas de grandes bocas que se arrugan con gestos exagerados para anunciar
una especie de delirio catatónico. El recurso es insertar en el panorama infantil
un escenario desconocido de arranques y disparates. Incluso la misma Alicia
aparece retratada con miradas de extrañamiento propias del extravío por
sentirse ajena a ese lugar. El trabajo de Tenniel debe mirarse en contexto y
admirar ahí la capacidad de alimentar el desvarío de Alicia con el catálogo de
expresiones de su época. El recurso en su momento fue bueno, dotó al cuento de
una imaginería potente que todavía le alcanzó para servir de referente en los
ensayos fílmicos posteriores.
Carroll se desdobló con ligereza sobre el evento de Alicia,
preparó una secuela que obtuvo un éxito inesperado. La musita de carne y hueso
afectó con especial poder los lazos imaginales de Dodgson para recrear sus
planos del sinsentido. La amistad de Charlie con Alicia y sus hermanas perduró
hasta su adolescencia, quizá Dodgson extendió la relación en busca de hacer
coincidir de nuevo a Alicia con Alicia. La insistencia devino en sospechas
sobre las preferencias eróticas de Charles. Tal parece que Carroll decidió
mudarse al espacio–tiempo de Dodgson para hacer letras y fotografías donde
antes el prospecto matemático hacía magia y contaba historias, tanto que
terminó por abrumar la tranquila vida del tutor.
¿Quién puede negar que Carroll y su libro marcaron un antes
y un después? A 150 años aún no se es capaz de recrear la delicia de esa tarde
en la tierra de las maravillas. Aquel bello día caluroso en que un supuesto
pedófilo anglicano decidió poner en cuestión la estructura lógica de lo real
para entretener a sus bellas y tímidas escuchas. Cuántos y qué potentes fueron
los intentos de Dodgson para atrapar al demonio de su conejo blanco.
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