Por Carlos Gabetta (*) |
Después de la espectacular fuga del Chapo Guzmán en México,
se ha producido otra algo menos cinematográfica, pero casi: la de Martín y
Cristian Lanatta, y Víctor Schillaci; esta vez en Argentina.
Esto último es lo que interesa, porque se trata de una nueva
y grave evidencia de que en nuestro país el narcotráfico tiene ya un nivel de
influencia económica e institucional que se acerca a la de los más gravemente
comprometidos, como México.
En un artículo anterior aporté datos de la
extensión mundial del narcotráfico, inmune a las políticas represivas, ya que
su poder económico le permite corromper a funcionarios, jueces, políticos,
policías, militares y servicios de seguridad. También a un establishment
encantado con esos miles de millones que reciclan los bancos, descansan en
paraísos fiscales y oxigenan no pocas economías y campañas políticas. “El
Cartel de Sinaloa, la organización más importante del mundo, tiene más
presencia internacional que cualquier multinacional mexicana (…) controla el
70% del mercado de metaefedrina en los Estados Unidos. (El País, Madrid,
24-7-15). En 1990, cuando los EE.UU. presionaban a Colombia para que
extraditara a sus narcos, la propuesta de los carteles para comprar su
impunidad fue hacerse cargo nada menos que de la deuda externa colombiana (11
mil millones de dólares), para ‘ayudar a la afirmación de soberanía’ (…)
Hace dos décadas, la Drug Enforcement Agency (DEA) estimaba
en 600 mil millones de dólares anuales el fluido mundial del narcotráfico.
Desde entonces, no ha parado de crecer. Una monstruosa suma cash de altísima
rentabilidad, que no paga impuestos y rinde beneficios extra en la especulación
bancaria y bursátil internacional, privatizaciones, bonos de deuda externa,
etc.” (http://www.perfil.com/columnistas/De-el-Chapo-a-Los-Monos-20150731-0068.html).
Y lo que el narco no puede comprar lo mata: en los últimos diez años, la
violencia narco en México “ha dejado un saldo de al menos 80 mil muertos y 30
mil desaparecidos”. (El País, Madrid, 24-7-15).
¿Hacia allí vamos? No parece exagerado temerlo. Uno de los
hermanos Lanatta había acusado a Aníbal Fernández, el entonces jefe de Gabinete
de Cristina Fernández de Kirchner, de estar implicado en el asesinato de tres
personajes vinculados al tráfico de efedrina, elemento esencial para la
fabricación de la metanfetamina, una de las drogas sintéticas más consumidas del
mundo. Por supuesto, Aníbal Fernández debe gozar del beneficio de la duda,
sobre todo viniendo la acusación de quien viene. Pero la Morsa, como se lo
conoce, tiene su propio antecedente de fuga rocambolesca en el baúl de un
coche, cuando era intendente de Quilmes, y siendo ministro de Justicia, entre
2006 y 2008, la importación de efedrina creció 800%. El entramado de ese
escándalo fue detallado en este periódico por Emilia Delfino: “Entre 2006 y
2008, grupos o individuos mexicanos se establecieron en la Argentina para
adquirir una sustancia prohibida en su país y de venta legal en el nuestro: la
efedrina (…) En Argentina, compraban el kilo a 100 dólares. En México, podía
llegar a costar 10 mil dólares (…) los carteles mexicanos, principales
explotadores del mercado de la efedrina, se habían instalado en el corazón de
Buenos Aires imponiendo su ley a sangre y fuego”.
En los 70 del siglo pasado, la solidaria, fraternal, generosa
acogida que México ofreció a nuestros exiliados políticos hizo que éstos
arraigaran de tal modo en ese país que se ganaron el apelativo de “argenmex”:
argentino-mexicanos. Muchos siguen allí y otros muchos le guardan desde aquí un
entrañable afecto.
Parece que ahora estamos ante otro tipo, opuesto, de
“argenmex”: el todopoderoso, implacable, inmune narcotráfico.
(*) Periodista y escritor
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