Por Álvaro Abós |
El problema de la Argentina en materia de seguridad no es
que haya criminales sueltos, sino que algunos de ellos estén en el Estado.
Acaba de terminar 2015. Un año que se abrió con el crimen de
un fiscal de la Nación, que, la víspera de comparecer para acusar a altos
dignatarios de crímenes graves, apareció tirado en su baño con un disparo en la
cabeza.
Un año que terminó con tres homicidas condenados a prisión perpetua en
todas las instancias que se fugaron de una cárcel de máxima seguridad con un
revólver de juguete y dejaron atrás a un guardia que no portaba armas por ser
testigo de Jehová.
La denuncia de Nisman involucraba a altos mandatarios, entre
ellos la entonces presidenta de la Nación, por actos cercanos a la traición a
la patria. Era un fiscal, es decir, un calificado integrante del Estado, y su
integridad, tanto más cuando cuestionaba a otros miembros de ese Estado, era
altamente valiosa. Debía ser cuidado porque su seguridad era la garantía de que
en el país no había testas impunes ni privilegios personales. Todos somos
iguales ante la ley, dice nuestra ley máxima. Sin embargo, ese hombre, que
debió ser intocable, fue hallado con un tiro en el cráneo. Sus manos no tenían
rastros de pólvora. Sus custodios no estaban a las puertas de su domicilio,
como era obligación de ellos. Nadie lo cuidaba. La vivienda de Nisman en Puerto
Madero fue zona liberada.
Pasó un año colmado de hechos políticos. Tanto, que la
sociedad golpeada por el caso Nisman y por muchos otros acontecimientos dio un
vuelco y expulsó del poder a quienes lo habían ocupado durante doce años.
Cuando se extinguía el año, otro hecho nos conmovió: unos asesinos de abundante
prontuario, culpables de haber asesinado a tres personas, se fugaron de una
cárcel rural, deambularon durante dos semanas por medio país y protagonizaron
un western argentino que atravesó llanuras, ríos, suburbios metropolitanos,
taperas, arroceras, rutas y que incluyó hasta guardias a caballo vadeando
valles anegados.
Ni uno ni otro hecho, ni el crimen del fiscal ni la fuga de
los sicarios, son novedosos o inéditos. En todos los países existen el crimen
organizado y el crimen espontáneo. En todos los países la realidad escribe
novelas negras y tramas siniestras. Pero ¿se producen en ellos tamañas
coincidencias? Porque uno de los facinerosos que escaparon del penal de General
Alvear había acusado, hace cuatro meses, a un personaje apodado "la
Morsa" de estar involucrado en el tráfico de drogas. Y de ser el
inspirador del triple crimen de General Rodríguez. Y sus dichos, que no se
limitaron al testimonio ante la cámara de un programa de televisión, sino que
se reprodujeron en varios interrogatorios ante la juez federal María Servini de
Cubría, pueden ser, en cuanto acusaciones, tan válidas como si los hubiese
emitido la madre Teresa. El personaje que los argentinos conocen bajo la
identidad de "la Morsa", y con él todo el coro oficialista, salió de
inmediato a menoscabar los dichos del asesino devenido testigo bajo el
siguiente argumento: ¿cómo puede darse credibilidad a las acusaciones de un
delincuente, no sólo indubitable homicida sino portador de profusos
antecedentes en la mala vida?
Ese argumento no es válido. En efecto, la credibilidad de un
testigo es ajena a la limpieza de sus costumbres. La mala conducta de alguien
no anula su idoneidad como testigo. Si fuera así, quedarían sin probar y sin
purgar muchos delitos. Los crímenes no suelen suceder en los jardines de
infantes. Aun el peor delincuente puede ser un testigo creíble si sus dichos
son verosímiles, congruentes y articulados. Por eso, algunos países han
legislado el instituto del "arrepentido" que da estatus legal al
delincuente que delata. En las investigaciones criminales importan menos los
intereses personales que la averiguación de la verdad. En inglés hay una frase
que dice "the crime will out": el crimen empuja, quiere salir a la
luz, y lo hace a través de confesiones, delaciones y venganzas. Así es la
justicia humana, imperfecta y frágil como lo somos los seres humanos. Esos tres
homicidas debieron ser cuidados con celo, primero porque son peligrosos y
segundo porque quizás "saben" cosas que a la sociedad y a la Justicia
les interesa saber.
Los guardianes del penal de General Alvear y los custodios
de Nisman en Puerto Madero miraron para otro lado. El rigor en las funciones
vigiladoras no es nuestro fuerte. No es un hecho nuevo. En 1950 llegó al puerto
de Buenos Aires, con identidad falsa, un hombre llamado Adolf Eichmann. Entró,
se radicó en el país y vivió diez años aquí sin que nadie lo molestara. Algunos
acusaron después al gobierno peronista, entonces en el poder, de haberlo
protegido. Lo cierto es que cinco años después del ingreso de Eichmann Perón
fue derrocado y durante los cinco años siguientes existieron gobiernos
antiperonistas de los más diversos pelajes. Y Eichmann tampoco fue molestado.
Hasta que en 1960 un comando israelí, violando las fronteras y el derecho
internacional, entró al país y se lo llevó a Jerusalén, donde fue juzgado y
ahorcado. El Estado argentino protestó por la evidente ilegalidad de la
operación. Pero lo cierto es que ese Estado había visto llegar, permanecer y
partir a Eichmann, organizador del Holocausto, calificado como el "peor
asesino de escritorio" que jamás haya existido, ¡sin enterarse de nada!
Mientras el crimen de Nisman y la triple fuga nos
estremecen, siempre hay opinadores que justifican y explican. A Nisman se lo
atacó después de muerto con todo tipo de versiones sobre su personalidad y
honor. Seguramente, se repitió, abrumado por la culpa de haber engendrado una
acusación falsa, Nisman se mató la víspera de su día de gloria. Quizás para
estos denigradores el fiscal disparó su pistola con el dedo del pie, o quizás,
como ese suicida de cierta película de Aki Kaurismaki, contrató a un sicario
para que le pegara un tiro. A un año del hecho, el Estado no ha sido capaz de
esclarecer esa muerte, ni siquiera de calificar el hecho como homicidio. Sigue
el expediente en el limbo de la "muerte dudosa".
En la triple fuga, esos opinadores falaces se detienen
largamente en minucias como la idoneidad de las nuevas autoridades, quienes, en
el poder desde hacía quince días, hubieran debido blindar mágicamente unas
cárceles de las cuales en los últimos doce años se han fugado miles de presos.
Cualquier intento de sobreponernos a las crisis, el
estancamiento y el atraso no prosperará mientras subsista la anomia (ausencia
de ley) como nuestro sustento nacional.
0 comments :
Publicar un comentario